Manos frías

Entonces, de un momento a otro, se había ido. En un palpitar de corazón, desapareció la chispa en sus ojos y el brillo de su sonrisa; sus mejillas no volverán a enrojecerse, tampoco escucharé mi nombre en su boca, ya no podré oírla cantar por los rincones de esta casa, todo ha sido sustituido por un par de manos frías. Ahora solo la oscuridad ha de acompañarme.

Claro, es triste que ya no esté, pero, lo verdaderamente doloroso, es saber que se ha ido pensando que no es nada, se ha ido con la idea de que a nadie le importa. Le ha dado al dolor la clave para permanecer en mi vida, porque se ha ido, sin saber que a mi me importa, que yo la amo, y que a mi me duele.

Ya no está, y nadie nunca podrá, ni en mil años, llenar ese vacío. Su voz que consuela, sus suaves manos, su perfume, su sonrisa, sus largo rizos, sus ojos soñadores. Todo.

¿Cómo puedo seguir adelante, si ahora la veo en todos lados? En las tazas de café, las hojas de los árboles, la música, las gotas de lluvia, la brisa de verano. Y con ello la culpa me consume. ¿Por qué no pude amarla más fuerte? ¿Por qué sintió que estaba sola? ¿por qué no acudió a mí?

Ella piensa que se va, que nadie jamás le llorará, y heme aquí, en un mar de lágrimas. ¿Cómo se supone que sane esta herida, si ella era mi refugio? Si era ella quien me consolaba cuando el mundo me daba la espalda, quien me cantaba para dormir, si era ella la representación humana del amor, lo que todos quieren llegar a ser, a quien todos esperamos amar. ¡Qué ironía! Tratar de acabar con el dolor y amarguras, y provocar nuevas. Pero ¿cómo puedo estar tan molesto, sabiendo que tu estabas en tanto dolor? ¿Ahora es mi turno, no es así? Ahora sentiré el vacío del que tanto hablabas. Perdóname. Por todo o por nada. Te extraño siempre.