Lo que dejé en el Agua

Capítulo 6: El dolor

No sé cuánto tiempo llevo aquí.

El agua se ha ido. La sensación de ahogo, la caída, la desesperación… todo se ha transformado en otra cosa. Ahora estoy de pie en la nada. Un vacío que se extiende en todas direcciones, oscuro, frío, silencioso y él está frente a mí.

No es él.
No puede serlo.
Pero su rostro es idéntico. Sus ojos son los mismos que solían mirar dentro de mí con una ternura feroz, con esa intensidad que me hacía sentir como si fuera el único punto fijo en su universo.

—No deberías estar aquí —susurra.

Su voz es un eco dentro de mi pecho.

Mi piel se eriza. Cada fibra de mi cuerpo reconoce este momento.
Es un déjà vu violento. Como si ya hubiera pasado antes, pero esta vez es diferente. Esta vez duele más.

—Siempre estuve aquí —respondo. Mi voz suena hueca, lejana.

Él parpadea. Una mueca de algo que parece culpa cruza su rostro.

—Sabes que eso no es cierto.

Me río. Un sonido roto, vacío.

—Entonces dime. ¿Dónde estuve todo este tiempo?

No responde. No puede. Porque ambos sabemos la verdad.

Siempre fui yo quien esperó.
Siempre fui yo quien guardó pedazos de algo que ya no existía.

Y de repente, el peso me golpea como un puñetazo directo al pecho, dejándome sin aliento.

La verdad.
Cruda, insoportable, devastadora.

—Duele —susurro.

Él baja la mirada.

—Lo sé.

—No, no lo sabes —mi voz se quiebra—. No tienes idea de lo que se siente. De llevarte dentro, de verte en cada sombra, en cada lugar donde nunca estás. De esperar… esperar… y esperar…

Camino hacia él. Mis pasos resuenan como golpes sordos en la nada.

—Duele saber que lo diste todo por alguien… y que ese alguien jamás pensó en ti de la misma forma.

Levanto la mano.

No quiero tocarlo. Solo quiero sentir si es real.

—Duele —repito, y ahora hay lágrimas. Lágrimas que queman, que arden en mis mejillas como fuego líquido—. Duele porque sigues aquí… aunque ya no deberías estarlo.

Él no se mueve. Deja que lo enfrente y es en ese instante cuando me doy cuenta de lo que realmente está pasando.

No es él quien me retiene.
Soy yo.

Soy yo la que lo ha traído a este espacio.
Soy yo la que no ha sabido soltarlo.

El aire cambia. Un viento inexistente sopla a nuestro alrededor, como si el universo mismo estuviera conteniendo la respiración.

Él levanta la mano, reflejando mi gesto. Su piel nunca toca la mía.

—No soy yo a quien sigues amando —murmura.

El suelo se hunde bajo mis pies.

—¿Qué…?

—Amas la idea de lo que fuimos. La posibilidad de lo que podríamos haber sido. Pero eso ya no existe. Nunca existió realmente.

Su voz es un puñal.

—Cállate.

—¿Por qué?

Sus ojos me sostienen. Son los mismos de siempre, pero ya no brillan.

—Porque si dices la verdad… entonces todo lo que creí, todo lo que sentí… —mi aliento se corta—… nunca fue real.

Él me mira con infinita tristeza.

—Tú fuiste real.

Un sollozo se me escapa de los labios. Me doblo sobre mí misma, sintiendo cómo la herida que había ignorado todo este tiempo se abre de golpe.

Y el dolor es un huracán, una tormenta que arrasa con todo, que me deja sin piel, sin escudos, sin mentiras.

Me destruye.

Pero….. sin comprenderlo también me libera.

Él retrocede. Su figura comienza a desvanecerse, a disolverse como polvo en el viento.

—No quiero seguir aquí —digo.

Esta vez, lo digo en serio.

Y el reflejo de lo que alguna vez fue…
Simplemente desaparece.



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En el texto hay: amor, desicion, dejar ir

Editado: 07.04.2025

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