Lo que me quedó de ti

Capítulo 6 – El día que nos dijimos la verdad

El aire estaba pesado esa tarde, como si presintiera lo que venía.
El sol, escondido detrás de nubes densas, filtraba una luz grisácea que hacía que todo se sintiera más lento, casi en cámara lenta.
Nos encontramos en el parque donde solíamos caminar sin rumbo, dejando que el tiempo se perdiera entre hojas secas y susurros lejanos.

Yo llevaba en el pecho ese peso que ya no podía callar, y él, con la mirada cansada, parecía también cargar un mundo invisible.

—Tenemos que hablar —dije, rompiendo el silencio que se había instalado entre nosotros desde hacía días.

Él me miró, intentando adivinar qué había detrás de esas palabras, y asintió.

Nos sentamos en un banco, y el frío empezó a calar más fuerte cuando ambos comenzamos a desnudar nuestras heridas.

—Siento que nos estamos perdiendo —empecé, sin poder sostenerle la mirada—. Que estamos más cerca del final que del principio.

Él suspiró, como si quisiera ordenar sus pensamientos, y entonces dijo, con voz grave:

—Sé que no he sido el hombre que prometí ser. Que te fallé, y eso duele más de lo que imaginé. Pero también siento que tú no confías en mí, que a veces me tratas como si fuera un extraño.

—No es que no confíe —respondí con lágrimas queriendo salir—. Es que duele que las promesas se quiebren. Que las palabras se queden en el aire y no se cumplan.

La conversación empezó a crecer en intensidad.
Él me habló de sus miedos, de esa inseguridad que le hacía distanciarse cuando más necesitaba acercarse.
Yo le conté cómo mi pasado, mis errores, me habían enseñado a protegerme, a levantar muros que a veces ni yo misma podía derribar.

—Recuerdo la vez que me dijiste que te habías sentido solo conmigo —dijo con voz quebrada—. Eso me partió el alma.

—Lo dije porque sentía que estabas lejos, aunque estuvieras aquí —le expliqué—. Porque a veces sentía que peleabas tu batalla solo, sin permitirme estar contigo.

Nos miramos por un largo rato, y el silencio se volvió un puente, una tregua para dos almas heridas.

—No quiero perderte —me dijo finalmente—. Pero tampoco quiero que sigamos así, dañándonos sin querer.

Le tomé la mano, esa mano que tantas veces me había sostenido, y sentí que nuestras heridas podían empezar a sanar, si ambos estábamos dispuestos.

—No sé cómo será el futuro —le dije—, pero sé que quiero intentarlo, sin miedo a equivocarnos.

Nos quedamos allí, con el corazón un poco más ligero, conscientes de que el camino sería complicado, pero también lleno de oportunidades.



#1936 en Otros
#461 en Relatos cortos
#43 en No ficción

En el texto hay: pareja, amor, rutinas

Editado: 21.05.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.