Lo que me queda de ti

Encuetro

Hoy fue un día intenso, el trabajo estuvo cargado, pero eso es bueno, trabajar me gusta porque me distrae, además mi profesión es —junto a Taís—, todo lo que tengo, me entretiene.

—Papi, ¿me vas a dar permiso y dinero para salir el viernes? Tenemos un cumpleaños y, Paty y yo, queremos ir a la peluquería. Se abrió una nueva cerca de su casa y están haciendo una promoción de dos por uno, o sea que nos va a salir a mitad de precio. —Está entusiasmada con aquello, ella es coqueta y le agrada maquillarse, peinarse y arreglarse. Cuando Taís era chica, yo solía ser su juguete, me peinaba y me maquillaba hasta dejarme peor que a un payaso.

—¿Va a ir cierto chico que conociste hace unos días a ese cumpleaños? —pregunto con tono pícaro y divertido, las mejillas de Taís se pigmentan de un rosa intenso y yo río abiertamente.

—¿Soy muy obvia? —Quiere saber, su sonrisa es dulce.

—Un poco, pero solo porque te conozco demasiado. No hay problema, tienes el permiso y el dinero, pero no vuelvas demasiado tarde porque me preocupo.

—Paty se quedará a dormir aquí porque sus padres viajarán, ¿puede? —pregunta sonriente.

—Claro, pero ¿cómo vendrán de la fiesta?

—¿Nos puedes buscar? —inquiere y coloca las manos juntas como si pidiera por favor.

Yo asiento. Esto de ser padre de una chica de la edad de Taís es estar en constante movimiento.

—Bueno, ¿seguimos con esto? —pregunto ya en el escritorio, cada quien en su sitio, listos para nuestra lectura diaria. Yo cada vez menos desinhibido y Taís cada día más curiosa.

—Soy toda oídos.

 

Después de la primera salida, no supe de Carolina en varios días. La busqué en la universidad, pero nadie sabía nada. Había una chica que solía estar con ella, me acerqué a preguntarle y me dijo que estaba indispuesta. Le pedí su número pero, como buena amiga, dijo que no podía dármelo y que ya volvería, que no me preocupara.

Laura me había llamado a menudo en esos días, quería salir conmigo, repetir los encuentros de las vacaciones. Ella era bonita, interesante y muy fácil. No en el mal sentido de la palabra, sino que no era difícil estar con ella, conquistarla, sacarle una sonrisa. Decidí invitarla al cine y a cenar esa misma noche; la desaparición de Carolina me hacía sentir en cierta forma frustrado, necesitaba de alguien como Laura que me ayudara a pensar en otra cosa, por momentos sospechaba que me estaba obsesionando.

Después de haber salido con Carolina el otro día, yo había quedado entusiasmado con ella, con sus misterios, con sus sonrisas y con sus ironías, pero a ella parecía haberle dado igual. Desapareció como si nada y yo estaba seguro de que, en cualquier momento, aparecería de la misma forma.

Cuando llegó la hora pactada, busqué a Laura por su casa. Ella se acercó a mí y plantó un dulce beso sobre mis labios. Teníamos algo, no puedo definir muy bien qué era, una especie de amistad especial o de amistad con derechos, visto que habíamos pasado ya ciertos límites. Le correspondí al beso y luego la observé de arriba abajo: traía una blusa negra, pantalones del mismo color y una chaqueta en tono rosa viejo que le daba cierto aire juvenil. Su cabello lleno de ondas iba suelto por sobre sus hombros y, cuando me pilló observándola, levantó las cejas y ladeó la cabeza con una sonrisa.

—¿Te gusta? —preguntó con tono sexy.

—Cualquier cosa que te pongas me gustará —respondí, la tomé por la cintura para acercarla a mí. La verdad es que ella me gustaba y que, cuando estábamos juntos, me sentía cómodo, como si estar juntos fuera lo correcto.

La llevé hasta el auto y, como todo buen caballero, le abrí la puerta para que pasara. Luego fui hasta mi sitio y conduje hasta el cine; compramos las entradas, las palomitas y los refrescos, y nos dispusimos a esperar a que se habilitara la sala. No sé qué película íbamos a ver, en realidad, Laura la había elegido y yo solo había pagado.

La gente que estaba en la función anterior comenzó a salir de la sala y yo tomé a Laura de la mano para que nos acercáramos de manera que apenas se despejara la sala pudiéramos entrar entre los primeros. Me gustaba elegir los asientos del medio, ni muy adelante ni muy atrás, y teniendo en cuenta que había muchas personas esperando, pretendí adelantarme para conseguir buen lugar.

Entonces, la vi cuando salir de una sala. Iba abrazada del cuello de un chico y sonreía. El muchacho tenía una de sus manos aferrada a la cintura de ella y con la otra hacía señas que a ella le parecían muy simpáticas. Mi estómago se encogió, sentí celos, le regalaba a ese chico la misma sonrisa dulce que me había obsequiado a mí el otro día. Y, no sabía por qué, pero algo dentro de mí se alzaba posesivo y atrevido. Abracé a Laura con la tonta e ilógica intención de que Carolina sintiera lo mismo que yo cuando me viera, pero ella solo pasó de largo y levantó una mano para saludar de lejos. No respondí al gesto, estaba demasiado molesto.

Casi empujé a Laura entre la multitud para que ocupáramos un asiento, luego me disculpé. Me excusé para ir al baño antes de que empezara la película. Salí como un bólido esperando encontrar a Carolina aún por allí y, para mi suerte, la vi afuera del sanitario de damas. Me acerqué de forma casual, como si yo fuera a entrar al de caballeros que estaba enfrente.

—¡Hola! —saludé y ella sonrió mientras secaba sus manos aún mojadas por su pantalón de jean.

—Hola —respondió concentrada.

—Hay una máquina adentro que tira aire caliente, sirve para secar las manos —dije y señalé la puerta del baño de damas.

—No tengo paciencia para esperar a que se sequen con el viento.

—¿Qué te sucedió estos días que no has ido a la universidad? —pregunté. Cambié de tema, consciente de que no teníamos demasiado tiempo.

—Ehmm hummm… estuve un poco enferma —respondió dudosa y se encogió de hombros.

—¿Gripe? ¿Algún virus?




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