Lo que fui sin ti

Cadena de errores

Por un momento no escucho sonido alguno, por un momento parece que el tiempo se detuvo. Lo único que oigo es el eco de los latidos de mi corazón y mi respiración.
El primer tramo es recto, sin bordes ni curvas, incremento la velocidad, hago el cambio a tercera y llego a los ochenta kilómetros por hora. Y entonces el sonido regresa. El motor protesta ante el esfuerzo, el roce de las llantas con el pavimento se cuela por mis oídos. Relajo un poco las manos, pues los nudillos ya se me habían puesto blancos. Escucho un rechinido, pero no logro captar de donde proviene, aparte, estoy demasiado ocupada midiendo la curva a la que me acerco cada vez más. Y es que la curva cerrada es de casi ciento ochenta grados, se trata del regreso.
Oh, mierda, esto no será fácil.
Hay postes y trozos de metal que bordean la curva, no es suficiente para detenerme si en dado caso no logro virar y colisiono, así que si cometo un error, el coche volcará. El automóvil no es mío y dada mi velocidad, puedo ponerme incluso a mí en peligro.
El tablero marca 110 kilómetros por hora, no hay forma humana de virar a esa velocidad y salir ileso, bajo poco a poco la velocidad, no quiero bajar tanto, pero a noventa de por sí ya es riesgoso. Me atrevo a mirar a mi derecha; el automóvil contrario está a mi altura, en cualquier momento, si me distraigo, me podrá rebasar.
La curva se acerca, ya está a menos de diez metros. Giraré a la izquierda, Aiden a la derecha; la curva es decisiva, quien salga primero, obtendrá casi seguro la victoria. Cinco metros, ya voy a cien kilómetros por hora, trato de recordar la sonrisa de mi mamá. Tres metros, nada me vino a la cabeza, solo tomo el volante de nuevo con fuerza. Un metro, voy a noventa kilómetros por hora y es momento de virar.
Meto el freno de mano y escucho el quejido. El olor a quemado se cuela por mis fosas nasales, espero que no haya ocurrido nada grave. Veo como recorro la curva en cámara lenta, muevo el volante lo más que puedo, giro y siento como la fuerza centrífuga me jala hacia afuera. Oh, no, saco el freno de mano y piso el freno, a mí no me sacan de esta pista. Logro sobrepasarlo y entonces viene lo contrario; la fuerza centrípeta me jala hacia adentro. Siento un fuerte jalón, pero agarro fuerte el volante; inmediatamente después, meto velocidad y piso el acelerador a fondo.
Sin saber bien por qué, siento un ligero mareo que se apodera de mí, tengo unas náuseas terribles, pero no puedo darme el lujo de vomitar. Otra curva se avecina delante, no es tan cerrada ni tan pronunciada, más que nada parece un obstáculo que pusieron nada más por poner. Veo el tumulto de gente brincando enfrente, están a poco más de cien metros. Esto está por terminar. Escucho el motor protestar, ya debería cambiar de velocidad, pero algo me detiene. Un segundo, dos segundas, meto el cambio y escucho al motor descansar.
Subo hasta ciento treinta, la distancia es menor. Llego a ciento cuarenta, estoy a diez metros. Cinco metros, contengo la respiración... Piso la meta y entonces saco el aire que sin darme cuenta, contenía.
Poco a poco, bajo la velocidad, poco a poco, el auto comienza a descansar. Los brazos y las piernas me tiemblan como gelatina; incluso la mandíbula tiembla. Muerdo mi labio inferior nerviosamente. Ahora que por fin he parado, bajo mis manos del volante, respiro fuertemente mientras trato de tranquilizarme, ya pasó, está bien, todo está bien. No vi quien ganó, no vi quien llegó primero, pero necesito al menos diez segundos para calmar esta ansia que amenaza con hacerme gritar.
Vaya, odio a Aiden, pero no negaré que es buen corredor.
Por el espejo retrovisor, visualizo como se acerca la gente en coches, en motos, colgando de las camionetas. Vaya, sí nos alejamos un poco de la línea de llegada. Pongo mi mano derecha sobre mi corazón y cierro los ojos un momento, ya pasó, no importa el resultado, sobreviví a la curva y ahora todo es cuestión de respirar.
