Llueve en el cielo

7 | Ecos de una melodía

20 de octubre de 2021

Claire

El sol de la mañana se filtraba a través de las cortinas de mi habitación, iluminando los pequeños detalles que había traído de Londres: una pila de libros en el escritorio, un marco con una fotografía de mi antigua casa y una taza con el logo de mi cafetería favorita. Mientras me ponía los auriculares y el disco que Eiden me regaló comenzaba a sonar, me sentí extrañamente... tranquila.

No podía sacarlo de mi cabeza. Su sonrisa confiada, sus ojos cálidos y la forma en la que había dicho que conocerme era pura serendipia. Nunca antes alguien había sido tan directo conmigo, y la verdad era que no sabía cómo manejarlo.

Brielle me esperaba en la entrada del instituto cuando llegué. Su energía era contagiosa, como siempre, y no tardó en arrastrarme hacia Noreen, que ya estaba revisando algo en su teléfono mientras nos esperaba en la cafetería.

—¡Claire! —dijo Brielle con entusiasmo—. ¿Cómo te fue ayer después de que te fuiste con Eiden?

—¿Qué? —preguntó Noreen, levantando la vista con curiosidad—. ¿Te fuiste con Eiden?

Rodé los ojos, sabiendo que no había manera de evitar el interrogatorio.
—Me llevó a una tienda de discos. Fue algo casual.

—¿Casual? —Brielle levantó una ceja, claramente incrédula—. Claire, Eiden Rosewood no hace nada casual.

—Por favor, no lo hagan más grande de lo que es. Solo me está ayudando a acostumbrarme a la ciudad.

—¿Y te compró un disco? —preguntó Noreen, sonriendo de lado.

Asentí, sintiéndome repentinamente consciente de lo mucho que estaban analizando cada detalle.
—Sí, pero eso no significa nada.

Brielle se cruzó de brazos, con una expresión que decía claramente que no me creía.
—Claro que no. Porque los chicos populares como él siempre gastan dinero en chicas nuevas a las que acaban de conocer.

Antes de que pudiera responder, la campana sonó, indicándonos que era hora de ir a clase. Me sentí aliviada por la interrupción, aunque sabía que este tema no estaba ni cerca de terminar.

Las clases pasaron rápidamente, pero no podía concentrarme del todo. Cada vez que levantaba la vista, veía a Eiden en su lugar, rodeado de Miles y Jace, pero parecía como si él también estuviera distraído. ¿Sería por mí? La idea era tan ridícula como tentadora, y odiaba admitir que no podía dejar de pensar en ella.

En el receso, Brielle y Noreen insistieron en que nos sentáramos en la cafetería, pero yo les propuse un cambio de escenario.

—¿Qué tal si vamos a las gradas? —sugerí, señalando las canchas de fútbol americano.

—¿Al aire libre? —preguntó Brielle, levantando una ceja.

—Sí. Hace buen tiempo, y además, quiero ver más del instituto.

Noreen se encogió de hombros.
—Estoy de acuerdo. Vamos.

Mientras caminábamos hacia las gradas, sentí una extraña sensación de anticipación, como si algo estuviera a punto de suceder. Y, para mi sorpresa, así fue.

Estábamos sentadas en la parte superior de las gradas, disfrutando de la ligera brisa, cuando lo vi. Eiden, caminando hacia nosotras con una expresión despreocupada, como si hubiera estado esperando este momento.

—¿Puedo unirme? —preguntó cuando llegó a donde estábamos.

Brielle y Noreen lo miraron con sorpresa, pero yo asentí, tratando de no parecer demasiado afectada por su presencia.

—Claro.

Él se sentó a mi lado, dejando apenas unos centímetros entre nosotros. Podía sentir la curiosidad de las chicas, pero decidieron sabiamente no decir nada.

—¿Te gusta este lugar? —preguntó Eiden, mirándome con interés.

—Es tranquilo. Me recuerda a los parques en Londres.

—Londres, ¿eh? —Sonrió ligeramente—. Debe ser difícil adaptarse a Nueva York después de vivir allí.

—Un poco —admití—. Pero hay algo en esta ciudad que me gusta.

Eiden asintió, como si entendiera exactamente a qué me refería.
—Nueva York tiene una forma de crecer en ti, ¿sabes? Como una canción que al principio no entiendes, pero luego no puedes dejar de escuchar.

Me reí, sorprendida por su metáfora.
—Eso es... poético.

—Tal vez soy más profundo de lo que aparento.

Nuestros ojos se encontraron, y por un momento, todo lo demás pareció desvanecerse. Era como si estuviéramos en nuestra propia burbuja, alejados del ruido y las miradas curiosas.

—¿Ya tienes planes para el fin de semana? —preguntó de repente, rompiendo el silencio.

—No, no realmente.

—Entonces, ¿qué tal si salimos a explorar la ciudad?

Brielle dejó escapar un pequeño sonido de sorpresa, pero Eiden ni siquiera la miró. Su atención estaba completamente en mí.

—¿Estás invitándome a una cita? —pregunté, tratando de sonar tranquila, aunque mi corazón latía con fuerza.

Él sonrió, esa sonrisa confiada que ya empezaba a conocer bien.
—Supongo que sí.

Por primera vez en mucho tiempo, no sabía qué decir. Pero, de alguna manera, sabía que aceptar sería el comienzo de algo que cambiaría mi vida.

—De acuerdo.

Eiden parecía satisfecho con mi respuesta, y no pude evitar sonreír al verlo. Mientras se levantaba para irse, se inclinó ligeramente hacia mí, susurrando lo suficientemente bajo para que solo yo pudiera escucharlo.

—Te dije que eras mi serendipia.

Y con eso, se fue, dejándome con un torbellino de emociones que no podía empezar a descifrar.

El silencio que dejó Eiden tras su partida se sintió pesado, pero a la vez lleno de electricidad. Brielle y Noreen intercambiaron miradas, claramente emocionadas y sorprendidas por lo que acababa de suceder. Fue Brielle quien rompió el silencio primero.

—Claire, ¿acabas de aceptar salir con Eiden Rosewood?

Me encogí de hombros, tratando de aparentar indiferencia, aunque sabía que mi rostro me delataba.
—Supongo que sí.

Noreen soltó una risa breve y divertida.
—¡Esto es enorme! Eiden es... bueno, es Eiden. Es el chico más popular del instituto, Claire. Y claramente tiene algo por ti.




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