Hilary Russo
Casi un mes después de aquel día en que todo parecía ir bien, recibí una llamada inesperada mientras estaba en una reunión importante en la empresa con uno profesores. Era una de esas reuniones donde discutimos los próximos eventos y exposiciones, y mi mente estaba completamente enfocada en los detalles. Cuando mi teléfono comenzó a vibrar en el bolsillo, pedí disculpas y salí rápidamente al pasillo para contestar. La pantalla mostraba el número de la escuela de Oliver, y un nudo se formó instantáneamente en mi estómago.
—Hola, Hilary, soy la directora del colegio de Oliver —dijo una voz seria y profesional al otro lado de la línea—. Necesitamos que vengas a la escuela para hablar sobre algo importante. ¿Podrías pasar por aquí hoy mismo?
Su tono era firme, pero con un matiz de preocupación que no podía ignorar. Mi mente comenzó a correr con todas las posibilidades de lo que podría estar pasando. Acordamos una hora para la reunión y colgué el teléfono, sintiendo cómo la ansiedad comenzaba a crecer en mi pecho. Me apresuré a reorganizar mi agenda, delegando algunas tareas y pidiendo a Valeria que se encargara de la reunión en la que estaba participando. No podía concentrarme en nada más hasta saber qué estaba pasando con mi hijo.
Conduje rápidamente hacia la escuela, intentando mantener la calma. El tráfico de la ciudad parecía más lento de lo habitual, cada semáforo en rojo era una prueba de paciencia que apenas podía soportar. Finalmente, llegué a la escuela y me dirigí a la oficina de la directora. Me recibió con una sonrisa preocupada y me invitó a sentarme en una pequeña sala de reuniones.
—Gracias por venir, Hilary. Quería hablar contigo en persona porque hemos notado algunas cosas que nos preocupan sobre Oliver —comenzó, mirándome con seriedad.
—¿Qué ha pasado? —pregunté, tratando de mantener la calma, aunque el miedo en mi voz era evidente.
—Últimamente, hemos notado que Oliver trae moretones en los brazos y piernas, y también parece estar muy cansado. Los maestros están preocupados. Además, he notado que está sudando mucho durante las clases, como si estuviera incómodo —explicó, su voz suave pero llena de preocupación.
Sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo. ¿Moretones? ¿Cansado? ¿Sudor? No había notado nada fuera de lo común en casa, excepto que Oli sudaba mucho en las noches, pero pensé que solo era algo temporal, tal vez relacionado con el calor.
—En casa todo parece normal. Oliver es muy activo, siempre está corriendo y jugando. Pero sí, he notado que suda mucho en las noches. Pensé que era por el calor —dije, tratando de recordar cualquier otro síntoma que pudiera haber pasado por alto.
—Hilary, te recomiendo que lo lleves al médico. Estos síntomas no son normales y podrían indicar algo serio. Es mejor que lo revisen para descartar cualquier problema de salud —sugirió la directora con un tono comprensivo.
La preocupación me invadió de inmediato. No podía permitir que algo le pasara a mi pequeño Oliver. Tenía que actuar rápido. Recordé el NewYork-Presbyterian, uno de los mejores hospitales infantiles de la ciudad. La idea de llevarlo allí me daba un poco de tranquilidad.
Después de recoger a Oliver de la escuela, conduje rápidamente al hospital. Durante el trayecto, intenté mantener la calma para no asustarlo. Traté de hablar con él de manera casual, preguntándole cómo se sentía y si había notado algo extraño.
—Mami, me siento bien. Solo un poco cansado —dijo con su voz suave y tierna, mientras jugaba con su juguete favorito en el asiento trasero.
Llegamos al hospital, y nos recibió un personal amable y eficiente. Expliqué a la recepcionista lo que estaba pasando y nos llevaron a una sala de emergencias pediátricas. Esperamos unos minutos que se sintieron como horas. Mi mente no dejaba de pensar en todas las posibles causas, desde las más simples hasta las más graves. Mientras esperábamos, traté de mantener a Oliver entretenido, jugando con él y contándole historias para que no se sintiera asustado por estar en el hospital.
Finalmente, un médico joven y amable nos recibió. Le expliqué detalladamente lo que había notado en Oliver, incluyendo los moretones, el cansancio y el sudor nocturno. El médico examinó a Oliver con cuidado, haciendo preguntas detalladas mientras yo observaba con preocupación.
—Entiendo tu preocupación, Hilary. Vamos a realizar algunos análisis para tener un panorama más claro. Podría ser algo tan simple como una deficiencia de vitaminas o algo más complejo. No vamos a adelantarnos a nada hasta tener los resultados —me dijo el médico con una sonrisa tranquilizadora.
Nos llevaron a una sala donde extrajeron una muestra de sangre de Oliver. Él se portó muy valiente, aunque no pudo evitar soltar unas lágrimas cuando la aguja le pinchó el brazo. Lo abracé fuerte, tratando de darle toda la seguridad que podía. Después, nos llevaron a una sala de espera. Pasaron unas horas mientras esperábamos los resultados. Oliver se quedó dormido en mis brazos, y yo solo podía observar su carita inocente, rogando en silencio que todo estuviera bien. Recordé todos los momentos felices que habíamos pasado juntos, desde sus primeros pasos hasta sus risas interminables mientras jugaba en el parque.
Finalmente, el médico regresó con los resultados en la mano. Sentí cómo mi corazón latía con fuerza, esperando escuchar buenas noticias.
—Hilary, los análisis muestran que Oliver tiene una deficiencia de hierro, lo cual está causando los moretones y el cansancio. También está un poco deshidratado, lo cual podría explicar el sudor nocturno. Vamos a recomendar un tratamiento con suplementos de hierro y una dieta balanceada. Además, te sugerimos que lo mantengas bien hidratado y lo traigas de nuevo para un chequeo en unas semanas.
Sentí un gran alivio al escuchar las palabras del médico. Aunque la situación no era ideal, al menos no era algo grave. Agradecí al médico y al personal del hospital por su atención y cuidado. Salimos del hospital con una lista de recomendaciones y un corazón un poco más tranquilo.