Bien, Dinaí, lo peor ya pasó, ahora solo baja del coche y enfrenta las consecuencias de tus actos. Apenas quito el seguro y alguien me gana en abrir la puerta, pues nada más escucho el chasquido seguido de gritos, vítores y risas que rompen de un tajo el silencio. Abro los ojos y me encuentro con el rostro de Germán quien me sonríe con ganas. Suelta una carcajada y me toma de los brazos para sacarme del interior del auto. No sé bien cómo, pero me levanta en vilo y damos una vuelta. Estoy en shock, apenas me puedo mover. No sé ni qué está pasando, pero pronto me veo en medio de un montón de gente que me grita cosas que no entiendo. Los primeros que se acercan son los chicos de la apuesta, uno me besa en la mejilla mientras el otro me abraza.
Y entonces todo se vuelve un caos.
Alguien me jala del brazo, alguien me toma del hombro. Ahora que Germán me ha dejado de nuevo en el suelo, la gente me comienza a atormentar. Tomo su mano en un reflejo por no verme atropellada por toda esa gente, de por sí ya me siento sofocada. Otra de las chicas que venían conmigo en el Audi se abre paso entre la gente y me enseña la pantalla de su teléfono.
Veo como nos acercamos a máxima velocidad, como ambos automóviles luchan por llegar primero... la diferencia es minúscula, pero bastante clara, fui yo quien cruzó primero.
La puta madre. Gané, crucé la línea antes que Aiden. Lo vencí.
Durante un segundo quedo anonada. Por primera vez en lo que va desde que conocí a Aiden, gané yo, el pobre inepto que perdió ante mí es él.
Y entonces rio, me carcajeo mientras disfruto del sabor de la victoria. He ganado antes, he competido por dinero, por información y por mi vida antes; pero el gusto triunfante nunca antes me deleitó tanto.
Abrazo a Germán quien aún está a mi lado, abrazo a la chica que me enseñó el video y le doy un beso en la mejilla. Alguien me ofrece una cerveza y me la tomo casi de un solo trago. Oigo a alguien de entre la multitud gritar: "Hazme un hijo". Rio ante eso, y entonces me llega la imagen de Mateo, puedo imaginar su sonrisa orgullosa, sus brazos abrazándome, su mirada cálida.
Por un momento no siento dolor, simplemente una especie de nostalgia agradable.
Pronto, la gente comienza a callar, las risas cesan y el silencio se adueña. Un camino entre la multitud se abre para dar paso al imbécil machito calvo de barba que osó apostar conmigo. Lo secundan sus amigos y en medio de ellos está Elisa.
Me da tanto gusto ver su rostro repleto de sorpresa, sus ojos desorbitados y la boca echa una mueca de incredulidad. Apenas le lanzo una mirada, estúpida chica, no puedes contra mí. El calvo me mira de arriba abajo, no veo burla o desagrado en sus ojos, más bien una minúscula y casi imperceptible mirada de respeto. Y entonces su mirada se vuelve pervertida.
Oh, no. Eso no, podrás estar muy bueno y todo, machito, pero ni pendeja me acuesto contigo.
—Vaya, vaya, quién lo diría —se acerca a mí hasta que su cuerpo queda a escasos centímetros del mío. Seguro lo hizo para que tuviera que alzar la mirada—. La morenita lo logró, felicidades, sacaste de un apuro a tus mascotas.
—Prefiero verlos como amigos —señalo a los chicos novatos—. Ha sido un placer derrotar a tu conductor. Cuando quieras puedo humillarlo de nuevo.
La multitud se burla, pero esta vez no de mí, sino de mis palabras. Aiden se acerca y se para junto al clavo, me mira con sorpresa sí, pero todavía existe odio en su mirada.
—El trato está cerrado —digo para despedirme, no quiero hablar con el imbécil de mi ex mejor amigo—. Cumplí mi parte, estos chicos quedan liberados y yo me retiro.
Me doy la media vuelta para acercarme a Germán y sus amigos. Mucha gente intercambia billetes discretamente, dentro de las apuestas clandestinas, hay apuestas clandestinas. Supongo que el lote mayor se lo llevará quien haya descrito la carrera a la perfección. Bien, ha sido suficiente por hoy, no quiero seguir aquí.
—Cuando quieras eres bienvenida, Di —me congelo al oír su voz—. Podrás haberme ganado, pero te veo y sigo viendo a la ridícula perdedora. Aun en la tumba, tu madre no se enorgullecería de ti.
Este cabrón hijo de la gran puta. Vale, me han hecho peores ofensas, pero que se meta con mi madre es demasiado. Trago saliva y miro al suelo. Hace años sus palabras me afectaron, hace años el daño me parecía irreparable, pero él ya significa nada.
