Los días comenzaron a tomar ritmo otra vez, pero algo era distinto esta vez:
Habían vuelto… y no eran los mismos.
Cada uno traía consigo nuevas pasiones, aprendizajes, pequeñas heridas y grandes sueños.
Un lunes por la mañana, justo cuando el sol apenas empezaba a filtrarse por las ventanas del aula, Lina irrumpió en la sala del club con una idea brillante, como siempre:
—¡Tenemos que hacer algo juntos! Un proyecto real. Algo que quede para siempre.
Nico alzó una ceja.
—¿Qué clase de “algo”?
—Un mural —dijo ella, extendiendo los brazos como si ya lo viera—. Un mural que cuente nuestra historia. Que mezcle lo que somos: palabras, fotos, dibujos… emoción.
—Me gusta —dijo Ayla, sonriendo—. Sería como dejar una parte de nosotros en el colegio.
Fis asintió lentamente.
—Una huella.
Y así nació el proyecto:
“La memoria que dejamos.”
Un mural que mezclaría:
📸 Fotografías tomadas por Fis
🖋️ Poemas y frases escritas por Ayla y Nico
🎨 Dibujos, colores y símbolos propuestos por Lina
Se reunían todos los días después de clase, compartiendo ideas, riendo, recordando.
Cada pincelada era una forma de decir: “esto somos, esto fuimos, y aquí quedará”.
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Una tarde, mientras Fis imprimía algunas de sus fotos favoritas en el laboratorio del colegio, encontró una hoja olvidada detrás de una de sus libretas.
Era una carta. Con la letra de Ayla.
“Nunca enviada”, decía en la esquina.
No era reciente. Fechada unas semanas después de que él se fuera al campamento de fotografía.
> “Querido Fis:
No sé cómo se pone en palabras algo que sigue creciendo aunque esté lejos.
A veces, me despierto y pienso en ti como quien piensa en algo suave: sin ruido, sin exigencia… solo con cariño.
Me haces falta.
Pero también me haces bien, incluso desde lejos.
Tal vez no necesitas leer esto. Tal vez nunca debí escribirlo.
Pero si algún día lo haces, espero que sepas que aquí, en mi rincón del mundo, todavía pienso en ti con luz.
Siempre.
Ayla.”
Fis no dijo nada al leerla. Solo cerró los ojos, sonrió con dulzura y guardó la carta en su bolsillo.
Como si por fin todo encajara en su lugar.
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Días después, mientras pintaban el último tramo del mural, Ayla lo notó más callado.
—¿Todo bien?
Fis asintió. Luego sacó algo del bolsillo.
—Encontré esto… y quiero darte una respuesta.
Ayla lo miró, reconociendo su carta.
—Yo también te pensé con luz —susurró él—. Y sigo haciéndolo.
Así que… si aún quieres, podemos dejar de escribirnos desde lejos y empezar a escribirnos desde más cerca. Aquí.
Ayla rió, con ese brillo que solo él lograba sacar.
—No lo dudes. Yo también quiero.
Y fue en ese momento cuando sus manos se unieron como si ya lo hubieran hecho mil veces.
Pero esta vez… con decisión.
Con la certeza de quienes han esperado el momento justo.
Y lo han encontrado.
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El mural quedó terminado esa semana.
Era más hermoso de lo que habían imaginado.
Una mezcla de fotos, frases, figuras que hablaban de amistad, de amor, de recuerdos.
En el centro, una frase que Ayla había escrito y que los cuatro eligieron como título final:
> “Algunas historias no se terminan. Solo se transforman en raíces.”
El colegio decidió dejar el mural como parte permanente del campus.
Y cada vez que alguien nuevo pasaba frente a él, se detenía unos segundos…
porque había algo en esa obra que se sentía verdadero.
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Esa tarde, ya con el mural listo, el grupo se quedó bajo su árbol de siempre.
Lina preparaba una presentación para otra audición.
Nico escribía una carta nueva, ahora no para decir adiós… sino para quedarse.
Fis dibujaba en su libreta, pero ahora con la mano de Ayla entrelazada con la suya.
—¿Qué dibujas? —preguntó ella.
—Un “siempre” —respondió él—. Pero esta vez… con forma de nosotros.
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🌸 Frase final del capítulo:
Las cosas más verdaderas no se dicen gritando… se viven con constancia, se cuidan en silencio, y se pintan en las paredes del corazón.