El frío ya no está. No hay agua. No hay presión en mi pecho. No hay corriente arrastrándome.
Abro los ojos y me encuentro en un espacio vacío, un abismo de sombras y ecos. No hay suelo, pero me sostengo. No hay luz, pero veo. Todo es un gris infinito, un lugar suspendido entre lo que fue y lo que nunca será.
Y entonces, lo veo, está de pie frente a mí, con las manos en los bolsillos y esa sonrisa ladeada que solía desarmarme. Su silueta es nítida, su rostro es el mismo de siempre, pero algo en él es diferente. No brilla. No respira. No es real.
—Tanto tiempo —dice, con una voz que me acaricia como un eco lejano.
Mi corazón se aprieta. No doy un paso hacia él. Sé que no es él.
—No estás aquí. - él ladea la cabeza, divertido. —Claro que lo estoy. Me llamaste, ¿no?
Cierro los ojos. Me siento pesada, como si algo dentro de mí supiera lo que significa este lugar. Este no es el presente. Este no es el mundo real.
—No te llamé.
—Entonces, ¿por qué estoy aquí? —Su tono es ligero, como si todo esto fuera una conversación trivial.
Aprieto los puños. —Porque me estoy ahogando.
Un silencio. Su expresión cambia. La sonrisa se desvanece, y por primera vez, lo veo como realmente es: un reflejo, un eco, un fantasma de algo que ya no existe.
—No te ahogues por mí —dice, y por un momento, parece que de verdad le duele.
Pero no es él.
No es él.
Lo sé porque su mirada ya no calienta, porque su voz no vibra en mi pecho como antes. Es un susurro, un suspiro de lo que fue, un recordatorio de todo lo que se quedó atrás y aún así, lo miro. Porque duele dejarlo ir.
—¿Por qué viniste? —pregunto, mi voz quebrándose.
Él se encoge de hombros. —Porque aún me guardas aquí. Porque aún no decides.
—¿Decidir qué?
—Si me dejas ir.
Mis labios se separan, pero no hay respuesta.
Entonces, el mundo se rompe.
Los recuerdos caen sobre mí como una tormenta.
Flash.
—Siempre corres demasiado rápido —su risa se pierde en el viento mientras intenta alcanzarme.
Me giro, burlona. —Y tú siempre llegas demasiado tarde.
Sus ojos chispean, su mano atrapa la mía. El contacto me electriza.
Flash.
Su aliento contra mi cuello. —No me olvides.
Flash.
—No puedes seguir esperándome para siempre —su voz es un susurro rasgado, un filo que corta profundo.
Mi corazón se encoge. —Nunca te pedí que te fueras.
Pero lo hizo. Dios, lo hizo.
Cierro los ojos. Lo intenté.
Juro que lo intenté.
El aire vuelve a llenarse de sombras. Lo miro, y sé la verdad.
—Tú no eres él —susurro.
Su expresión no cambia, no intenta convencerme de lo contrario porque él nunca mintió.
—No —dice, con suavidad.
Mis ojos arden. Algo dentro de mí se rompe. Es hora de elegir.
—¿Me dejarás ir? —pregunta.
Y no sé la respuesta. Aún no.
Aún no.