Lo que fui sin ti

Capítulo 1

Un año después.
Actualidad.

Conforme atravieso los pasillos de la pequeña y poco agraciada universidad, me doy cuenta de que muy poco me reconocen, algunos simplemente me miran de reojo. Este lugar no es nuevo para mí, desde fuera se ve más grande de lo que es en realidad; pero bueno, qué se va a esperar de un edificio de cuatro pisos con 38 aulas y cuatro laboratorios, además del estacionamiento y la minúscula cafetería. Si estudias medicina, tienes suerte, pues tendrás el turno de la tarde y la universidad será solo para ti.
Calculo tres mil alumnos matriculados en total.
Gracias al cielo, no hay casilleros aquí, me traería malos recuerdos. Agacho la mirada para echarle un vistazo a mi teléfono, llegué de improviso al pueblo, así que no estoy en mi mejor momento. El horario me indica que mi aula asignada se encuentra en el segundo piso "A203". Me pregunto si habrá otro edificio escondido, en dado caso tendría sentido la A antes del número.
Subo las escaleras de dos en dos, en este piso soy ignorada en modo legendario. Me doy un respiro, esto se siente más cómodo, me recuerda un poco a mi primera semana del primer año de universidad; todo era tranquilo, todo era lindo; nadie me conocía, no tenía un pasado. Y entonces a mi mente vuela la imagen de Mateo.
Recuerdo esa sonrisa dulce, los dientes alineados, el cabello castaño rizado que tanto amaba acariciar. Recuerdo sus caricias recorriendo mi cuerpo, el sonido de su voz susurrando mi nombre cuando sabía que yo estaba a punto de terminar... Oh, dios mío, ahora me invade un hormigueo que recorre mis brazos, dentro de poco, si no me controlo, comenzaré a temblar. Aparto la imagen de los ojos color miel de mi mente y prosigo con la caminata. No puedo mirar al pasado, no puedo anclarme a lo que fue y no volverá a ser.
Miro el reloj en mi mano derecha, marca las siete. Mierda, primer día y ya voy a legar tarde.
Paso por enfrente de las aulas mientras busco con la mirada el número que me corresponde. ¡Bingo! Doy con el número correcto. Guardo mi teléfono y me acomodo el cabello. Vamos, esto no puede ser tan malo, ya estoy en segundo año, mi promedio de primero era destacable, puedo lograr algo mejor.
Abro la puerta y lo primero que veo es un lugar desocupado junto a la ventana. Amigo, te tengo en la mira, serás mío por todo el semestre. Lo segundo que veo es a dos chicas besándose como si su vida se fuera en ello. Pero lo que me hace parar en seco; lo que me corta la respiración y hace que por poco se me pare el corazón es un rostro que en algún momento me pareció divino. El cabello negro azabache, la piel bronceada y los ojos grises gélidos me hacen trastabillar.
Aiden Laredo me mira con sorpresa. Se ha quedado estupefacto y creo que es la primera vez que ocurre desde que tengo memoria. Por un minúsculo instante no soy la chica débil y rara que él usaba para descargar toda su furia. Por un instante no veo desagrado en sus ojos, por un instante entreveo sorpresa, dolor... y luego nada, solo una fría mirada cargada de indiferencia.
Junto a él se hallan dos chicos, uno de ellos trae chaqueta de cuero y pantalón de mezclilla negro, está de espaldas. Al otro lo conozco, es Salomón, un imbécil más que pertenece al círculo social de la paria Laredo. Hasta acá escucho el incesante parloteo sobre el porqué la fiesta del viernes tiene que ser en su casa.
Vamos, Di, tienes que... No, eres Dinaí, venga Dinaí, has pasado muchas cosas, te has enfrentado a gente peor que un patán, simplemente ignóralo.
Aparto la mirada fingiendo que no lo conozco, me encojo de hombros con aburrimiento y tomo asiento en mi lugar. Respiro profundamente tres veces. Sonará tonto, pero funciona, no para los ataques de pánico, pero sí para tranquilizarme.
A la tercera exhalación, proceso lo que está ocurriendo: He regresado a Sores, mi pueblo natal. De nuevo respiro aire con olor rural, ese aroma a viejo, a pasto húmedo y a rocío matutino. Son las siete de la mañana, el sol se asoma reluciente por el horizonte; sin embargo, para mí todo tiene un tinte gris.
Estaba muy feliz en la ciudad, conocí gente increíble, aprendí lo divertido que tiene la vida y viví experiencias que jamás imaginé. Todo fue bello, todo fue hermoso, viví en un cuento de hadas retorcido por un año entero y ahora... ahora todo estaba de la mierda. ¿Por qué? Misma pregunta. Estando en un momento crucial y decisivo acerca de mi futuro, mi padre llamó para decir que era urgente e inevitable mi regreso a casa; que él ya estaba aquí. Cuando me rehusé, tomó la medida de cancelarme la tarjeta, de no pagar más la renta del departamento y me exigió de la manera menos agradable que volviera a Sores.
