El día de la graduación amaneció tibio, con el cielo despejado y una brisa suave que parecía mecer las emociones.
Ayla se miró al espejo y sonrió. Su vestido blanco era sencillo, pero en sus ojos brillaba algo más fuerte que cualquier adorno: la emoción de lo vivido.
Fis, por su parte, se puso la toga con calma. Miró su reflejo, ajustó el birrete y se preguntó cuántas fotos guardaría ese día en su memoria.
—¿Listo para capturar recuerdos? —preguntó Nico, entrando a su cuarto con una flor de papel en la mano.
—Siempre —respondió Fis—. Pero hoy… también quiero formar parte de ellos.
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La ceremonia fue un mar de emociones contenidas.
Entre discursos, abrazos, lágrimas y risas, los nombres comenzaron a ser llamados.
Uno por uno, los estudiantes subieron al escenario para recibir su diploma.
Cuando llegó el turno de Ayla, el auditorio estalló en aplausos.
—¡Esooo Aylaaa! —gritó Lina, con lágrimas en los ojos.
—¡Nuestra poeta brillante! —añadió Nico.
Fis no dijo nada. Solo tomó una foto en ese preciso instante.
La foto más especial de todas.
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Al finalizar el evento, se encontraron los cuatro bajo el mural.
Allí, pegadas al muro, había cuatro cartas con sus nombres.
Todas escritas con la misma caligrafía suave.
—¿Y esto? —preguntó Lina, sorprendida.
—¿Alguien nos escribió? —dijo Ayla, tomando la suya con cuidado.
Cada uno leyó en silencio.
Las cartas eran distintas, pero compartían una misma esencia: alguien del colegio, un profesor, una compañera anónima, alguien que los había observado desde lejos…
les agradecía por ser luz.
Por demostrar que la amistad verdadera, el amor sano, la creatividad y el cuidado mutuo… existen de verdad.
Ayla sintió un nudo en la garganta.
—No sabíamos cuánto tocábamos a los demás, ¿cierto?
—No sabíamos… pero ahora lo sabemos —dijo Fis.
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Después de la ceremonia, decidieron dar un paseo juntos hasta su parque favorito.
El atardecer teñía todo de oro y rosado.
Y en medio de la caminata, Lina se detuvo de golpe.
—¡Momento!
—¿Qué pasó? —preguntaron los otros.
Lina miró a Nico.
Él la miró, confundido.
—No quiero irme sin decirlo.
Te quiero, Nico.
Y sé que lo sabes, pero necesitaba que lo escucharas con palabras reales.
Nico se quedó en silencio. Luego sonrió, cerró su cuaderno y la abrazó.
—Lo supe desde que escribiste tu primera nota en mi cuaderno sin permiso.
Y sí… yo también te quiero, Lina.
—¡Al fin! —gritó Ayla, aplaudiendo como en una boda.
—Ya era hora —rió Fis.
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Más tarde, Fis y Ayla se quedaron un momento a solas en la banca donde se habían tomado su primera foto juntos.
—¿Y ahora qué? —preguntó ella, con una mezcla de alegría y nostalgia.
Fis sacó una pequeña caja. Dentro, había un colgante sencillo con forma de cámara, pequeñito, plateado.
—Esto no es una promesa de para siempre…
Es una promesa de seguir eligiéndonos cada día que podamos.
Ayla lo miró con ternura infinita.
—Entonces… elijo quedarme contigo hoy.
Y espero poder seguir eligiéndote mañana.
Fis la abrazó, fuerte. Luego la besó en la frente.
No hacía falta más.
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Esa noche, cuando cada uno volvió a casa, encontró un sobre en sus mochilas.
Era del colegio. Dentro, una hoja que decía:
> “Las historias que marcaron este año serán guardadas.
El mural, el festival, sus cartas… todo quedará para las próximas generaciones.
Gracias por enseñarnos que crecer no tiene que doler tanto…
si se crece acompañado.”
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Y así, mientras el mundo les abría nuevas puertas…
ellos cerraban un ciclo con el corazón lleno.
Sin arrepentimientos.
Sin palabras pendientes.
Solo con la certeza de que, aunque el futuro sea incierto, su historia ya era eterna.
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🌸 Frase final del capítulo:
Hay historias que no terminan al graduarse. Solo se transforman en caminos nuevos… con los mismos latidos de siempre.