2 El portal de beber ANAELIA
—No es justo —se quejó de nuevo Carlos Alberto mientras Angelines le retocaba la joroba, fabricada con dos cojines que, para ser low cost, estaban muy conseguidas.
Lo habíamos vestido completamente de color marrón —leotardos y camiseta de cuello alto— y le habíamos acoplado la joroba con unos tirantes que pasaban por sus axilas, como una mochila.
—O te vistes de camello o del tío cagando —insistió Ma, que decía que un portal de belén no era un verdadero portal si no estaba el tío cagando.
—¡Ni muerto!
—¡Pero si es lo mejor del portal!, ¡el verdadero protagonista! ¿Quién no busca a ese hombre que evacúa entre todas las figuritas? —Me miró, buscando mi aprobación. Yo me encogí de hombros.
—Anaelia, ayuda —me pidió desesperado mi minicolombiano mientras la Apisonadora le estrangulaba los sobacos, apretando mucho los tirantes para que la joroba no se tambaleara.
—Yo ya os he dado los papeles que os toca representar. Has tenido suerte de poder escoger entre dos.
—Otros no han corrido la misma fortuna —reprochó Kenrick desde el sofá, mirando al frente, con su barba pelirroja de Gaspar, su gran traje largo y la corona acoplada. De vez en cuando escupía pelos, pero, quitando eso, todo iba bien. O casi todo.
—¡En el portal de beber, hay estrellas, sol y luna, pero con esta botella whiskey, yo ya no veo ninguna! Ande, ande, ande, la marimorena... —cantó Patrick a viva voz, botella de whiskey en mano y remangándose el traje de Melchor para bailar al estilo de rumba.
El Pulga y el Linterna corrieron a su lado para tocarle las palmas. El primero, vestido de estrella, que chocaba con todo a su paso, y el segundo, de Ángel Gabriel.
—Amigou alemán, ¡qué simpático! —exclamó ilusionado el Linter, acercándose más de lo permitido por Angelines y aprovechando el raro estado de mi amigo.
—Patrick, ¡ya! —le gritó su prometida, arrancándole la botella de las manos.
—Eres el amor de mi vida, fierecilla. —El alemán le robó un beso rápido—. Tú y mi hijo Elegir.
—¡Elijah! —lo corrigió con coraje, porque desde que había aceptado la decisión de ella, estaba practicando con el nombre—. No puedo creerme que no te sepas el nombre de tu hijo, ¡ni que hayas bebido tanto! Dijiste que solo era una copa, para combatir los nervios y la vergüenza.
—¡Po haberle puesto Sergio o Pepe, como ha hecho mi amigo Gaspar! ¡O José! Mira, José es muy español y muy facilito, si no quieres que tenga nombre alemán.
—Hablando de José —dije, mirando alrededor—. Jony todavía no ha llegado, ¿no?
—¡No! Y estoy sin pareja —protestó Xurdana, apareciendo en el salón con Pepe en brazos, vestido de niño Jesús. Era la Virgen María. Y qué extraño se veía todo... Una virgen con pelo interminable hecho rastas. No dejaba de pensar en el momento en el que Cayetano la viese. Además, con tal de joder, la vasca había aceptado aquel papel con una sonrisa de oreja a oreja.
—Dime niñooo, de quién ereees, todo vestidiiito de blancooo. ¡Soy de la Virgen Marííía y del Espíííritu Santooo! —cantó Patrick, y el Pulga comenzó a tocar una pandereta mientras el Linterna levantaba las manos mucho y se ponía a bailar una especie de sevillana rara. De vez en cuando lo escuché decir «Olé olé».
—¿De dónde ha sacado ese señor pequeño una pandereta? ¡Que alguien se la quite, por favor! —protestó Carlos Alberto, que estaba un poco irascible con la joroba.
—Tranquila, seguro que llegará a tiempo —tranquilicé a la vasca—. Los demás, ¿todos listos?
—Sí —me respondió Ma, sacando a nuestros bichitos bonitos.
Boli era la vaca, pintada de manchas negras; Roberto, el buey, con los cuernos acoplados y amarrados con una cinta ancha alrededor de la cara, y Azucena y Vladimir, pequeños renos vestidos de verde, llenos de cascabeles y con sus correspondientes diademas colocadas. Los habíamos atado a todos a una misma cadena para poder manejarlos mejor y que no se nos perdieran. No disfrazamos a Faraona porque ir cabalgando sobre la yegua hasta el centro comercial iba a resultar un poco extraño. Pero de burro que lleva a la virgen habría quedado que ni pintado. El último en aparecer en escena fue Cous Cous, que llevaba un gorro de Papá Noel con luces de discoteca y un traje en el que ponía «El chucho más molón». Arqueé las cejas y miré a Ma. Mi amiga negó y sus ojos se posaron en Angelines.
—¿A ti la decoloración te ha dejado más tonta que a Ma cuando se tiñó el pelo de blanco?
—¿Qué pasa? —Desvió la mirada de su alemán y me contempló con mala cara. Señalé a Cous Cous.
—¡Va con un puto gorro de Navidad!
—¿Y en qué época estamos? —Encima se hizo la ofendida.
—¡Que vamos a hacer un montaje de Reyes Magos, coño! Cayetano nos mata —murmuré esto último.
—¡Qui vimis i hicir in mintiji di Riyis Migis, ciñi! Anda y que Cayetano se toque los cojones. No tenía más ideas para Cous Cous. Era eso o vestirlo de un montón de paja. Y lo segundo no era viable. Cualquiera le pega al chucho la paja palito a palito, con el genio que gasta.
Puse morritos y opté por dejarlo correr y no hacerle caso. Bastante nerviosa estaba ya como para que encima saliese algo mal.
Nosotras tres éramos los pajes, los ayudantes de los tres Reyes Magos. Que hablando de ellos, faltaba Baltasar.
—¿Dónde está Alejandro? —pregunté, comenzando a ponerme histérica.
¿Es que no podíamos hacer nada bien y de una vez? Primero se habían quejado por tener que montar un belén, después que si Cayetano iba a enfadarse, ya que solo nos había pedido los tres Reyes y unos pajes, que no era necesario tanto, que qué tenía que ver una cosa con la otra y que por qué representábamos todo aquello. Pues no lo sabía, pero nos lo habían pedido y habíamos aceptado. Y uno, o se disfraza en condiciones, o no lo hace. Coño ya. Y, segundo, el perro por ahí, disfrazado de Papá Noel y cubierto de luces. Para mear y no echar gota era aquello.