Lo que florece entre nosotros

Dónde siempre regresamos

La idea surgió de repente, como suelen surgir las mejores cosas.

—¿Y si este fin de semana vamos a la cabaña de mi abuela? —preguntó Nico mientras caminaban después de clases—. Está en las afueras de la ciudad. Hay bosque, un lago cerca y mucho silencio… del bueno.

Lina alzó la mano como si estuviera en clase.

—¡Yo voto que sí! ¡Necesito alejarme del ruido y respirar aire de árboles! Bueno, también necesito hacer una fogata, cantar canciones cursis y comer marshmallows.

Fis miró a Ayla, esperando su reacción.

—Me encantaría —dijo ella, con una sonrisa suave—. Será como nuestro pequeño retiro secreto.

Nico organizó todo. El sábado por la mañana, salieron temprano, mochila al hombro, risas en la boca y ese tipo de emoción que solo se siente cuando te escapas con tus personas favoritas.

La cabaña era sencilla, de madera clara, con ventanas grandes que dejaban entrar la luz del bosque. Había colchas tejidas por la abuela de Nico, tazas antiguas en la alacena y un aroma a hogar que lo envolvía todo.

—Bienvenidos a nuestra guarida secreta —anunció Nico con una sonrisa.

Pasaron el día explorando el bosque, tomándose fotos tontas, recogiendo flores y hablando de todo y nada. Al atardecer, armaron una pequeña fogata y se sentaron en círculo.

Lina sacó una caja de madera pintada a mano.

—Traje esto para que dejemos cartas. Cartas para nosotros, para el futuro, para alguien más, para quien sea. El único requisito es escribir desde el corazón.

—¿Y las leemos? —preguntó Ayla.

—No. Las guardamos. Las leemos al final del año. Pero esta noche… escribiré una que sí quiero que se lea.

Sacó una hoja doblada con cuidado y empezó a leer:

> “Queridos ustedes tres,

No sabía cuánto necesitaba esto, hasta que llegó. Ustedes.

Sé que soy ruidosa, torpe, y probablemente hable demasiado. Pero ustedes nunca me hacen sentir ‘demasiado’. Me siento libre con ustedes, real, abrazada por completo.

Gracias por no juzgarme, por aceptarme así, tal cual. Los quiero. Así, sin medida.”

Cuando terminó, Ayla la abrazó sin decir una sola palabra. Fis aplaudió suave, y Nico le revolvió el cabello con afecto.

—Yo también quiero leer algo —dijo Fis de pronto, sacando una hoja arrugada de su bolsillo—. No es una carta. Solo algo que escribí para Ayla.

Ayla lo miró sorprendida. Él respiró profundo y comenzó:

> “Ayla,

No sé si lo notas, pero cuando hablas, los árboles parecen escucharte.

Cuando sonríes, hasta el viento se detiene. Me das paz, pero también fuerza. Eres como esas flores que nacen en la grieta de una piedra: delicadas y fuertes a la vez.

Me siento bien cuando estoy contigo. Y creo que eso ya lo dice todo.”

El silencio que siguió no fue incómodo, fue uno de esos que se sienten sagrados.

—Gracias… —dijo Ayla, con los ojos brillando.

Esa noche durmieron en colchones sobre el suelo, entre susurros y risas suaves. Pero a mitad de la madrugada, Ayla despertó y salió al porche. Se sentía inquieta, con esa angustia suave que no siempre se puede explicar.

Fis la encontró sentada, abrazando sus rodillas.

—¿No puedes dormir?

Ella negó suavemente.

—A veces me llega una tristeza rara. No tiene nombre. No tiene motivo. Pero está ahí.

Fis se sentó a su lado. No dijo “todo estará bien” ni buscó una solución. Solo le ofreció su chaqueta y su compañía.

—Si algún día quieres llorar, gritar o simplemente no hacer nada… estoy aquí.

Ayla apoyó la cabeza en su hombro.

—Gracias, Fis.

—Gracias a ti, por no fingir ser feliz todo el tiempo.

Al día siguiente, cuando regresaron a casa, Lina dormía con la cabeza sobre el hombro de Nico, y Ayla sostenía en las manos la servilleta donde Fis le había hecho otro dibujo. Esta vez, eran los cuatro, sentados junto a la fogata.

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🌸 Frase final del capítulo:

Hay personas que se convierten en hogar, y momentos que se vuelven eternos… aunque solo duren un fin de semana.




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