—Epílogo, contado por Ayla—
Han pasado cinco años.
A veces me cuesta creerlo.
Cinco otoños. Cinco primaveras.
Cinco vidas en una sola historia.
Hoy me siento bajo el mismo árbol donde comenzó todo.
El árbol del colegio.
Ya no soy la misma chica que escribía cartas y poemas en hojas recicladas.
Ahora los publico. Vivo de eso.
Pero cada palabra que nace de mí… sigue llevándolos a ellos.
A Fis, con su cámara aún colgada al cuello y su manera de mirar el mundo como si todo fuera una escena que vale la pena recordar.
A Lina, que ahora diseña escenarios para obras de teatro y pinta murales en ciudades que aún no conozco.
A Nico, que publicó su primer libro y aún escribe cartas como si cada una pudiera salvar una vida.
Y sí, a mí también.
A esa versión de mí que se atrevió a sentir.
A abrir el pecho.
A querer.
A no tener miedo de que las cosas buenas también se pueden quedar.
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Hoy es un día especial.
Volvemos a vernos.
Los cuatro.
Después de tanto.
Lina llega corriendo, con su mochila de colores y sus ideas que no paran nunca.
Nico trae una caja de galletas (sí, de canela) y una libreta nueva.
Y Fis…
Fis camina hacia mí con la misma sonrisa de siempre.
Esa que dice “estoy aquí” sin tener que decirlo.
Nos abrazamos largo.
Nos sentamos bajo el árbol.
Y recordamos.
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—¿Te acuerdas del mural? —dice Lina—. Todavía está intacto. Le hicieron restauración.
—Y la estación de cartas sigue funcionando —añade Nico—. Algunos alumnos nuevos la llaman “el rincón de las emociones.”
—¿Y el blog? —pregunto, sabiendo la respuesta.
Fis saca su celular.
—Sigue activo. Hoy un chico de 17 años de Argentina escribió:
“Entre estaciones me hizo querer seguir vivo.”
Silencio.
Y luego…
lágrimas suaves.
Como siempre.
De esas que no duelen.
De esas que limpian.
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Fis me mira.
—¿Sabes algo?
Nunca escribí una carta en todo ese proyecto.
Pero hoy… lo hice.
Me entrega un sobre.
Lo abro.
> “Ayla:
Gracias por ser mi primer amor.
Pero sobre todo… gracias por seguir siendo mi amor cada día.
Gracias por mostrarme que el amor real no grita, no exige, no duele…
solo está.
Acompaña.
Permanece.
Te amo desde todas tus estaciones.
Y sí, aún quiero que seas mi hogar.”
No puedo hablar.
Solo lo abrazo.
Y supe, en ese instante, que ya no tenía que buscar más respuestas en el mundo.
Porque estaban en sus manos.
En su voz.
En su abrazo.
Y en nosotros.
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Antes de irnos, dejamos algo nuevo bajo el árbol.
Una caja de madera, con un letrero tallado:
“Para quienes se atrevan a sentir.”
Dentro hay fotos nuestras.
Poemas.
Cartas.
Y una nota:
> “Aquí no hay un final.
Solo nuevas páginas esperando ser escritas.
Si estás leyendo esto…
bienvenido a nuestra historia.
Y gracias por traer la tuya.”
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Caminamos juntos hacia la salida.
Riéndonos.
Cantando.
Cargados de pasado, presente… y futuro.
Y yo pienso, mientras veo nuestras sombras en el suelo:
Esto no termina aquí.
Jamás terminó.
Porque hay historias que el tiempo no borra.
Historias que no envejecen.
Historias que florecen…
una y otra vez.
En cada estación.
El sol se colaba entre las hojas, tiñendo todo de dorado suave, como si el tiempo mismo se detuviera para escucharlos.
Lina observaba en silencio.
Nico tomaba fotos de los otros, pero no decía nada.
Y Ayla... Ayla lo entendió de pronto.
No se trataba del árbol, ni del lugar, ni siquiera de las cartas que volvían a abrir.
Era el sentimiento.
—¿Sabes por qué estamos aquí? —dijo en voz baja, como si temiera romper algo sagrado.
Fis la miró con ternura.
—¿Por qué?
Ella lo miró con los ojos un poco húmedos, pero la voz firme.
—Porque siempre volvemos a los lugares donde fuimos amados.
Y era cierto.
Volvemos a las risas que nos salvaron en silencio.
Volvemos a las miradas que nos hicieron sentir vistos por primera vez.
Volvemos a las palabras que curaron algo dentro de nosotros.
Volvemos… no para revivir el pasado, sino para abrazarlo y agradecer.
Y ahí, bajo ese árbol morado, con las manos entrelazadas, los ojos brillando y el corazón latiendo con fuerza, los cuatro lo entendieron:
Ese lugar no era solo un árbol.
Era un hogar.
Un refugio.
Una promesa sin palabras.
Volver…
Como si el tiempo no hubiese pasado.
Volver…
Porque allí, sin pedirlo, habían aprendido lo que era ser amados de verdad.
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🌸 Frase final del libro:
Algunas personas son capítulos…
pero otras se vuelven toda la historia.