—¿Perdedora? Pero sí te acabo de ganar, cariño —me volteo y lo miro a los ojos grises—. Si tratas de compensar otras deficiencias —señalo el auto y a su pito—. No lo hagas desquitándote conmigo. Mejor aprende a conducir. En cuanto a lo otro, no puedo hacer nada. Ya encontrarás cómo complacer a tu novia.
Elisa abre los ojos ampliamente al escucharme, le lanza una mirada extrañada a Aiden, pero este solo aprieta fuertemente la mandíbula. Uh, oh, ¿le dolió? Tal vez di en una fibra sensible, hay problemas en el paraíso.
El público ríe, abuchea y avienta cerveza al auto de Aiden. Me doy la vuelta y salgo entre vítores. Necesito una ducha fresca, Dinaí fuera.
****************************** **
Germán me lleva a casa, todo el camino de regreso se la pasaron hablando de la carrera y de lo mucho que les gustó verme dejar como idiota a Aiden. De regreso nos trajimos a los chicos a los que les salvé el trasero; no paraban de darme las gracias.
Nos contaron que Aiden es el mejor conductor, pues desde hace un par de años nadie le ganaba una carrera. Él simplemente corre para quien le ofrezca el mejor trato y generalmente son los cabecillas. El calvo de barba es el nuevo cabecillas de El Arco, siempre está ahí y es el que organiza las carreras, se encarga de las apuestas y se lleva a una chica diferente cada noche para follar (no estoy segura de esto, digo, las ITS dan miedo y aparte no hay tantas chicas en Sores ni en los pueblos de los alrededores). Su nombre es Gustavo. Hasta donde entendí, llegó hace poco más de un año y lo primero que hizo fue adueñarse del lugar.
Así que yo soy la novedad, la chica que derrotó a la leyenda y que definitivamente es el nuevo sueño húmedo de muchos. Ja, ja, gracias, pero no quisiera que se masturbaran con mi recuerdo. Me piden que vaya con ellos la próxima, así podemos ganar dinero juntos. Los lunes y los jueves se organizan, eso para evitar a la policía. Vale, amo ese ambiente, amo conducir, pero ni tengo coche propio ni tengo ganas de convivir con Gustavo. El aroma de ese tipo me recuerda algo no muy agradable, algo que no quisiera vivir de nuevo. Son coincidencias, lo sé, pero algo me dice que no es buena idea estar en su mira.
Dejamos a los chicos y entonces estacionamos frente a mi casa.
—Gracias por confiar en mí —le digo a Germán. Sus ojos oscuros me devuelven la mirada—. De verdad me hiciste un favor enorme.
—¿Estás bromeando? —coloca un mechón de cabello detrás de mi oreja—. Fue la mejor noche de mi vida después de mucho tiempo —sus amigas y el otro chico hablan en acuerdo—. Gracias a ti, espero que nos veamos pronto.
No estoy tan segura de eso, pero no me molestaría verlo de nuevo.
Me bajo del coche y me acerco a mi casa. Las luces están apagadas, supongo que al ser las tres de la mañana, mi padre y su prometida ya descansan. Ahora solo espero no estar tan cansada mañana para las tediosas clases.
Como algo del refrigerador antes de dormir, debo estar bien alimentada al menos. Estoy dejando todo limpio y en orden cuando escucho un sonido afuera. Me asomo y no hay nada, así que le resto importancia.
Más tarde, ya cuando estoy por dormir, escucho un par de voces, también pasos cerca. Me asomo y veo a dos personas. Una de ellas es Valentina quien está en bata y se cruza de brazos. El otro es Gustavo, su calva y barba son inconfundibles. No alcanzo a escuchar más que susurros, pero oigo una frase: "La perra me ganó una apuesta. Podré conseguir el dinero pronto". Valentina le responde algo y hace ademán de golpearlo, pero se controla. Da media vuelta y se mete a la casa. Gustavo se queda viendo y entonces golpea el suelo con la pierna.
Él también se aleja hacia la calle y entonces veo un automóvil conocido. Es el de Aiden. ¿Qué mierda?
No sé qué acabo de ver, pero sé que la falta de dinero tiene que ver conmigo. Oh, mierda, presiento que cometí un error. Un error al regresar a Sores, un error al ir a "El Arco" y un error al confrontar a gente que tal vez no es tan inofensiva.
Mierda, hice una cadena de errores.




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