Lo que fui sin ti

Capítulo 2

Me aventuro con mi nuevo grupo hacia el montículo de gente que discute a gritos. Cuatro hombres con chaquetas de cuero se alzan imponentes sobre dos muchachos, uno de los chicos parece estar a punto de romper a llorar. El otro adopta una actitud fiera, pero vamos, por mucho que quiera, no podrá salir triunfante de un enfrentamiento contra los hombres furiosos. Un tipo grande, de barba y calva, empuja al muchacho con fuerza y lo manda hacia el piso.
Algo básico en las ley de la vida y la supervivencia, es que la mayor parte de la gente piensa que es débil y viven pisoteados por los que creen que tienen más poder. Sin embargo, ¿qué pasaría si esos débiles se unen entre ellos y enfrentan a los grandes? Claro, nos hacemos más fuertes, nos defendemos y los derrocamos. Le echo un vistazo a los tipos esos, tienen fuerza bruta, pero no se ven muy inteligentes.
Los abusones me recuerdan a Aiden y eso solo merece mi odio. Es momento de poner a alguien en su lugar.
—Vaya, qué calor se siente acá —digo en tono juguetón, ahora que tengo la atención de todos, me dan ganas de reír—. ¿Qué pasa, gente? ¿Por qué se ha armado tanto ajetreo?
—Lárgate, morenita, esto no te incumbe.
La mirada lasciva del tipo grande, calvo y barbón me causa asco, vaya imbécil, ahora solo voy a disfrutar más si lo humillo.
—Hey, guapo —me acerco a él con pasos seductores—. Mira que estos dos —señalo a los chicos asustados—, son de mi incumbencia. Si hoy fuera viernes, los dejo en paz y se arreglan ustedes, pero hoy es lunes y no estoy de humor. Ahora, dime, ¿qué pasa aquí?
El que me llamó "morenita" me recorre con los ojos, pero no me dejo intimidar, sé que mi cuerpo no es de actriz porno, pero no estoy tan mal. Se acerca tanto a mí, que me siento su calor y furia irradiar hacia mí. Sus ojos son oscuros, casi tan negros como la noche, pero viéndolo tan de cerca, alcanzo a ver su pupila. No sé si es la cercanía, pero percibo perfectamente su aroma: una mezcla de loción masculina con jengibre, trato de no sentir arcadas; el olor me recuerda a un suceso desagradable... Algo que pasó tiempo atrás. ¿Qué mierda?
Me incomoda su cercanía, no lo niego, pero no retrocederé como una niñita asustada. Una vez que haces tu movimiento, lo tomas, jamás lo dejas a la mitad. Y juro que este cabrón me está haciendo enojar.
—A ver, morena, dices que estos dos idiotas te incumben —habla lo suficientemente alto como para que nuestra audiencia escuche, asiento en respuesta—. Entonces supongo que tú te harás cargo de la lana que me deben.
—No te debemos nada, hiciste trampa.
Uno de los chicos, el que tiene aspecto de ser menos perdedor, habla. Admiro cuando alguien tiene cojones u ovarios para enfrentar a los abusones, pero hay un límite entre valor y estupidez. Cuando te ganan en número, tamaño y aspecto, no te pones de arrogante. Hablas, discutes y llegas a un acuerdo.
El niñato está cerca de la idiotez y no me ayuda a ayudarlo. Casi parece que quiere ser machacado a golpes.
—En cualquier carrera, apuesta y juego hay un código de honor. ¿Cuánto te deben y por qué?
—Juego de póquer, veinticinco mil pesos.
Vale, no es tanto dinero, pero no creo que estos niños lo tengan y siendo honesta, yo tampoco los tengo. En una semana podría juntarlo, pero dudo mucho que nos den tanto tiempo.
—¿Hiciste trampa?
—¡Cómo te atreves... !
—Tranquilo, guapo —digo sin mostrar miedo—. Solo pregunto. Mi amigo aquí presente dice algo, tú dices otra cosa, ¿cómo podemos comprobarlo?
—No hay forma, no hay cámaras.
—Ya veo... —ahora sí viene lo bueno—. Entonces arreglemos esto aquí y ahora. Juguemos, si gano, nos dejas en paz; si ganas, te pago el doble.
Ajá, veo la mirada. Aquí y en la ciudad, la mirada de la gente se ilumina cuando escuchan que obtendrán más dinero del que esperaban. Y a este tipo se le iluminó hasta la calva.
Un murmullo se alza entre los presentes, sus amigos se miran entre ellos, algunos de los espectadores se ríen supongo que de mí. Veo entre la multitud a mis nuevos amigos ricos, todos me miran casi con terror, Germán me ve con lástima. Casi suelto una carcajada, por mí ni se preocupen, puedo manejar el asunto.
—Aceptaré tu propuesta con una condición —claro que la aceptará, si no, quedará como un cobarde delante de todos—. No será un juego, será una carrera. Tú contra mi conductor, ¿qué dices, morena?
¿Qué digo? Que soy mejor corriendo que jugando póker. Por supuesto que ese machito ni se imagina que conduzco mejor que muchos, que destrocé a muchos conductores fieros. Que se prepare, yo nací lista.
—¿Y por qué no compito contra ti?
Silencio y una mirada enfadada.
—No compito con mujeres
—¿Te da miedo?
Exclamaciones, burlas, gritos y murmullos nos invaden. Vale, creo que di un golpe bajo, pero este idiota ya me hizo enojar. Algo me dice que la razón va más allá del hecho de ser mujer.
—Una palabra más y me limpio el culo con el trato.
—De acuerdo, acepto —alzo las manos en señal de rendición—. Solo hay un inconveniente —en eso sí no había pensado y ahora me siento una idiota—. No tengo auto.
