Lo que alguna vez fui

Frialdad

Me enseñaron a cerrar el corazón para abrirme paso en el mundo. No sabía que así también me cerraba a la vida.”

-Leandro-

De chico, todo era más simple. Corría por los jardines con la camisa fuera del pantalón, los codos raspados y el corazón liviano. Recuerdo la risa de Cristal, su voz clara cuando me llamaba por mi nombre como si fuera especial. Y quizás lo era. Ella lo hacía sentir así. Pero yo era solo un niño. No entendía nada más que el juego, la complicidad, la costumbre de tenerla cerca.

Mi padre decía que ser amable era perder poder. Que un hombre fuerte no se deja llevar por emociones, porque ahí es donde lo golpean. Crecí con esas ideas martillándome la cabeza. “La ternura debilita. El afecto confunde. Lo importante es el control.” Lo repetía como un rezo. Yo lo creí. Me formé bajo su sombra, queriendo ser un reflejo suyo… o tal vez solo quería ser digno de su respeto.

Poco a poco, aprendí a desconectarme. Dejé de mirar con ternura, de confiar, de mostrarme. Me volví eficiente, inteligente y frío. Un hombre de negocios, como él quería. Y en ese proceso… me alejé de todo lo que representaba emoción. Incluso de Cristal.

Ella siguió ahí. Siempre cerca, como una constante amable en medio del ruido. Pero mientras más me esforzaba por seguir el camino que me trazaban, más me distanciaba de las cosas que me hacían sentir. Y Cristal me hacía sentir.

En la adolescencia apareció Cecilia, una chica brillante, popular y decidida. No fue amor. Fue una estrategia. Ella me daba lo que mi padre valoraba: imagen, presencia e impulso social. Me enseñó a destacar, a hacerme ver. Me hizo creer que podíamos construir algo juntos. Tal vez sentí algo. Tal vez confundí la ambición compartida con algo más.

Cuando se fue, dijo que no podía con la distancia emocional que yo le imponía. Que no era el hombre que ella necesitaba. Pero antes de marcharse, me dejó una última joya envenenada: me insinuó que Cristal estaba detrás de todo, que no quería admitirlo pero que ella me importaba. Pero, que era una oportunista. Que siempre tuvo interés en mi apellido más que en mí.

Y yo le creí. Porque me convenía creerlo. Porque sentir algo por Cristal era reconocer que había fallado. Y yo no podía fallar.

Por eso, cuando mis padres me pusieron entre la espada y la pared, cuando amenazaron con quitarme el control de la empresa si no me casaba con Cristal, no lo vi como una presión familiar. Lo vi como una traición suya.

Firmé el contrato sin discutir. Pero cada trazo de tinta fue un grito interno. Yo no elegía, me forzaban. Y ella… ella estaba allí, firme, silenciosa, aceptando el trato.

Entre susurruros le dije— No creas que esto cambia algo entre nosotros — y me fui.

La odié por eso. No por lo que hizo, sino por lo que me hizo sentir. Porque si me afectaba, era porque aún había algo dentro de mí que se conmovía cuando la miraba. Y eso… eso era imperdonable.



#5193 en Novela romántica

En el texto hay: libertad, redención, amor

Editado: 24.06.2025

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