Lo que florece entre nosotros

Cuando el fuerte también necesita caer

Los días después de la escapada a la cabaña se sintieron diferentes, como si un lazo invisible los mantuviera más cerca. Ya no eran solo amigos de clase o compañeros de club. Eran algo más. Algo que no necesitaba nombre, pero sí cuidado.

Ayla y Fis empezaron a caminar juntos todas las mañanas. No era un acuerdo explícito, solo se encontraban en la misma esquina y comenzaban el trayecto en silencio o con alguna conversación suave. A veces Fis le llevaba una flor pequeña, y Ayla respondía con una frase escrita en su cuaderno. Palabras que nadie más leía.

Lina, por su parte, seguía siendo la chispa del grupo, siempre con una historia graciosa, siempre con un comentario inesperado. Nico… Nico era el equilibrio. El protector silencioso. El que estaba ahí cuando los demás se derrumbaban. O eso creían todos.

Hasta que dejó de estarlo.

Una tarde de lunes, Nico no apareció en el club. Ni martes. Ni miércoles. Lina se empezó a preocupar y Ayla, inquieta, intentó llamarlo. Nada. Sin respuesta. Fis, con su intuición tranquila, solo dijo:

—Vamos a buscarlo.

Y lo hicieron. Esa misma tarde, fueron hasta su casa. La madre de Nico los recibió con una sonrisa apagada.

—Está en su habitación… ha estado algo apagado estos días. No sé qué le pasa. Apenas come.

El corazón de Ayla se encogió. Lina se mordió el labio. Subieron las escaleras en silencio y golpearon la puerta. Nico tardó en abrir.

—¿Qué hacen aquí? —dijo, su voz ronca, su mirada cansada.

—Te estábamos esperando… y no llegaste —susurró Lina.

—Estoy bien. Solo necesitaba… tiempo.

Pero no lo estaba. Su habitación estaba en penumbra, los libros amontonados, la guitarra que solía tocar en una esquina, cubierta por una manta. Se veía más delgado, con ojeras profundas.

Ayla entró sin permiso, seguida de Fis y Lina.

—No tienes que fingir que puedes con todo, Nico —dijo Ayla, con firmeza pero ternura—. No con nosotros.

Lina se sentó a su lado.

—¿Recuerdas cuando te caí encima en clase y tú dijiste que me perdonabas solo porque te hacía reír? ¿O cuando me defendiste en la cafetería sin que te lo pidiera? Pues ahora es mi turno de cuidarte.

Fis le puso la mano en el hombro. No dijo mucho, solo eso. Solo el toque. Pero fue suficiente.

Nico suspiró. Y por primera vez, dejó caer su fachada. Los ojos se le llenaron de lágrimas.

—Me siento vacío. Cansado. Como si todo estuviera pasando muy rápido y no pudiera detenerlo. Mis papás discuten todo el tiempo, siento presión con mis notas, y… no quiero que ustedes me vean débil.

—¿Tú? ¿Débil? —Lina tomó su rostro entre las manos con suavidad—. Eres humano. Y los humanos a veces se rompen. Pero no estás solo. Nos tienes a nosotros. Y te vamos a ayudar a juntar cada pedacito.

Fis sacó algo de su mochila. Era una hoja doblada. Un dibujo. Eran los cuatro, esta vez en una sola línea, caminando juntos, uno de ellos con los brazos entrelazados con los demás.

—No es perfecto… pero quería darte esto hace días. Ahora sé por qué lo guardé —dijo Fis.

Ayla se arrodilló frente a Nico y tomó su mano.

—Tú nos cuidaste. Ahora déjanos cuidarte a ti.

Y Nico… lloró. No a gritos, ni con desesperación. Lloró en silencio, dejando que sus lágrimas hablen por él.

Pasaron el resto de la tarde con él. Le prepararon ramen en la cocina, vieron películas viejas en su portátil, y Lina lo obligó a dibujar con ella “aunque sea un garabato”. Ayla le leyó poemas suaves, y Fis… le escribió en su libreta una frase que luego le dejó pegada en su pared:

> “A veces, ser fuerte también significa saber cuándo detenerse.”

Esa noche, cuando se fueron, Nico los abrazó. A los tres. Con fuerza.

—Gracias… por no rendirse conmigo.

—Nunca lo haríamos —respondió Ayla, apretándolo con cariño.

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🌸 Frase final del capítulo:

A veces, el más fuerte es quien más necesita ser sostenido. Y en una verdadera amistad, nadie carga solo con su dolor.




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