Lo que florece entre nosotros

Primavera para dos

El sol de primavera se colaba por las ventanas del Instituto Seoyeon, iluminando los pasillos como si cada rincón anunciara un nuevo comienzo. Las flores de cerezo danzaban con la brisa y pintaban de rosa suave el ambiente. Para Ayla, ese día no solo era el inicio de su último año escolar, sino el comienzo de algo que aún no podía imaginar.

Ayla era de esas chicas que amaban los detalles pequeños: los marcadores de colores, las nubes con formas curiosas, los libros con páginas amarillentas y las libretas con tapas suaves. Discreta, dulce, con una mirada curiosa y tranquila, solía pasar los descansos escribiendo frases bonitas en su diario o tomando fotos de las flores del jardín.

Mientras caminaba hacia su salón, con su mochila azul claro a la espalda y los audífonos colgando de su cuello, alguien tropezó con ella al girar en la esquina. Ayla retrocedió con un pequeño “¡Ah!” que se perdió en el murmullo del pasillo.

—¡Lo siento! —dijo la voz de un chico, clara y suave, como una canción en medio de la lluvia.

Ayla levantó la vista y lo vio. Tenía el uniforme un poco desordenado, el cabello oscuro ligeramente alborotado por el viento y una sonrisa tímida que parecía pedir disculpas sin decir mucho más. Llevaba en la mano una cámara compacta, similar a la de ella, colgada al cuello.

—No fue nada —respondió Ayla, acomodando su suéter mientras lo miraba con curiosidad—. ¿Eres nuevo?

—Sí… me llamo Fis —respondió con un leve gesto de saludo—. Recién me mudé aquí hace una semana. ¿Tú eres…?

—Ayla —dijo, sintiendo un pequeño cosquilleo en el pecho.

La campana sonó y ambos se miraron con una sonrisa breve antes de irse por caminos distintos. Pero algo en esa mirada, en esa coincidencia, les dejó la sensación de que volverían a encontrarse.

Y no tardó en suceder.

En la siguiente clase de literatura, Fis se sentó justo en la fila detrás de Ayla. El profesor, al ver su cámara, preguntó si le gustaba la fotografía, y cuando Fis respondió que sí, Ayla giró apenas la cabeza y le sonrió. Él le devolvió el gesto.

Desde ese día, los momentos compartidos empezaron a multiplicarse: coincidían en el club de arte, compartían almuerzos bajo los árboles y, sin decirlo directamente, buscaban estar cerca el uno del otro sin que pareciera demasiado evidente.

Fis era diferente. No hablaba mucho, pero cuando lo hacía, decía cosas que hacían pensar. Le gustaban las películas antiguas, los documentales de naturaleza y tomarle fotos a las cosas que otros ignoraban: una hoja con gotas de rocío, una sombra proyectada en la pared, un par de zapatos viejos abandonados en la cancha.

Ayla se sentía tranquila con él. No tenía que fingir nada, no tenía que hablar mucho ni impresionar. Solo estar. Y eso era suficiente.

Una tarde, después del club, Ayla se quedó ordenando pinceles cuando Fis se acercó con dos botellas de té helado.

—Pensé que te vendría bien —dijo, extendiéndole una.

—Gracias… —ella tomó la botella con una sonrisa—. ¿Siempre eres tan detallista?

—No —respondió, bajando la mirada—. Solo cuando algo… o alguien me importa.

Ayla no supo qué decir, pero su corazón comenzó a latir un poco más rápido. No de esos latidos agitados por los nervios, sino de esos que uno tiene cuando sabe que algo bonito está comenzando.

Fis se sentó a su lado y estuvieron en silencio, viendo cómo el sol caía lentamente por la ventana. Era el tipo de silencio que no incomoda, sino que acompaña.

—¿Puedo tomarte una foto? —preguntó él de repente.

—¿Ahora? —rió Ayla, sorprendida.

—Sí. Quiero recordar este momento. Así como es.

Ella asintió sin decir nada y miró hacia la luz. Fis tomó la fotografía, y cuando bajó la cámara, sus ojos se encontraron. No había prisa, no había dudas, solo una conexión sincera, pura… como la primavera.

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🌸 Frase final del capítulo:
A veces, el amor no llega como un huracán. A veces, llega como una brisa suave que simplemente… te hace quedarte.




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