No tuve opción, carezco de ahorros y la convocatoria para poder estar en la residencia estudiantil ya estaba cerrada. Mi beca del 50% era buena, pero aun trabajando, no me alcanzaría para mantenerme sola. Si tan solo me hubiese avisado con un mes de antelación, sería distinto.
Tenía la otra opción, la que daría dinero suficiente, pero eso involucraba adentrarme en un mundo que no comprendía del todo. Sí, durante mi primer año hice cosas que no puedo explicar porque ni siquiera vi el panorama completo. Pero no tomaría esa opción, era peligroso y no estuve dispuesta a aceptarlo.
El día que me fui, fue como morir. Dejé atrás amigos, proyectos, sentimientos, asuntos inconclusos... y a Mateo. Es la única ventaja de que mi padre me obligara a volver, así no habría manera de verlo de nuevo. Porque eso es lo malo, de haberlo visto una vez más, volvería a caer. Cambié mi número, destruí documentos, destruí lo que forjé. Sabes que era lo correcto. Y no por eso dolía menos.
De nuevo veo a Mateo en mis pensamientos, escucho su voz, escucho mi nombre de sus labios, me pierdo en esa mirada que derrocha ternura cuando me ve. Un peso cae sobre mi pecho.
Aún recuerdo aquella noche en que lo conocí. La noche en que estuve perdida y gracias a él me reencontré. Recuerdo nuestras charlas, su sonrisa, los días que llegaba a alegrarme los días. También recuerdo la vez que descubrí su otra faceta, su otra vida. Aquella parte de él que me hizo amarlo aún más. El peor y más agrio recuerdo es del día de la ruptura, el día en que simplemente no pude soportarlo más. Esa vez que le dije que no me buscara porque no quería saber más de él. La razón por la que discutimos fue por lo que me propuso, unirme a él. A ellos.
Listo, ese fue mi último lamento, eso ha quedado atrás.
—Buenos días —por la puerta entra una profesora delgada peinada de chongo—. Soy Tatiana, doctora en letras clásicas. Si esta es la clase de Literatura, no tengo que explicar de qué trata.
Se avienta un choro sobre la importancia de las letras mientras miro por la ventana para distraerme del calor que provoca la mirada de Aiden en mi nuca. Jamás le daré el gusto de voltear a verlo, no pienso hacerle saber que me molesta. Aparte, qué me importa, un año transcurrió, tengo otras prioridades, tengo cosas más importantes de las que preocuparme.
Al concluir la primera clase, me levanto y salgo casi corriendo del aula. De pronto, una bola de papel vuela hacia mí. Di habría sido golpeada de lleno en la sien, pero Dinaí no, mis reflejos son tales, que estoy a punto de sacar el cuchillo que escondo bajo mi falda. Bueno, no es para tanto solo la atrapo con la mano izquierda. Mi mirada se cruza con la de Aiden, ahora es mi turno de mirarlo con asco.
Supongo que quiere que desdoble el papel. Al hacerlo, veo escrito con tinta roja el comentario: "La perdedora con herpes ha vuelto." Sí, se refiere a mí. Arrugo el papel y lo lanzo hacia su cara. Apuesto a que no esperaba mi movimiento, seguramente pensó que correría como niña asustada a refugiarme. Así que me invade la satisfacción cuando no le da tiempo de esquivarlo y le pega en la mejilla.
Con una sonrisa triunfante, salgo del aula.
Una vez que concluye el primer día, el único pensamiento que tengo es el de tirarme en la cama y dormir hasta que las emociones negativas desaparezcan, pero aún tengo que hablar con mi padre para exigirle respuestas. Ayer no pude hablar porque llegué poco antes de media noche y ya estaba dormido. Hoy por la mañana no estaba en su habitación.
El olor del interior de la casa me es familiar. Huele al estofado de carne que hacía mamá. Mi padre nunca fue buen cocinero y como casi no estaba, yo sola aprendí. El verlo en la cocina es una sorpresa.
—Supongo que me darás una buena noticia.
—Hola, Di —ugh, el diminutivo ya no lo uso—. Pensé que llegarías más tarde.
Mi padre es un hombre distraído, sus lentes redondos lo hacen ver gracioso, pero le da un aire de siempre estar ausente.
—Caminé rápido —respondo indiferente, lo normal sería abrazarlo porque no lo he visto desde Año Nuevo, pero se sentiría incómodo—. Me alegra que estés bien.
Parece estar a punto de decir algo, pero una risa aguda y un gritito infantil resuenan por la estancia y lo interrumpen. Casi pego un brinco del susto. Me doy la media vuelta y me topo de frente con una mujer de treinta y tantos, cabello rizado oscuro y un par de ojos verdes. Es tan linda que siento que está fingiendo.
—Di, ella es Valentina... Mi prometida.
Esa no me la esperaba. En Año Nuevo mi padre comentó que le gustaba una mujer, pero jamás creí que fuera algo tan serio. Aunque han pasado seis meses, claro.
