Lo que me quedó de ti

Capítulo 7 – Y aún así, algo no encajaba

Habían pasado cinco días desde aquella conversación.
Cinco días de pequeños intentos, de abrazos tímidos, de miradas que buscaban reencontrarse entre los escombros de lo que habíamos sido.
Cinco días en los que decidimos querernos desde la honestidad, sin promesas vacías ni exigencias. Solo lo que éramos. Solo lo que podíamos dar.

Y sin embargo…

Había algo que no encajaba.
No sabía si era el eco de lo que no dijimos, o el cansancio de haberlo intentado tanto, pero había momentos en los que me sorprendía pensándome sin él.
No como venganza, no desde el rencor. Solo como posibilidad.

Esa noche, me invitaron a una reunión pequeña de exalumnos de la universidad.
No quería ir, pero sentí que necesitaba un respiro, algo que no tuviera que ver con nosotros, con esta reconstrucción frágil que me estaba empezando a doler más que sanar.

El lugar era un café-librería en el centro, uno de esos rincones cálidos con olor a papel viejo y espresso.
Me senté en una esquina, con una copa de vino, escuchando las conversaciones sin prestarles demasiada atención.

Y entonces… lo vi.

Habían pasado años desde la última vez.
Lucas.
Cabello más corto, la misma sonrisa con ojos que se fruncen en las esquinas.
No fue amor lo que sentí.
Fue algo más extraño, más primitivo.
Un estremecimiento.
Como si mi alma, por un instante, se hubiera olvidado de las heridas.

—Elia… —dijo él, con una sorpresa que parecía sincera—. Wow, estás igual.

—Y tú no, estás más guapo —bromeé, sin pensar, sin filtrar.

Nos reímos. Y fue fácil. Tan fácil que dolió.
Porque con él no tenía que explicar nada. No había historia pendiente. Solo dos conocidos que se reencontraban.

—¿Estás con alguien? —preguntó, y me sorprendió que lo hiciera tan directo.

—Sí. Bueno… sí, estamos intentando que funcione.

—¿Y tú? —quise saber.

—Divorciado. Hace dos años. Tengo un gato —rió—. Y un café que me da más dolores de cabeza que cualquier relación.

Seguimos hablando. Nada fuera de lugar, nada prohibido.
Pero al final, cuando se despidió con un abrazo largo, ese tipo de abrazo que dura un segundo más del que debería, sentí algo.
No amor.
No deseo.
Solo una pregunta.

Esa noche, al volver a casa, él me esperaba dormido en el sofá.
Me acerqué y lo observé unos segundos.
Lo amaba. Lo amaba con un amor que había sobrevivido al fuego.
Pero también empecé a entender que no todo amor sobrevive al desgaste.
Que a veces, aunque quieras quedarte, hay partes de ti que ya no saben cómo hacerlo.

Y ahí, en ese instante, supe que algo dentro de mí se estaba moviendo.
Lento, imperceptible… pero real.



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En el texto hay: pareja, amor, rutinas

Editado: 21.05.2025

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