La rutina escolar volvió a envolver a Ayla como una manta tibia: clases, tareas, almuerzos al aire libre, tardes en el club de arte… y, desde hace poco, la compañía cada vez más constante de Fis.
Pero aquella mañana, algo cambió el ritmo habitual.
—¡Aylaaa! —gritó una voz chillona y alegre desde la entrada principal del colegio—. ¡Dime que trajiste el almuerzo porque me olvidé del mío otra vez!
Era Lina, su mejor amiga desde primaria. Extrovertida, dramática y siempre llena de energía. Su cabello rizado parecía una tormenta de chocolate, y sus carcajadas eran conocidas por todo el edificio.
Ayla sonrió con ternura. Aunque parecían polos opuestos, Lina era su otra mitad. Ella era la chispa en sus días grises, la risa cuando todo parecía caer.
—¡Obvio que traje! Te conozco demasiado, desastre ambulante —respondió Ayla, levantando su lonchera.
—¡Te debo la vida otra vez! —exclamó Lina, colgándose del brazo de su amiga—. ¿Y qué tal el nuevo? ¿Fis, cierto? ¿Ya intercambiaron cartas de amor?
—Lina… —Ayla rodó los ojos con una sonrisa, pero sus mejillas se tiñeron de un rosa suave.
—¡Lo sabía! ¡Ese “no” inseguro es un sí con disfraz! —bromeó Lina justo cuando alguien les pasó al lado.
Era Nico, el amigo protector de Ayla. Alto, con una voz profunda y una mirada que parecía escanear todo a su alrededor, como si siempre estuviera listo para detectar cualquier problema. Había crecido con Ayla, y aunque no hablaba mucho, su lealtad era inquebrantable.
—¿Lina ya está molestándote otra vez? —preguntó con una sonrisa ligera, pero sus ojos observaron con atención.
—Como siempre —respondió Ayla—. Pero no la cambiaría por nada.
—Tienes buen gusto —bromeó Lina, guiñándole el ojo a Nico, quien se sonrojó levemente antes de mirar hacia otro lado.
En medio del bullicio del pasillo, Fis apareció caminando tranquilo, con los audífonos colgando y una libreta entre las manos. Al ver a Ayla, sus ojos se iluminaron. Pero algo lo interrumpió: dos chicos del grado superior se cruzaron con él de forma brusca.
—¿Por qué no miras por dónde caminas, novato? —dijo uno, con tono altanero.
Fis se detuvo, levantó la mirada y sin cambiar su expresión, contestó:
—Y tú podrías aprender a caminar sin empujar.
El otro chico hizo una mueca.
—¿Tienes agallas, eh?
Pero antes de que las cosas escalaran, Ayla apareció al lado de Fis, con la frente en alto y una mirada firme.
—¿Hay algún problema con que camine por el pasillo? Porque si lo hay, dilo claro.
Lina y Nico también se acercaron, como si fueran un escudo humano.
—No me gusta repetir las cosas, y menos a los maleducados —añadió Nico, con una frialdad que congeló el ambiente.
Los chicos se alejaron con una risa fingida, y cuando se fueron, Fis bajó ligeramente la mirada, con una pequeña sonrisa.
—Vaya equipo —dijo.
—Aquí nadie se queda solo —respondió Ayla.
—¿Así que ahora eres parte del escuadrón “Ayla y los Inquebrantables”? —preguntó Lina con una sonrisa traviesa.
—Solo si hay membresía de por vida —respondió Fis.
Desde ese día, los cuatro comenzaron a compartirlo todo: risas en la cafetería, bromas durante clase, competencias de dibujo en el club de arte y tardes bajo los cerezos. Eran diferentes, sí, pero encajaban como piezas de un rompecabezas extraño y perfecto.
Ayla se mostraba fuerte frente a todos, pero Fis notaba su ternura escondida cuando le regalaba una flor caída o le prestaba su chaqueta sin decir nada. Fis, serio y reservado, se abría poco a poco, y solo con ella parecía relajarse realmente.
Lina traía el desorden, la risa, la espontaneidad. Y Nico, el equilibrio, el cuidado, la calma. Entre los cuatro, se formó algo más que una amistad. Se formó un refugio.
Una tarde, mientras Ayla y Fis caminaban solos hacia la estación de bus, ella le preguntó:
—¿Siempre has sido así de tranquilo?
Fis la miró de reojo, pensativo.
—No. Antes solía explotar más. Pero aprendí que a veces, el silencio dice más. Aunque contigo… siento que podría hablar sin parar.
Ella lo miró de lado, sonriendo con sinceridad.
—Y yo siento que podría quedarme callada a tu lado y aun así entenderlo todo.
Fis asintió, con una sonrisa apenas visible. En sus ojos había algo más que agradecimiento. Había una conexión real. Sin palabras rimbombantes, sin juegos, solo verdad.
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🌸 Frase final del capítulo:
No siempre se necesita una historia complicada para crear un lazo fuerte. A veces, solo se necesita alguien que esté dispuesto a caminar contigo… y quedarse.