—Querida, mucho gusto.
Me extiende la mano y se la estrecho. Su piel es tan pálida y fría que presiento que es un muerto. Incluso siento un escalofrío.
Durante la cena no hablo mucho. Más que nada me dedico a escuchar. Valentina cuenta la forma en que se conocieron, sus citas, lo que le gusta de mi padre, que moría por conocerme... Vamos, como si me importara. Sé que la noticia no debería impactarme, pero siento que algo no cuadra. Mi padre no es el más comunicativo, pero hoy parece más distante.
—Tu padre y yo decidimos mudarnos —espera ¿qué?—. Venderemos esta casa y las pertenencias, como es tuya también, tendrás la mitad. No quedarás desamparada, querida, estarás cubierta hasta concluir la licenciatura.
¿Es en serio? El tono divertido de la señora me hace ver que cree que esto es como una aventura.
—Papá —me voltea a ver— ¿Estás de acuerdo con eso?
—Sí, hija, es momento de rehacer nuestras vidas. En este pueblo no nos queda nada.
No puede ser. De verdad no logro procesar lo que me está diciendo. La señora sonríe como si nada y mi padre está de sumiso. Concuerdo con él; no nos queda nada aquí, pero hacerme venir hasta acá por eso es excesivo.
Aviento mi tenedor y me levanto de la mesa. ¿Para eso me hizo venir? ¿Para decirme que ya no quiere esta casa y que me dará la mitad? Eso me lo pudo haber dicho por teléfono. Mi vida en la ciudad iba a cambiar e iba a ser complicado tener que convivir con Mateo, pero es mil veces preferible que volver a Sores.
Por el día de hoy tuve suficiente. Durante mi tiempo en la ciudad, asistí más de una vez a carreras clandestinas, corrí en cada una de ellas. Me ayudaba con el estrés y la tristeza además de que era útil para... Otras cosas.
Me cambio la falda por unos ajustados pantalones negros, elijo una blusa color rojo carmín y unos tenis negros. Solo una vez en mi vida fui a El Arco, es momento de hacer otra visita.
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El Arco se ve muy distinto, de no estar segura de que es el lugar indicado, pensaría que me equivoqué de carretera. Es un buen lugar, de tamaño adecuado para el pueblo y con gente indeseable, pero sin llegar a provocarme miedo. He estado de infiltrada entre gente que verdaderamente te hace querer correr hacia el otro lado, así que ver algunos pandilleros y los típicos chicos malos no me causa tanto terror. Pero algo que aprendí de la ciudad de Estrada es que nunca tienes que confiarte; los rostros engañan, las voces endulzan el oído, pero las acciones son las que cuentan.
No tendría por qué sentir nervios, menos aún la inseguridad que me comienza a embargar, sin embargo, las veces que me metí en lugares relativamente peligrosos siempre iba acompañada de amigos, conocidos, de él... Y esta vez estoy sola. No literalmente, quiero decir; llego en un Audi R8 color rojo que me parece hermoso, pero los chicos que están conmigo son meros desconocidos que me recogieron en la carretera. Creo que dos de ellos están ebrios, no por nada huele a cerveza y hay al menos ocho botellas destapadas.
El conductor es un tipo llamado Germán, él no está ebrio, lo noto a la distancia. De hecho, siento que está un poco a la expectativa. Él es quien me dice que viven en la zona alta del pueblo y por alta se refiere a rica; allá viven los privilegiados. Y no es que yo no lo sea, digo, mi papá es un empresario importante, claro que tiene dinero, pero antes de eso, su sueldo de policía daba para la cómoda casa que tenemos.
El punto es que se cansaron de las fiestas en sus mansiones y quieren una probada de "acción". Palabras de los chicos ebrios, no mías. A veces, este tipo de gente me causa gracia, están metidos en su burbuja color de rosa e ignoran todo lo malo que tiene el mundo. El Arco no me parece un lugar tan peligroso, no hay trata de personas, no hay prostitución, aunque no dudo que haya compra-venta de drogas. Mientras no se metan con la gente equivocada y paguen sus apuestas si es que llegan a perderlas, estarán bien.
Al inicio dudé en subirme con ellos al automóvil, pues pocos en su sano juicio le dan un aventón a un desconocido y pocos aceptan aventón de un desconocido, pero me arriesgué. Claro, por qué no, no sabes quién es, capaz que es asesino; eso es todo Dinaí, nada puede salir mal. Estas cosas son las que no se deben hacer, anotado.
Por suerte llegamos sanos y salvos.
Estacionamos el hermoso auto rojo de Germán y le echo un vistazo. Es precioso y brilla. Me pregunto qué diría mi padre si le propongo que me compre un automóvil. Estoy segura de que puede permitírselo.
Desecho el pensamiento de mi mente, venga, es momento de seguir adelante. Y el día de hoy quiero divertirme como si la vida se me fuera en ello. Estoy lista para cualquier situación que se anteponga.




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