La lluvia golpeaba con fuerza el cristal de la ventana, llenando el aire con el sonido rítmico de las gotas al caer. Afuera, el cielo parecía desgarrarse, cubriendo todo con un manto gris que opacaba incluso los colores más vibrantes. Claire Alderidge miraba a través del vidrio empañado, perdida en un torbellino de pensamientos que no lograba silenciar. Había algo en la lluvia que siempre la hacía sentir pequeña, como si el mundo fuera demasiado vasto para que ella encontrara su lugar en él.
Ahora, más que nunca, esa sensación era insoportable. Durante toda su vida, Claire había creído ser alguien que no era, creciendo con los Windsor, una familia acaudalada que le dio un hogar lleno de comodidades y amor. James y Andrew, sus hermanos de crianza, habían sido su refugio durante años. James, el mayor, siempre protector y cálido, y Andrew, divertido y enérgico, hacían que Claire sintiera que tenía un lugar en el mundo.
Pero todo eso se había desmoronado hacía diez meses, cuando una verdad impensable salió a la luz: Claire no era una Windsor. Había sido robada de los Alderidge, su verdadera familia biológica, cuando era una niña. Ahora, estaba aquí, en esta casa inmensa y llena de opulencia, intentando adaptarse a un lugar que se suponía que era suyo, pero que se sentía más ajeno que cualquier sitio que hubiera conocido.
Beatrice y Caleb Alderidge, sus padres biológicos, intentaban todo para hacerla sentir bienvenida, pero el abismo que los separaba parecía insalvable. Beatrice era una mujer de porte elegante y trato amable, siempre cuidadosa con sus palabras, como si temiera presionarla demasiado. Caleb, en cambio, era reservado, un hombre de pocas palabras cuyo silencio muchas veces la incomodaba.
Y luego estaban sus hermanas biológicas, Giselle y Juliette. Giselle, la mayor, era todo lo que Claire nunca pensó que necesitaría: dulce, amorosa y comprensiva. Desde el principio, había intentado acercarse a Claire con paciencia y ternura, como si entendiera lo complicado que era todo. Había una calidez en ella que Claire no esperaba, algo que explicaba perfectamente por qué James, su hermano de crianza, la consideraba el amor de su vida. Claire se había sorprendido al descubrir que Giselle y James tenían un vínculo que ni siquiera el caos de la situación había logrado romper.
Juliette, en cambio, era completamente diferente. Alegre, extrovertida y segura de sí misma, parecía deslizarse por la vida sin preocuparse por nada. Claire la admiraba, aunque también sentía que nunca podría estar a su altura. Juliette tenía una forma de llenar cualquier habitación con su presencia, algo que Claire solo podía soñar con hacer.
Claire pasó un dedo por el vidrio empañado, trazando un camino que pronto desapareció. No podía negar que los Alderidge intentaban incluirla, intentaban hacerla sentir parte de su mundo. Pero todo se sentía forzado. Sus padres biológicos eran extraños para ella, y sus hermanas parecían pertenecer a un universo del que Claire no tenía mapa.
El sonido de un trueno rompió el silencio, y Claire se estremeció. Afuera, las ramas de los árboles se agitaban bajo la fuerza del viento. Había algo inquietante en el cielo gris, algo que parecía reflejar el caos dentro de ella. Cerró los ojos por un momento, intentando encontrar calma, pero solo encontró más preguntas.
Muy lejos de allí, Eiden Rosewood también observaba la tormenta, aunque desde un rincón más discreto del mundo. Estaba sentado bajo un árbol en el jardín trasero de su casa, protegido apenas por las ramas que goteaban a su alrededor. En sus manos sostenía una libreta gastada, llena de versos que nunca se había atrevido a compartir con nadie.
Eiden había crecido en una familia estricta, una familia que valoraba el éxito, el estatus y las apariencias por encima de todo. Desde que tenía memoria, sus padres habían decidido cada aspecto de su vida: qué estudiar, cómo comportarse, incluso con quién debería hablar. Pero dentro de él había una rebeldía silenciosa, una voz que clamaba por libertad. Y esa voz encontraba su única salida en la poesía.
Había algo en escribir que lo hacía sentir vivo. Mientras las palabras fluían, podía escapar, aunque fuera por un momento, del peso de las expectativas que lo rodeaban. Pero aquel día, por alguna razón, no podía concentrarse. Había algo en el aire, algo que no podía identificar pero que lo inquietaba.
La lluvia continuaba cayendo, oscureciendo el cielo mientras ambos, sin saberlo, compartían una conexión invisible. Claire, con el peso de un pasado que apenas comenzaba a comprender. Eiden, buscando un futuro que parecía inalcanzable.
En ese instante, ninguno de los dos sabía que sus caminos estaban a punto de cruzarse. Ni que, juntos, enfrentarían secretos y tormentas que cambiarían sus vidas para siempre.
Bajo aquel cielo lluvioso, lleno de dudas y promesas, empezaría una historia que desafiaría sus propias ideas de quiénes eran y quiénes podían llegar a ser. Porque incluso en los días más oscuros, siempre hay una chispa de esperanza esperando a ser encontrada.
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Editado: 13.04.2025