Living with the monsters

U N O

CALIFORNIA

Hoy no desperté con el dulce canto de los pájaros, tampoco con los rayos del sol atravesando mí ventana, o una cálida brisa golpeando mí rostro, ni siquiera con el insufrible sonido de mí despertador. Hoy me desperté gracias a una lamida en mí rostro, como si fuera la forma más linda de hacer despertar a alguien.

El primer capítulo y ya comenzamos como el culo.

Ustedes dirán: California, dime qué abriste los ojos como platos, que fulminaste a tu cachorro con la mirada y que comenzaste a reñirlo por haberte dado una lengüeteada como si fueras una paleta de caramelo, pero te sentiste culpable y comenzaste a hablarle como bebé.

¿Les digo algo? Eso no fue lo que ocurrió.

Primero: No, no es mí cachorro, es mi hermano. Literalmente, 100% humano con algunos síntomas de perro, pero humano.

Segundo: Es su forma de demostrarme su cariño.

Es asqueroso, horrible y me repugna, pero ya me he acostumbrado a esto y más. Tengo dos hermanos varones y eso me ha hecho soportar cualquier asquerosidad; mí única compañía femenina ha sido mí prima Francesca, aunque tampoco tan femenina.

Oí una queja fingida de cachorrito por parte de mí hermano. No abrí los ojos, me quedé en la misma posición, como si nada hubiera pasado, hasta que él se aburrió, y comenzó a acurrucarse a mí lado. Pero como siempre mí paciencia tiene un límite, fue hasta que lo empujara y cayera de un golpe seco al suelo.

Un quejido brotó de su garganta y sonreí satisfecha para mí misma, pueden molestarme, fastidiarme, incluso hacerme enojar, pero eso no significa que no saldrán ilesos. Siempre me encargo de darles sus merecidos.

—Maltrato animal —murmuró él desde el suelo. Abrí los ojos, ya que estoy del todo despierta, y restriego mis ojos con mis manos, mí vista es media borrosa al principio, pero luego de unos segundos se enfoca como si de una cámara se tratase. Me giro sobre mí cuerpo hasta quedar al borde de mí cama, mi hermano asoma la cabeza para observarme con sus ojitos del gato con botas, y saca su lengua como un perrito que quiere cariño.

Idiota.

—Vete, Carson —mascullo irritada. Mi voz es pastosa y ronca. Él hace un puchero y sale de la habitación a gatas. Para tener quince años su mentalidad se compara a la de un niño de dos años. Suelto un gran suspiro y con lo poco de energía que generé en toda la noche, me pongo de pie para hacer mí aburrida rutina de mañana: darme una ducha, cepillar mis dientes, intentar peinar el desastre de cabello que tengo, cambiarme, e ir a desayunar.

Oh, e intentar aparentar tener una vida normal, a pesar de que vivo con trece engendros.

Bajo las escaleras a paso despreocupado, como si la vida no me importará en lo absoluto, aunque definitivamente es así. Como todos los días desde hace quince años que vivo aquí, la cocina es un chiquero; ruidos por tasas partes, cosas volando por el aire, algo pegajoso en el suelo, gritos y reproches, un vaso roto, un poco de cereal esparcido en el suelo y un gato maullando sin parar. Si, un completo caos.

Ustedes se preguntarán por qué trece personas viven en una casa, bueno es algo simple de explicar: La casa consta de dos pisos, varias habitaciones para todos, un gran jardín, una sala de juegos, un gran comedor y sala de estar. Esta casa se acopla a todo lo que necesita una familia de trece personas.

Cuando mi hermano mayor era un bebé, mis papás compraron esta casa y bla bla bla. Según ellos necesitaban espacio, aunque se excedieron un poco con lo de "espacio", luego de un tiempo mí tío Dallas junto con Leah su novia, y sus hijos Marco y Fran se mudaron aquí por problemas económicos, y junto con mi papá decidieron vivir aquí, ya que en esta casa pueden entrar diez gigantes con espacio de sobra. Luego mis abuelos por parte de papá se mudaron aquí, porque su casa en Florida se incendió, y con ellos vino Camrym. Y luego hace siete años atrás, ellos adoptaron a Jesús y Halston.

Y así llegamos a esto. Será difícil saber quién es quién, pero con el tiempo se acostumbran.

—Pendeja —me saluda Logan alias mí progenitor. Si, esa es su forma cariñosa de nombrarme. Su mano revuelve mí cabello, haciendo que vuelva al mismo nido de cuervos que era esta mañana. Ya no me quejo, dejé de hacerlo cuando comprendí que era inútil competir contra Logan, lo hará mil y una veces más solo para fastidiarte. Tampoco me quejo por ese «apodo» para nada cariñoso.

En esta casa los insultos significan amor, con el tiempo te acostumbras a tomarlos como cumplidos.

—Engendro alfa —digo en respuesta, mientras me alejo de él, no quiero que me vea como su blanco fácil para molestarme está mañana. Que se consiga a otra persona.

Abro la nevera, ignorando por completo a los especímenes detrás mío, mientras discuten sobre porque no podemos adoptar otro cachorro; rebusco por toda la nevera algo para desayunar con la esperanza de que Narnia se encuentre detrás de esta y así poder huir de aquí. Por gracia del cielo encuentro dos waffles para desayunar y todavía sin señales de Narnia. En la casa Harris tienes que aprender a sobrevivir de manera individual, si no aprendes, mueres.

Okey, eso sonó un poco fuerte.

Devoro mí desayuno rápidamente con un jugo de naranja. Tomo mí mochila para guardar mis libros y las cosas que necesito para el instituto. Siento unos brazos abrazarme por los hombros, su colonia varonil inunda mis fosas nasales, mientras apoya su cabeza en la mía.

Lo que me faltaba.

—¿Qué quieres, Colton? —pregunto con una sonrisa ladina, apartándome de él para girarme y mirarlo a los ojos. Él abre su boca, y coloca una mano en su pecho, con fingida indignación, como su le hubiera dicho la peor ofensa posible. Algunos mechones de su cabello castaño caen por su frente, haciéndolo 
lucir despreocupado. Debajo de sus ojos cafés hay pequeñas ojeras, lo que genera en mí algunas teorías:



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En el texto hay: humor, california, novelajuvenl

Editado: 03.11.2020

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