El salón principal de los Johnson resplandecía bajo la luz dorada de las lámparas de cristal, pero Catherine apenas lo notaba. La fiesta, organizada con entusiasmo por sus padres, Antonio y Jennifer, en honor al cumpleaños número quince de Lucas, su hermano menor, parecía pasar ante ella como un espejismo.
—Cath, podemos ir a Viena estas vacaciones, ¿te imaginas lo increíble que sería? —dijo Eddy, su amigo de la infancia, con entusiasmo. —Cath... ¡Catherine!
—¿Qué...? Ah, sí, tienes razón, la fiesta es... fenomenal —respondió ella, aunque su voz era distante, nostálgica.
Eddy suspiró. Conocía bien a Catherine, lo suficiente para saber que su mente no estaba en Viena ni en las vacaciones, sino en algo mucho más oscuro y cercano.
Catherine bajó la mirada a su copa de vino, justo cuando su teléfono vibró con un mensaje inesperado.
"Cath, ven afuera. En los arbustos. Es urgente."
Era de Sabrina, su hermana mayor. Frunció el ceño. ¿Qué demonios estaba haciendo Sabrina afuera de la mansión en pleno festejo? La curiosidad pudo más. Sin pensarlo dos veces, dejó la copa sobre la mesa.
—Eddy, vuelvo en un momento. Voy al baño.
—Claro, Cath, yo mientras hablo con tu padre sobre esas inversiones.
Catherine apenas asintió, ya cruzando la puerta principal. La fresca brisa nocturna la envolvió, haciéndola estremecer ligeramente. Sabrina apareció de repente, con los ojos brillantes, y antes de que pudiera siquiera decir algo, la tomó del brazo.
—¡Ven conmigo! —dijo, arrastrándola sin previo aviso hacia la terraza exterior.
—¿Qué demonios está pasando? —preguntó Catherine, intentando soltarse. Era raro que Sabrina actuara con tanto misterio.
—Shhh... confía en mí, es... necesario. Solo ven.
Catherine sintió cómo una sensación de alarma se encendía en su interior. Esto no es nada bueno. El frío aire de la noche las envolvió mientras cruzaban la terraza. Justo cuando Catherine se dio vuelta para exigir respuestas, Sabrina ya no estaba.
—¿Sabrina? —murmuró, confundida.
Pero en ese instante, una mano firme la tomó por el brazo, deteniéndola en seco. Giró bruscamente y lo vio.
Marcos.
—Hola, Cath... necesitaba verte —dijo él, con esa voz grave que tanto le había estremecido en el pasado.
Marcos Ferreira. Seis meses habían pasado desde la última vez que lo había visto, pero seguía igual de apuesto. Vestido con un traje negro impecable que resaltaba su cuerpo atlético, parecía salido de otro mundo.
—No deberías estar aquí. Si mi padre te ve... te matará —murmuró Catherine, con una mezcla de miedo y una chispa de alegría contenida que no podía controlar.
—Lo sé, Cath. Pero no me importa. Solo quería verte... te he echado mucho de menos. —Abrió una pequeña cajita plateada, revelando un delicado collar con una mariposa y la inicial "C”. — Te traje esto. ¿Puedo?
Catherine, sin poder evitarlo, se quedó maravillada. Lentamente, se dio la vuelta, apartando su cabello rubio hacia un lado mientras Marcos le colocaba el collar. El contacto de sus dedos en su piel la hizo estremecer.
—Es hermoso, pero... —Catherine tragó saliva, intentando controlar la oleada de emociones que la invadían—... esto no puede seguir. Sabes que nuestras familias se odian y si...
No pudo terminar la frase. Los labios de Marcos cubrieron los suyos, robándole el aliento. El beso, al principio suave, se volvió intenso, cargado de todas las emociones reprimidas durante meses.
Catherine lo empujó, apenas separándose, con el corazón desbocado.
—Basta... —susurró— Esto no puede volver a pasar, Marcos.
Él presionó su frente contra la de ella, cerrando los ojos, como si ese contacto físico pudiera sostener la conexión que ambos estaban a punto de romper. Catherine sintió una lágrima rodar por su mejilla.
—No llores, amor —susurró él, limpiando su lágrima con el dorso de su mano—. Pronto podremos estar juntos, te lo juro.
—No, Marcos. Esto... nunca debió empezar. Y hoy... hoy le doy un fin.
El rostro de Marcos se tensó, pero mantuvo una sonrisa forzada.
—No puedes decir eso. Hemos luchado tanto por esto, he enfrentado a tu familia una y otra vez. No me digas que...
—Ya no es solo mi padre. Es... —Catherine bajó la voz, apenas un susurro—... ya no te amo.
Marcos soltó una risa incrédula, la sonrisa volviendo a su rostro como un escudo.
—¿En serio, Cath? No sabes mentir. ¿Y cuál es tu gran razón esta vez?
Catherine respiró hondo, luchando contra el nudo en su garganta.
—Porque... estoy enamorada de Eduardo.
La risa de Marcos se volvió más amplia, cargada de incredulidad.
—¿Eduardo? Ese tarado te puede amar todo lo que quiera, pero tú... tú no sientes nada por él. Vamos, Cath, no me hagas esto.
Intentó abrazarla, pero Catherine dio un paso atrás.