Capítulo 10: El comienzo

El amanecer se filtra por las cortinas de la habitación, no es un sol radiante ni cálido es pálido, tímido, como si también dudara en cruzar la línea entre la noche y el día.

Parpadeo lentamente aun con el rastro de la lágrimas en la mejilla, dejando que la luz toque mi piel, dejando que la realidad me envuelva.

Estoy viva.

La frase se repite en mi cabeza, como un eco persistente, no como una celebración, sino como un hecho innegable. Estoy aquí. Mi corazón aún late, mis pulmones aún se llenan de aire, mi cuerpo aún duele con la prueba de que existo.

Ayer, en la neblina de mi mente, creí verlo. Creí escuchar su voz, sentir su tacto, caer en su abrazo. Pero ahora lo sé.

Siempre fui yo.

Sujeté mi propia mano en la oscuridad.

Me sostuve cuando pensé que no había suelo bajo mis pies.

Me susurré las palabras que necesitaba escuchar.

Y ahora, estoy aquí.

Una enfermera entra en la habitación con una sonrisa profesional, mecánica, como si hubiera repetido ese gesto cientos de veces antes. Me pregunta cómo me siento.

No sé qué responderle.

Porque no lo sé.

Porque la tristeza sigue enredada en mis huesos, la nostalgia sigue pesando en mi pecho. Porque la pérdida no desaparece solo porque la hayas aceptado.

Pero también hay algo más.

Algo nuevo.

Un espacio vacío donde antes estaban el miedo y la desesperación, no sé qué llenará ese espacio. No sé qué vendrá después de este momento.

Pero por primera vez, no tengo prisa en averiguarlo, cierro los ojos, inhalo profundamente y suelto.

Suelto su voz en mi cabeza.
Suelto su sombra en mis sueños.
Suelto la culpa, la rabia, la melancolía sofocante.

No lo olvido.
Nunca lo olvidaré.

Pero dejo de aferrarme a algo que ya no existe.

Cuando abro los ojos, el sol se ha vuelto un poco más cálido, un poco más real y yo, por primera vez en mucho tiempo, me permito sentirlo.