Lo que aprendí de ti

¿Eres tú?

Desde bien temprano en la mañana preparé el regalo con mucho entusiasmo. El otro día, cuando el padre de Taís me dijo que cualquier cosa que le obsequiara le gustaría a su niña y que yo era como su ángel, se me ocurrió buscar entre mis recuerdos y darle algo muy especial para demostrarle cuánto la quiero.

El dije es una de las pocas cosas que guardo de mi pasado. Cuando viajé a Alemania, decidí empezar de nuevo, y eso incluía no llevar nada conmigo, nada que me recordara a la antigua Carolina. Pero ese dije era algo que no podía soltar, y no tanto porque fue de mi madre, sino porque me recuerda a Rafa, a mi ángel en la tierra.

Se me ocurre dárselo a Taís porque ella es una chica especial y fuerte. La admiro, la admiro con todas mis fuerzas por ser tan decidida, tan limpia de corazón, tan sana y trasparente. Es una chica, que al igual que yo, se ha quedado sin madre a temprana edad, pero que, a diferencia de mí, no ha tenido que enfrentarse a todo lo horrible que tuve que vivir yo.

Supongo que es obra de su padre, por eso lo admiro también a él y tengo una enorme curiosidad por conocerlo. Me pregunto qué habría sido de mí si mi padre hubiese sido como él.

De todas formas, a esta altura de mi vida ya he aprendido a no culpar a los demás por mis desgracias. Es cierto que mi padre debió intentarlo con más fuerza, que no debió golpearme, que no debió abandonarme de la forma en que lo hizo, pero esas son sus culpas y sus errores, no los míos. Y yo no tengo poder sobre ellos, solo tengo poder sobre lo que aquello provoca en mí. Él ya ha causado demasiado daño en mi vida como para seguir rumiándolo. Ya lo he superado desde hace muchos años.

Taís es una chica adorable, y algo en ella me recuerda mucho a Rafa. Quizás eso es una locura, pero hay un brillo en sus ojos, en su sonrisa, o quizá en su forma de hablar, no lo sé con exactitud, pero hay algo de él en ella, aunque no sé bien qué es.

Pienso que todas las personas que entran a nuestra vida, dejan algo en ella, y Taís llegó para infundirme fuerzas justo en el momento en que debía comenzar de nuevo. Ella me permitió —y todavía me permite— saldar mis deudas con la vida, devolviéndole a ella un poco de lo que yo recibí.

Cuando yo era joven, Rafael fue quien iluminó mi mundo, y yo quiero hacer lo mismo por Taís. Porque no quiero verla caer y deprimirse solo porque su sueño se ve truncado. No quiero verla apagarse. Así que brindarle mi amistad y crear el salón de baile son cosas que hago con mucho amor para alguien que da alegría y color a mi vida.

Cuando recién llegaba de Alemania, tenía mucho temor a la soledad y a los recuerdos. Entonces, ella entró a mi vida con su algarabía y con su juventud, con su madurez y con su inocencia. En cierta forma, y aunque ella suele decirme que aprende mucho de mí, soy yo quien aprende de ella.

Le pregunto a Lina dónde está Taís. Ella me señala el estudio, sin quitarle la vista a la televisión. Ella y yo nos hemos hecho grandes amigas, confidentes, nunca antes había tenido una amiga real y, aunque al principio tuve miedo, creo que vale la pena. Ambas hemos pasado por cosas similares y nos apoyamos mutuamente. Hasta eso trajo Taís a mi vida, pues la conocí gracias a ella.

Cuando llego al estudio, la veo llorando. Me mira y me enfrenta. Está enfadada… ¿o triste? Ya revisó mis regalos, lo sé porque los tiene en sus manos. Pero no lo entiendo, ¿por qué actúa así? Me dice algo sobre que él tenía razón, sobre que yo genero amor y odio. ¿De qué me habla? ¿Quién es él?

Sale de allí alterada y nerviosa, no la sigo porque, cuando voy a hacerlo, me quedo de piedra al ver algo sobre el escritorio. ¡Es mi libro! ¡El libro que Rafa me había regalado por nuestro aniversario! Me acerco con miedo y lo tomo en mis manos, tiemblo. ¿Qué hace este libro aquí? Lo abro y paso los dedos por mis viejos trazos. Imágenes, recuerdos, palabras se derraman en mi mente como si se hubiera abierto el grifo de una canilla que estaba cerrada y que ahora fluye con fuerza. Las lágrimas caen sin piedad cuando mi mente busca una explicación al porqué Taís tiene ese libro en su poder.

«Él tiene razón. Generas amor y odio…». Su voz retumba en mis pensamientos. ¡Ella conoce a Rafael! Y entonces, recuerdo los mensajes que intercambié con su padre días atrás.

«Perdón… ¿Me podría decir su nombre para poder hacer esto menos formal?», pregunté.

«Rafael. Un gusto».

¡No es posible! Rafa no puede tener una hija de esta edad.

Pienso, lloro. Y, en mi desesperación, finalmente, lo recuerdo. Recuerdo que Rafael cuidaba a su sobrina, a la hija de su hermana drogadicta.

Apenas lo tengo claro, salgo corriendo.

—¿Nika? ¿Qué sucede? —pregunta Lina que, junto a Paty, me miran confundidas—. Taís acaba de salir muy alterada.

—¡Vamos! Sigámosla, después les explico.

No sé a dónde fue, pero no puede correr, así que no debe estar lejos. No quiero que le suceda nada. Las chicas me siguen; juntas, bajamos, decididas a alcanzarla.

Miramos de un lado al otro de la calle y la vemos en la esquina, está con un hombre. Mi corazón se agita y, aunque no puedo verlo pues ella lo cubre, sé que es él.

Las tres corremos hacia Taís, que se voltea para pedir ayuda. Algo le sucede a Rafael.



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En el texto hay: maltrato, mentiras, bulimia

Editado: 03.03.2020

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