Leonardo Álvarez
Por fin íbamos a ir a conocer a nuestro bebé, nunca pensé en decir esto, pero estoy tan feliz por ser padre, aun más por serlo al lado de la mujer que amo. Nunca pensé que esto pudiese ser una posibilidad, siempre me negaba a la idea, tal vez por la forma tan controladora en la que me trataba mi padre, nunca haré eso con mi hijo o hija.
_ Estoy nerviosa. – mencionó Camila mordiéndose las uñas, ¿Cómo te explico mi vida que yo estoy peor que tú? Mi corazón quería salir de mi pecho, es una alegría tan grande como el tenerte a mi lado cada día.
_ Yo también amor, pero tranquilízate, recuerda que no puedes tener emociones muy fuertes. – mencioné sonriendo y poniendo una de mis manos en sus muslos, me encantaba hacerlo y sé que a ella también. Extrañaba su cuerpo, sin embargo, no quería dañar al bebé y nos habíamos alejado un poco del contacto físico y el deseo carnal que nos invade, significando esto que se nos hiciera difícil poder conciliar el sueño por las noches.
_ Te amo, Leonardo. – comentó sonriendo y sacando un pote de su bolso, era esa bendita crema de cacao, ¡Hasta duerme con ella! Me miró de reojo, seguro cree que no la he visto. Metió el dedo en el frasco y luego lo llevó a su boca, acariciándolo con su lengua, mi piel se erizó de solo pensar en lo que estaba haciendo.
_ Podrías usar esa lengua en cosas mucho mejores que esa crema de cacao. – mencioné, ella me miró y yo enarqué una ceja.
_ A ti te asusta. – respondió. Justo en el blanco. – Tengo que conformarme con sentir el placer de comer de esto. – mencionó sonriendo y volviendo a hacer lo mismo, claro que esta vez me enseñó como llevó su dedo a la boca y la manera en la que movía su lengua para sacar el contenido del dedo, una delicia.
_ Umm… no me provoques. – mencioné sonriendo. Ella se volteó nuevamente a la ventana y seguimos nuestro camino, llegamos a la clínica y dimos con el ginecólogo.
_ Buenas tardes, mamá y papá. – mencionó el hombre ya de edad avanzada. – Cuéntenme, ¿Por qué están aquí? – mencionó nuevamente el hombre.
_ Verá, mi mujer está embarazada, hoy nos habían dado una cita para una ecografía. – mencioné sonriendo y tomando la mano de Camila. Mis nervios estaban a mi límite, de pronto todo se me vino a la cabeza, tendré que estudiar, trabajar, estar para mi mujer y para mi hijo, no quiero ausentarme para ellos, no quiero volver a sentir a Camila lejos de mí, mucho menos con nuestro bebé, pero eso, claramente no importaba ahora, solo quería conocer a mi bebé dentro de la barriga de su madre.
_ Entiendo, pasen a la sala de al lado, en un minuto voy. – mencionó, hicimos lo que el doctor dijo, esperamos de pie porque no sabíamos que hacer.
_ Siéntese en la camilla, señora. – mencionó el hombre. – Veo que es su primer hijo, ¿Verdad? – ambos asentimos en respuesta, el hombre sonrió. – Me alegra ver a parejas jóvenes preocupadas por su primer hijo, por lo general los padres no se hacen presente hasta el mes que se descubre el sexo o, inclusive, cuando el bebé nace. – agregó.
_ Pues me verá todos los meses y en todos los chequeos de este bebé y de esta hermosa mujer, quiero estar al pendiente no solo de mi bebé, si no de la mujer que me convertirá en padre por primera vez. – mencioné sonriendo. Él hombre se quedó viendo a Camila.
_ Le tocó un buen hombre. – mencionó.
_ Lo sé, es una maravilla de hombre. – mencionó ella, sonreí, ¿Se puede esperar algo mejor que una mujer de casa, sin vicios y que me entrega todo su ser y todo su amor? No lo creo. – Te amo. – mencionó sonriendo. El hombre le dijo a Camila que se acostara y bajara un poco el pantalón, me acerqué a ella para estar a su lado y ver cuando nuestro hijo apareciera en la pantalla.
El ginecólogo aplicó un gel y luego comenzó a esparcirlo por la barriga de Camila, no podía llegar a imaginarme como un bebé caía ahí, sobretodo porque ahora estaba plana.
_ Ahora se va a mostrar el embrión. Luego de las veinticuatro semanas pasara a llamarse feto. – mencionó sonriendo aquel hombre. En la pantalla apareció una especie de cavidad donde se veía un pequeño bulto. – Ahí está su pequeño bebé. – mencionó. - ¿Cuántas semanas le dijeron que tenía? – preguntó.
_ Cerca de doce, por las cuentas de mi última regla. – mencionó Camila, no podíamos despegar la mirada de aquella pantalla. Sujeté su mano con más fuerza que antes.
_ Te amo, Camila. No tienes idea de cuánto te amo. – comenté con las lágrimas a punto de caer de mis ojos. – No pensé que se sentiría así de hermoso ver a nuestro bebé, imagina cómo estaremos cuando nazca. – mencioné, es que ya me imaginaba ese momento, teniendo a mi niño en mis brazos, viendo sus ojos, que seguramente sería la misma mirada de Camila, capaz de hipnotizar al hombre más distraído del mundo.
_ También te amo, Leonardo, no sabes lo feliz que me siento de estar aquí contigo. – respondió sonriendo, amaba a esta mujer y sin dudas amaba al fruto de nuestro amor, un bebé que sin conocerlo ya ocupaba un espacio en mi corazón.
Antes de que saliéramos de la habitación, el ginecólogo nos entregó unas fotografías de la ecografía y de nuestro pequeño retoño. No podía creer que una imagen, borrosa, en blanco y negro, pudiera provocarnos sentir una ternura tan inmensa que no somos capaz de procesar ni de ocultar.
Editado: 05.06.2022