Lo que aprendí de ti

Cayendo de nuevo

Llevamos varias horas aquí, el doctor salió hace un rato para informarnos que Rafa sufrió un Accidente Cerebro Vascular Isquémico. Dijo que, por suerte, fue traído a tiempo porque cuanto más rápido se atienden esas cosas, es mejor.

Estoy asustada, el médico no ha dicho mucho más; Rafa sigue en observación y ha sido trasladado a la unidad de terapia intensiva. Nos explicaron que las primeras cuarenta y ocho horas son determinantes, pero que, al parecer, él está reaccionando bien al medicamento que le han administrado. El resto de la información técnica ya no la pude entender. En mi cabeza, un ACV es grave, lo sufrió un primo de mi tía hace muchos años atrás y falleció. Estoy muy asustada.

Taís llora desde que el médico se retiró, Lina y Paty intentan calmarla. Yo tengo un montón de sentimientos que me atormentan por dentro. Por un lado, quiero abrazarla, decirle que todo estará bien, que Rafa es fuerte y que saldrá adelante, pero sé que ella no quiere que me acerque. De vez en cuando me dedica miradas tristes y llenas de dolor. También me siento culpable, las palabras de Taís retumban en mi mente, me duele que Rafa no haya encontrado la felicidad y que, según ella, eso sea por mi culpa. Me siento muy culpable, me siento horrible. Tengo miedo. El miedo a perderlo me quema el alma; por más que sé que hace años lo perdí, no puedo aceptar que se vaya para siempre… no… no puedo.

Las lágrimas vuelven a fluir de mis ojos y se derraman sin piedad por mis mejillas. Lina me observa en la distancia y me regala una sonrisa triste. Se levanta como para venir junto a mí, pero niego y, con un gesto, le pido que se quede con Taís. Entonces, me pongo de pie y, con mi libro en mano, camino hacia otro sitio. Necesito aire, necesito alejarme de aquí por un segundo.

Voy sin rumbo hasta llegar a una pequeña capilla en el tercer piso del hospital. Aquí reina la calma que necesito, la paz que ansío recuperar. Me siento en la primera banca, solo hay cinco hileras, y miro a la cruz tallada en madera que cuelga de la pared.

«Sálvalo, él no se merece esto. Taís tampoco. Si necesitas un alma, toma la mía».

Me quedo en silencio por un rato. Luego, miro el libro que tengo en mi mano. Lo abro en el prólogo y lo leo. Tengo la extraña necesidad de revivir el pasado que está escrito aquí.

ji

Aún recuerdo la idea original que tenía para escribir este libro. Quería que fuera una novela de fantasía sobre ángeles y demonios, sobre el fin del mundo, sobre la destrucción de la tierra, sobre demonios sueltos, sobre los pocos sobrevivientes y sobre una pareja capaz de sortear todos los obstáculos.

Ella, una simple muchacha humana con un don especial: la capacidad de ver a su ángel de la guarda.

Él, un ángel del rango de los guardianes que, al ser visto por la chica a la que debe cuidar, entabla con ella una relación de amistad entrañable.

En esa historia, Dios está enfadado porque ya no existe amor en el corazón de ninguno de los humanos, además, está anonadado por el grado de depravación y por la destrucción existente en la tierra, por eso decide castigar a los hombres. Y lo hace al enviar un cataclismo que eliminará a la raza humana. Pero, antes de destruirlo todo, dejará a algunos seres humanos —los más podridos y dañados—, a merced de los demonios liberados sobre la tierra. Así la oscuridad, la devastación, el hambre, las pestes y toda clase de dificultades caerán como un gran castigo sobre la faz de la tierra.

Cuando el ángel se entera de esto, y en la desesperación de no querer ver morir a su protegida, decide esconderla para que nada le suceda el día del cataclismo. Entonces, el ángel que ha actuado por el amor que siente secretamente por ella, es buscado por los otros ángeles y por los demonios; los primeros para castigarlo enviándolo al infierno por desacatar las órdenes, y los segundos para acabar con su alma angelical y poderosa.

Los demonios los encuentran primero y pretenden matarlos a ambos, pero la joven ofrece su vida por defender al ángel. Entonces, Dios se da cuenta de que aún hay un alma que siente amor verdadero y decide enviar a sus arcángeles a salvar al ángel y a su protegida.

Ambos son llevados directamente a la corte divina donde Dios bendice su amor y decide casarlos frente a todos los habitantes del cielo. El ángel y la humana, con su amor bendito, serán entonces los encargados de crear la nueva raza de habitantes de la renovada tierra.

Esa era la historia que tenía en mi cabeza cuando era joven. Había investigado miles de libros sobre ángeles y demonios, sobre religiones y creencias. Todo estaba ya encaminado, pero entonces mi mundo colapsó y todos mis sueños se vieron destruidos.

En algún punto, me di cuenta de que cada uno de nosotros tiene su propio fin del mundo. Para la gran mayoría, el fin del mundo llega el día de su muerte. Pero, para otros, como para mí, llega incluso antes.

Yo era como esa tierra, llena de podredumbre y devastación, llena de vicios y de desamor. Resultado de una vida de abandono y de maltrato. Mi mundo simplemente colapsó.

Lo que en ese momento no entendí era que siempre hay una salida de emergencia, aunque a veces estemos tan hundidos en el fango de los problemas que simplemente no la vemos.

Yo tuve un ángel, uno muy tangible. Uno que se preocupó por mí, que me cuidó y que me levantó. Uno que me escondió de todo cuando la devastación amenazaba con acabar con mi mundo. Pero yo no fui tan inteligente como mi protagonista. Yo no ofrecí mi alma por él, al contrario, dejé que él perdiera la suya a causa de mis propios demonios. Yo no tuve el don de mi protagonista que lo supo ver desde pequeña.



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En el texto hay: maltrato, mentiras, bulimia

Editado: 03.03.2020

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