Capítulo 13 – Todo lo que no dijimos a tiempo
—¿Qué pasa contigo? —pregunté con voz temblorosa, al borde.
Él levantó la mirada desde el sofá, con los ojos rojos.
—¿Ahora te interesa saberlo?
—¡Claro que me interesa! —grité—. ¡Me parte en mil pedazos no saber qué sientes!
Se puso de pie.
—¡¿Y tú crees que a mí no me duele verte irte cada día un poco más?! ¡¿Crees que no noto cómo me miras como si ya estuvieras del otro lado de la puerta?!
—¡Porque lo estoy! —exploté—. ¡Estoy en la puerta porque tengo miedo de quedarme y terminar completamente vacía!
Mi voz se quebró.
Y su rostro también.
—¿Qué hice tan mal? —preguntó él, casi sin aliento—. Dime, Elia. ¿En qué momento me convertí en alguien a quien ya no puedes amar?
—¡Nunca dejé de amarte! —solté, y las lágrimas brotaron sin permiso—. ¡Ese es el maldito problema! Te amo tanto que me estoy desdibujando. Que ya no sé quién soy si no estoy contigo.
Él dio un paso hacia mí, pero me alejé.
—¡No! No vengas ahora. ¡No me toques como si eso borrara todo!
—¡No sé qué más hacer! —gritó con desesperación—. ¡Te juro que no sé! Me levanto cada día y me siento un fracaso porque no puedo hacerte feliz, porque te miro y estás rota y me culpo.
—¡Y yo me culpo por no poder salvarnos!
Se hizo un silencio brutal.
Yo respiraba agitada.
Las manos me temblaban.
Él tenía la mandíbula apretada y los ojos brillantes. No podía sostenerme la mirada.
—¿Y si ya no hay nada que salvar? —susurré, más para mí que para él.
—¿Eso quieres?
—No lo sé. Solo sé que no puedo seguir así. Fingiendo que estamos bien. Fingiendo que si nos abrazamos suficiente, todo se arregla.
Se acercó, esta vez sin que me apartara.
Y me abrazó.
No como alguien que ama con fuerza, sino como alguien que se despide sin palabras.
—Elia… si tú te vas…
—¿Sí?
—No te voy a detener.
—¿Por qué?
—Porque por fin entendí que no se puede amar a alguien que ya no tiene espacio para respirar.
Esa noche dormí sola.
Y no por decisión.
Sino porque, por primera vez, entendí que el amor no siempre gana.
Que a veces, el verdadero acto de amor es dejar ir.
29 de abril
"No gritamos por odio. Gritamos porque teníamos miedo.
Nos perdimos entre las expectativas, los silencios, los deberías.
Te amé tanto, que dolía mirar cómo nos apagábamos.
Y tú… tú me amaste como quien no sabe pedir ayuda, pero espera que lo salven.
No pudimos."