El día de la presentación del mural llegó con un sol limpio y brillante, como si el cielo también estuviera celebrando.
La dirección del colegio había organizado un pequeño evento. Nada ostentoso, pero íntimo, especial…
Perfecto para lo que significaba aquel muro lleno de historias.
El patio estaba decorado con luces suaves, pequeñas sillas blancas, flores silvestres recogidas por los mismos estudiantes.
Ayla llevaba un vestido color lavanda.
Fis tenía su cámara colgada al cuello, como siempre.
Nico sostenía su cuaderno con fuerza, nervioso pero feliz.
Y Lina, vestida de tonos pasteles, parecía a punto de flotar de la emoción.
—¿Estás lista? —le preguntó Fis a Ayla en voz baja.
—Sí —respondió ella—. Aunque no sé si mi corazón lo está.
—Tranquila. El tuyo ya está en cada parte del mural.
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El director del colegio tomó la palabra primero.
—Cuando se propuso este proyecto, no sabíamos que se convertiría en algo tan… humano —dijo, conmovido—. Este mural no es solo arte. Es memoria viva. Es cariño. Es juventud que no se olvida.
Y luego, se hizo un silencio suave.
Ayla dio un paso al frente, respirando hondo.
Sostuvo el micrófono con ambas manos.
Sus amigos la miraban desde abajo, con sonrisas cómplices.
—Este mural… es nuestra forma de decir gracias.
Gracias al tiempo que vivimos aquí, al amor que sembramos, a las personas que nos cuidaron el alma.
Nosotros no quisimos solo pasar por esta escuela.
Quisimos dejar algo.
Y hoy, dejamos parte de nuestro corazón en estas paredes.
Un aplauso emocionado siguió sus palabras.
Y entre lágrimas discretas y sonrisas enormes, los cuatro sintieron que habían logrado algo que quedaría mucho más allá de ellos.
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Después del evento, varios estudiantes se acercaron.
Algunos para tomarse fotos. Otros solo para mirar con atención.
Una chica de primer año dijo tímidamente:
—¿Puedo escribir una frase y pegarla al lado del mural?
—Claro —respondió Nico, sorprendido—. ¿Qué frase?
—“Un día quiero tener amigos como ustedes.”
El grupo se miró.
Y comprendieron entonces que lo que habían creado no solo era arte…
era esperanza.
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Esa misma noche, reunidos en el árbol de siempre, Lina sacó un cuaderno nuevo.
—Tengo una idea —anunció con emoción—. Antes de que nos graduemos, deberíamos organizar una última actividad como grupo. Algo que quede, algo que deje huella también en otros.
—¿Como qué? —preguntó Fis.
—Un festival —propuso Ayla, de inmediato—. Pero no uno grande.
Uno de despedida. Con música, cartas, palabras bonitas, fotografías, poemas, dibujos… cosas que hablen de lo que fue este lugar para nosotros.
—Un festival de lo emocional —añadió Nico, como si ya estuviera escribiéndolo en su mente—. “Lo que no se ve, pero se siente”.
—¡Sí! —gritó Lina—. Podemos llamarlo “Últimos latidos”.
Y todos estuvieron de acuerdo.
No querían solo decir adiós.
Querían celebrar lo vivido.
Honrarlo.
Compartirlo.
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Durante las semanas siguientes, comenzaron los preparativos.
🎶 Lina se encargó de reunir pequeños actos musicales, algunos bailes espontáneos y una mini obra que escribió con humor.
📸 Fis imprimió más de 40 fotos tomadas a lo largo del año, capturando miradas, sonrisas, abrazos…
📖 Nico escribió un manifiesto titulado: “Cómo amar sin miedo y recordar sin dolor.”
📝 Y Ayla… Ayla creó una estación de cartas: una mesa con sobres y papeles donde cualquiera podía escribirle algo a alguien. Para agradecer. Para despedirse. Para cerrar ciclos con amor.
El festival fue un éxito silencioso, de esos que no necesitan ruido para brillar.
Hubo lágrimas, risas, confesiones… y abrazos que sellaban promesas suaves.
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Esa noche, cuando todos se fueron, los cuatro se quedaron solos, sentados bajo las luces ya apagadas del patio.
—¿Y si mañana todo cambia? —susurró Lina, mirando el cielo.
—Entonces lo abrazamos igual —respondió Nico.
Fis miró a Ayla. Ella le devolvió la mirada.
Y en sus ojos no había miedo. Solo certeza.
—¿Te das cuenta? —dijo Fis en voz baja—. Logramos hacer algo que durará incluso cuando ya no estemos aquí.
—Sí —respondió ella—. Y lo mejor es que no lo hicimos solos.
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🌸 Frase final del capítulo:
No se trata de quedarse para siempre… se trata de dejar algo que siga latiendo, incluso cuando nos hayamos ido.