Las risas y carcajadas estallan como fuegos artificiales, todos se burlan. Por un instante regreso varios años atrás cuando era Di estaba en la preparatoria siendo insultada por mis compañeros, siendo agredida por Aiden... Por un instante me siento chiquita y toda mi seguridad se va por el retrete. Pero entonces una voz potente se alza sobre el barullo.
—Puede competir con el mío.
Germán me mira a los ojos y no parece dudar. Me mira de frente mientras camina hacia mí sin romper nuestra mirada. Aunque quisiera, no podría despegar la mirada de sus ojos oscuros, una minúscula llama se enciende dentro de mí.
De pronto, las risas desaparecen, ahora solo hay tensión en el ambiente.
—Como sea —el calvo escupe asquerosamente—. Que sea rápido, ida y vuelta, déjame decirte que la vuelta está peligrosa. Y acá no vienen ambulancias.
No creo que más peligrosa que la avenida principal transitada, pero agradezco la advertencia.
—Traigan el auto a la línea de salida, esta morenita se queda aquí, no quiero trampas.
Y así, frente a todos nos damos la mano y sellamos el trato. Nos dirigimos a la línea de salida y solo pienso que nada lo puede arruinar.
El otro auto ya está en la línea de salida, tiene los vidrios polarizados y alzados, el carro es un Aston Martin gris y si no fuera mi contrincante, me darían ganas de hablar con el dueño del auto para pedirle probarlo.
Germán conduce lentamente el Audi hacia la línea de salida, la gente abre paso mientras susurra. Algunos aficionados gritan, vitorean, otros abuchean. El auto llega a la línea de salida. De verdad, este hombre me salvó.
Germán sale del auto y me mira preocupado.
—Espero que sepas lo que haces.
—No te preocupes y gracias, te debo una.
Nos damos la mano y me meto al coche. Respiro profundamente, esto es algo que ya he hecho, sé manejar hasta con los ojos cerrados, nada malo puede pasar. Venga, Dinaí, no será difícil.
Siempre volteo a ver el auto de al lado cuando corro, siempre echo un vistazo rápido, esta vez también lo hago. Y ese es mi error.
El conductor tiene el vidrio abajo, sus ojos me miran duramente... es una mirada gris, gélida, llena de odio.
Aiden me mira y parece que me quiere asesinar. Mi pulso se dispara, mi respiración se agita y comienzo a ponerme nerviosa. Me centro en mantener una expresión neutra. Volteo la vista al frente y casi grito cuando reconozco a la chica que nos dará la salida.
Es Elisa y está más bella que nunca. Nuestras miradas se encuentran, veo incredulidad y sorpresa mientras mantiene las dos banderas en alto. A juzgar por su reacción, aún no se enteraba de mi regreso.
Trago saliva y tomo el volante con más fuerza. En un solo segundo, pasan mil pensamientos por mi mente, incluidos los años de infierno escolar, la decepción, la derrota.
Es tal mi pesar, que siento que una crisis de pánico se avecina, no he sufrido una desde que dejé de tomar el medicamento, el que me recetó el doctor de la ciudad. Mateo me llevó con él. Oh, Mateo... su imagen aparece en mi mente; tan risueño, tan inteligente, tan audaz, puedo verlo tan nítidamente que llego a pensar que es real. Casi puedo oler su aroma a naranja y una mezcla de chocolate, puedo ver el reflejo de su cabello cuando la luz solar le pegaba de lleno.
"Vamos, Dinaí, solo tienes que respirar, habla conmigo, dime algo. La medicina está por hacer efecto." Me decía mientras acariciaba mi mejilla. "Te quiero y estoy contigo." Pero no solo era la medicina, era él; su simple presencia me tranquilizaba, el verlo junto a mí me daba una sensación de seguridad que nunca alguien me dio; ni siquiera mi madre.
Y entonces aparto su imagen de golpe. No necesito a nadie a mi lado para salir de situaciones difíciles, soy capaz de hacerlo por mi cuenta. Todos los sentimientos negativos desaparecen y entonces nace en lo más profundo una jugosa satisfacción.
Voy a disfrutar ver cómo Aiden queda como idiota.
Mi pulso va a mil por hora, siento que el corazón se me saldrá en cualquier momento, la respiración quema en mi garganta, pero comienzo a pensar en todo lo que me hizo sufrir el idiota que está en el coche de al lado, en todas las lágrimas que por su culpa derramé. Pienso en la "mejor amiga" en la que deposité toda mi confianza y en como agarró mi amistad y la tiró a la basura.
Mi estupor se convierte en emoción, el odio se convierte en voluntad de ganar. He conducido antes, he ganado en carreras antes. Esta no será la vez en que caeré.
Tomo el volante con más fuerza, estando en neutral, piso un poco el acelerador. Oh, el potente rugido del motor me hace sentir viva, pronto mi inseguridad es suplida por una dosis de adrenalina. Estoy lista, estoy preparada, que me pongan al rival más difícil.
Un segundo de silencio inunda el lugar, la carrera está por comenzar. Elisa entorna los ojos como si me quisiera retar "No podrás, Di" casi siento que me dice, pero está equivocada.
Los espectadores miran emocionados, esperan la señal, esperan ver las banderas bajar... De un momento a otro, Elisa baja ambos brazos y las banderas tocan el piso; meto segunda y piso el acelerador sin piedad.




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