Lo que florece entre nosotros

Volver a mirarnos como si nunca nos hubiéramos ido

Pasó un año.

Doce meses que parecieron eternos y fugaces a la vez.

Un año de nuevos caminos, ciudades diferentes, carreras que empezaban, sueños que crecían.

Lina estaba estudiando arte dramático en la capital, brillando con su personalidad única y audaz.

Nico había comenzado literatura en la universidad local, y ya llevaba dos cuentos publicados en revistas juveniles.

Ayla estudiaba letras y filosofía, y había empezado un pequeño blog donde compartía reflexiones, poesía, y cartas abiertas.

Y Fis… Fis se había sumergido en la fotografía profesional. Estaba de intercambio en una ciudad costera. Sus redes estaban llenas de atardeceres, rostros anónimos y mensajes visuales que decían más que mil palabras.

Pero entre todo eso, había algo que no se rompía:

los mensajes de voz cada domingo,

las llamadas sin motivo,

las fotos compartidas en silencio,

y los “te extraño” que no necesitaban respuestas.

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Un día de marzo, Ayla recibió un mensaje.

> 🟢 Fis: “¿Qué haces el próximo fin de semana?”

🟣 Ayla: “Nada especial. ¿Por?”

🟢 Fis: “Porque estoy a punto de llegar.”

Su corazón dio un salto.

Corrió a su armario. Se miró en el espejo. Sonrió como si tuviera 15 otra vez.

Iba a volver.

Después de todo ese tiempo.

Después de tantas palabras guardadas.

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El reencuentro fue en el mismo lugar de siempre: el árbol.

Ayla llegó primero. Se sentó con una libreta en las manos, nerviosa.

Y entonces lo vio.

Fis, con su mochila, su cámara al cuello, y esa calma que siempre traía con él.

—¿Tarde? —preguntó.

—Solo lo suficiente para que te extrañe más —respondió ella.

No corrieron. No gritaron.

Solo se abrazaron. Lento. Largo. Verdadero.

Como si todo el año se deshiciera en ese instante.

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Lina y Nico llegaron poco después.

Ella con un bolso lleno de bocadillos y él con una carta para cada uno.

—¡Fiestaaa de reencuentro! —gritó Lina, saltando—. Y sí, traje galletas. De las de canela. Las que hacían cuando me rompían el corazón por los dramas.

—Nunca cambies, por favor —rió Nico.

—Tampoco tú, escritor de cartas —le respondió ella.

Se sentaron los cuatro bajo el árbol.

Había risas, historias, miradas cómplices.

Pero también algo más…

La sensación de que nada importante se había ido.

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—¿Alguna vez pensaron que esto se iba a romper? —preguntó Ayla, de repente.

—Yo no —dijo Fis, seguro—. Nunca pensé que lo perderíamos. Porque no todos los vínculos necesitan presencia diaria… solo verdad.

—Y constancia —añadió Nico—. Aunque sea en forma de memes y audios de cinco minutos.

—O fotos borrosas de galletas —rió Lina.

Fis miró a Ayla y sacó algo de su bolso.

—Te traje esto. No es gran cosa… pero me recordó a ti.

Era una piedra pequeña, pulida por el mar.

Tenía escrito: “Otra vez.”

—¿Otra vez? —preguntó ella.

—Sí.

Porque esta historia… se sigue repitiendo.

Nos encontramos una y otra vez, aunque el tiempo pase.

Ayla lo abrazó, con los ojos cerrados.

—Entonces prométeme algo.

—Lo que sea.

—Que aunque la vida nos lleve lejos, aunque el trabajo, los estudios o lo desconocido nos hagan soltar la mano por un rato…

siempre vamos a volver.

Otra vez.

Y otra vez.

Fis la miró con ternura.

—Lo prometo.

Y te lo juro con esta piedra, con este árbol, y con cada foto que tomé pensando en ti.

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Esa noche, después de cenar juntos en el café donde escribieron su primer poema en grupo, Lina levantó su vaso y dijo:

—Por nosotros.

—Por lo que fuimos —dijo Nico.

—Por lo que aún somos —añadió Fis.

—Y por lo que vamos a ser, sin importar dónde estemos —cerró Ayla.

Y brindaron. No solo con jugo de mora, sino con el alma.

Porque sabían que el amor —en todas sus formas— no se mide en distancia…

sino en la capacidad de elegir a alguien, incluso después del tiempo, del cambio, de la vida.

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🌸 Frase final del capítulo:

Volver no es retroceder…

es recordar que algunos lazos no se rompen. Solo esperan el momento justo para abrazarse otra vez.




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