El aire entra en mis pulmones con la violencia de un relámpago, un jadeo rasga mi garganta, como si el mundo entero me empujara de vuelta a la superficie, como si la vida se negara a soltarme.
Pero solo se asoma en mi el pensamiento.. Estoy viva…
…..
Abro los ojos. La luz es insoportable. Un zumbido se clava en mis oídos, y mi piel se siente demasiado fría, demasiado rígida, como si mi cuerpo aún no entendiera que sigo aquí.
¿Aquí?
Parpadeo, desorientada.
Ya no hay agua, ya no hay oscuridad envolviéndome. En su lugar, el techo blanco de una habitación me observa con su indiferencia estéril. Las paredes tienen ese color pálido que solo existe en los hospitales, el olor a desinfectante se filtra en mis fosas nasales, y el sonido intermitente de una máquina me recuerda que mi corazón sigue latiendo.
¿Cómo?
Intento moverme, pero mi cuerpo protesta con un dolor sordo. Algo aprieta mi muñeca: un suero conectado a una vía intravenosa.
Estoy en un hospital.
Un escalofrío me recorre la espalda.
¿Fue real?
La caída.
La sensación del agua tragándome.
El reflejo de él, mirándome como si aún quedara algo que salvar.
Mis dedos buscan mi pecho, como si pudiera encontrar ahí la prueba de lo que pasó. Pero solo hay mi piel húmeda del sudor, fría, marcada por la batalla entre la vida y la muerte.
Cierro los ojos con fuerza.
No, no quiero recordar.
Porque si recuerdo, tengo que aceptar que lo vi.
Que hablé con él.
Que lo solté.
Y que al final, elegí vivir.
El aire me duele al respirar. Cada bocanada es un recordatorio de que mi historia no terminó en ese puente, de que mis pies encontraron el filo, pero no la caída definitiva.
Entonces, ¿por qué se siente como si hubiera muerto una parte de mí?
Un sollozo queda atrapado en mi garganta, pero me niego a dejarlo salir.
No ahora. No cuando aún estoy tratando de entender qué significa despertar en un mundo donde él ya no existe, en un presente donde su sombra no me sigue, en una realidad en la que debo seguir adelante sin él.
Mis manos se cierran en puños sobre las sábanas frías.
No sé cómo hacerlo.
No sé cómo volver a ser yo.
Pero aquí estoy.
Viva.
Y por primera vez en mucho tiempo… sin él.