Lirios de mil colores

Capítulo 19 | Diagnóstico

Hilary Russo

Ya había pasado un mes desde aquella primera visita al hospital. Recuerdo cómo, al principio, me aferraba a la esperanza de que todo iba a estar bien. Pensé que solo era una cuestión de ajustar su dieta, de asegurarnos de que descansara bien. Pero los análisis no habían salido como esperábamos, y con el paso de los días, mis miedos comenzaron a hacerse realidad. Oliver parecía apagarse poco a poco, como una llama que se va extinguiendo. Su energía, que antes parecía inagotable, se desvanecía con cada día que pasaba. Su apetito también había disminuido, y últimamente, lo que más me preocupaba eran las fiebres repentinas que lo atacaban casi cada noche.

Mi corazón se rompía un poco más cada vez que lo veía tan débil, tan distinto a aquel niño lleno de vida que siempre había sido.

Hoy era el día de la segunda visita al hospital, la que nos daría respuestas, o al menos eso esperaba.

El médico nos había solicitado regresar para realizar más análisis. Las últimas semanas habían sido una montaña rusa de emociones, y la incertidumbre había invadido cada rincón de mi mente.

¿Qué le estaba pasando realmente a mi hijo?

No podía soportar la idea de que algo grave estuviera ocurriendo, pero la realidad me golpeaba con fuerza cada vez que lo veía con menos energía, cada vez que su cuerpo no respondía como antes.

Me estacioné frente al hospital, respirando hondo antes de mirar por el retrovisor. Oliver, mi pequeño ángel, se había quedado dormido en el asiento trasero. Su carita, siempre dulce y serena, ahora parecía más pálida de lo normal. Las ojeras bajo sus ojos, que antes eran inexistentes, me recordaban constantemente que algo no estaba bien. Salí del coche con cuidado, y me acerqué a la puerta trasera para alzarlo. A pesar de que tenía que despertarlo, me tomé un segundo para acariciar su cabello suave, como si ese gesto pudiera aliviar un poco el dolor que sentía en el pecho.

—Oli, cariño, tienes que despertar —le susurré, con la voz temblorosa. No podía evitar que una mezcla de tristeza y temor se colara en mis palabras.

Oliver se quejó suavemente, moviéndose apenas en mis brazos, como si quisiera quedarse en ese sueño donde quizás todo era mejor. Pero lentamente, abrió sus ojitos, parpadeando para ajustarse a la luz del día.

—¿Dónde estamos, mamma? —preguntó con su vocecita ronca, frotándose los ojos mientras trataba de enfocar.

—En el hospital, cariño. Hoy venimos a hablar con el doctor —le respondí, intentando sonar lo más tranquila posible, aunque mi corazón latía con fuerza.

Mientras caminábamos hacia la entrada del hospital, Oliver se acurrucaba más en mis brazos. Su cuerpecito parecía más liviano de lo normal, como si en ese mes hubiera perdido no solo peso, sino algo más intangible, algo que lo hacía brillar. Mis pasos se sentían pesados, como si el suelo bajo mis pies fuera de plomo. Cada vez que lo llevaba a este hospital, un torbellino de emociones me envolvía: miedo, dolor, incertidumbre.

Al llegar a la recepción, una señora de lentes y cabello castaño, que ya me había atendido en visitas anteriores, nos recibió con una sonrisa forzada. Le di mis datos, y tras teclear en su computadora, me informó que el doctor nos llamaría en breve. Asentí en silencio, llevando a Oliver hasta una de las sillas de la sala de espera. Lo senté en mi regazo, y él, casi de inmediato, se acurrucó contra mi pecho. Sentía su respiración cálida y suave contra mi cuello, y me aferré a ese pequeño momento de paz antes de lo que vendría.

Cerré los ojos por un segundo, rogando en silencio por buenas noticias, por una salida.

No tuvimos que esperar mucho. Apenas cinco minutos después, la puerta del consultorio se abrió, y una enfermera nos indicó que podíamos pasar. Mi corazón latía con fuerza mientras cruzábamos el umbral, sabiendo que, en ese pequeño cuarto, se encontraba la respuesta que tanto temía.

—Buenos días, Hilary —me saludó el doctor con una leve sonrisa, pero su mirada traía algo más, algo que no lograba descifrar del todo. Se giró hacia Oliver, quien aún estaba sentado en mis piernas—. ¿Cómo estás, Oliver?

—Cansado —murmuró mi pequeño, con una voz casi inaudible, mientras se escondía aún más en mi cuello. Su respuesta me rompió el corazón en mil pedazos. Era tan diferente del niño que solía ser.

El doctor asintió, mirándome con seriedad antes de volver su atención a los papeles que tenía en su escritorio.

—Hilary —comenzó, su voz calmada, pero grave—, ya tenemos los resultados de los últimos análisis. Sé que has estado preocupada, y entiendo completamente tu angustia. Cuando recibimos los primeros resultados, sospechamos que podría haber algo más. Por eso, queríamos asegurarnos con estos últimos exámenes. Y hoy podemos darte una respuesta clara.

Noté que suspiraba mientras se quitaba los lentes y me miraba con una mezcla de profesionalismo y compasión. El simple hecho de verlo prepararse de esa manera hizo que una ola de miedo me golpeara el pecho, más fuerte que nunca. Su mirada de pesar me hizo estremecerme, y supe, en ese instante, que las noticias no serían buenas.

—Los resultados dieron positivo para leucemia mieloide aguda —dijo, con una voz suave pero firme.

Mis ojos se abrieron de par en par. Sentí que el mundo se detuvo por completo. Todo a mi alrededor dejó de existir por un momento, y el único sonido que podía escuchar era el latido ensordecedor de mi propio corazón.

Leucemia.

Apenas podía procesar la palabra. Mis labios temblaron, y el aire se hizo denso en mis pulmones.

—¿Pero… leucemia es… cáncer? —logré decir, finalmente, mi voz apenas un susurro, como si decirlo en voz alta lo hiciera más real—. ¿Cómo puede mi bebé tener cáncer? Apenas tiene cinco años…

Sentí que el suelo desaparecía bajo mis pies. ¿Cómo era posible que mi pequeño Oliver, mi niño que hace poco corría y reía por la casa, estuviera enfrentando algo tan devastador? Mi mente se negaba a aceptarlo. Los pensamientos corrían caóticamente. Intenté buscar algún error, alguna posibilidad de que todo fuera un malentendido, una pesadilla de la que pronto despertaría.




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