Lo que florece entre nosotros

Y si nos despedimos....que sea de la mano

Los últimos días del semestre llegaron más rápido de lo que esperaban.

Era como si el reloj se hubiera acelerado justo cuando más deseaban detenerlo.

Las conversaciones ya no eran solo sobre tareas o exámenes.

Ahora hablaban de lo que venía después: universidades, sueños, mudanzas, audiciones, concursos…

y también de lo que podía quedarse a pesar de todo eso.

—Me aceptaron —dijo Lina una tarde, casi sin aire—. Me aceptaron en la academia de actuación de Seúl.

Es solo una beca de tres meses, pero…

—¡Lina! ¡Eso es increíble! —gritó Ayla, abrazándola al instante.

—¡Te lo dije! —añadió Nico, sonriendo orgulloso—. Eres la única que puede ser dramática hasta dormida.

Lina reía, lloraba y hablaba al mismo tiempo.

—Estoy feliz… pero también asustada.

¿Y si me voy y todo cambia? ¿Y si cuando vuelva ya no encajo en lo que teníamos?

Fis la miró con tranquilidad.

—Nada cambia si el cariño es real.

Y lo nuestro… lo es.

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Esa misma semana, Fis también recibió una carta.

Un sobre blanco, limpio, con su nombre escrito a mano.

Ayla estaba con él cuando lo leyó.

—¿Qué dice? —preguntó, con los ojos brillando de curiosidad y un poco de miedo.

Fis tragó saliva.

—Me aceptaron en el campamento nacional de fotografía. Son dos semanas. Comienzan justo cuando termina el semestre.

Ayla lo abrazó sin decir nada.

Fis apoyó su frente en la de ella.

—Todo empieza a moverse, ¿verdad?

—Sí… pero eso no quiere decir que todo se aleje —respondió ella.

Se quedaron así, en silencio, respirando juntos.

Como si ese momento fuera todo lo que necesitaban para estar en paz.

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Una tarde antes del cierre de clases, decidieron hacer algo especial.

Subieron de nuevo a la azotea, con bocadillos, dibujos, cartas, un parlante con música suave… y el corazón en la mano.

Nico trajo un sobre para cada uno.

—Escribí algo para ustedes —dijo, con voz baja—. Son pequeñas cartas. Por si algún día las necesitan.

O por si alguna vez, no saben qué decir, pero quieren sentir que no están solos.

Lina lo abrazó con fuerza.

Fis sonrió y le dio un golpe suave en el brazo, a lo “hermano mayor”.

Ayla le tomó la mano un momento, sin necesidad de palabras.

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Cuando el sol comenzó a caer, Ayla sacó una hoja doblada.

—Yo también escribí algo.

Se aclaró la garganta y leyó en voz alta:

> “No sé qué pasará mañana.

Tal vez nos toque despedirnos un poco.

Tal vez las distancias quieran separarnos.

Pero hay algo que tengo claro:

Cada uno de ustedes ya vive en mí.

En mi forma de reír.

En cómo miro el mundo.

En mi manera de confiar.

Y aunque el tiempo pase, aunque los caminos cambien…

Hay vínculos que no se rompen.

Hay amistades que se convierten en raíz.

Y ustedes… son mis raíces.”

La voz le tembló al final.

Fis fue el primero en abrazarla. Luego llegaron los otros dos.

Los cuatro se quedaron ahí, en ese abrazo largo, suave, lleno de recuerdos, silencios compartidos y promesas mudas.

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Al día siguiente, antes de despedirse por las vacaciones, Fis le entregó algo a Ayla:

Una cajita de madera pequeña. Dentro, había una foto de ellos bajo el árbol, otra del viaje escolar, una flor seca… y una nota:

> “No es un adiós.

Es solo una pausa antes de seguir escribiendo esta historia.

Yo te espero.

Siempre.”

Ayla lo miró con los ojos llenos de luz.

—Y yo volveré —susurró—. Porque hay personas a las que una siempre vuelve.

Y se tomaron de la mano. No con tristeza. Sino con la certeza suave de que el amor, cuando es verdadero, no necesita promesas perfectas. Solo constancia, y un corazón dispuesto.

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🌸 Frase final del capítulo:

A veces, la vida nos separa por un rato… solo para demostrarnos que lo que sentimos puede resistir cualquier distancia.




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