Leonardo Álvarez
Ya solo nos quedan tres meses para que los bebés nazcan, nos hemos enterado que seremos padres de un niño y de una niña, estamos mucho más que entusiasmados con la noticia, es más, creo que tenemos todo lo necesario y más en la casa.
La hermana de Camila, Antonella se ha quedado con nosotros por petición de su madre, ella no pierde oportunidad para hacer sentir mal a mi mujer, lo que me altera un poco, por mí estuviera bien lejos.
_ Buenos días. – dijo la mujer que cada mañana amanece a mi lado, y que además, es la madre de mis pequeños que van a nacer.
_ Buenos días mi dulce y hermosa Camila. – mencioné sonriendo y acercándome a ella para abrazarla y acariciar su abultado vientre. – Los pequeños amanecieron activos. – dije cuando sentí unas patadotas en mis manos.
_ Sí. Van a ser bastantes inquietos una vez nazcan. – mencionó ella sonriendo con esa ternura que la caracterizaba. – Te amo, Leonardo. Gracias por estar todo este tiempo conmigo, por cumplirme cada capricho que he tenido y por tanto amor que me has entregado, aunque a veces reconozco que te he tratado mal, que me pillas de mal humor…
_ Camila, estoy aquí para ser tu soporte durante el periodo del embarazo, me he dado cuenta que llevar un niño en el vientre es cansador, ahora imagina dos, trato de comprender lo que sientes, no de darte más problemas para que te mortifiques. – mencioné sonriendo y besando su mejilla y luego su frente.
_ Es por eso que te amo. – susurró, ella subió a mis piernas, su barriga no le impedía hacerlo, es más, durante todo su embarazo hemos buscado distintas maneras de hacer el amor y nos ha funcionado enormemente.
_ También te amo, Camila. – mencioné apresando sus labios y mordiendo el inferior, me sentía en las nubes cada que tenía su cuerpo, cada que acariciaba su suave piel, sus labios, cuando devoraba cada parte de ella, Camila es un ángel, pero igualmente me tentaba a pecar.
Ella metió su mano entre mi pantalón de pijama y acarició lentamente mi miembro, sabía lo que quería, se coló entre las sábanas y bajó hasta mi entrepierna, lentamente bajó mi pantalón y mi ropa interior, seguramente pensaba que la detendría, pero no. Quería que siguiera, que me volviera loco de placer, loco por querer tomar su cuerpo.
Sentí el calor de su boca pocos segundos después, no resistí y tomé su cabello, jalé de él y guíe la manera en la que quería que lo hiciera, era una sensación completamente placentera. Levanté su rostro y le indiqué que se recostara, quería recompensarle de la misma manera.
Hice los mismos pasos que ella había cumplido, jalé bruscamente su ropa interior provocando un gemido espontaneo de su parte. Lamí todo en mi camino, ella entrelazó sus dedos en mi cabello, el placer que sentía era embriagador, podía escuchar sus gemidos, qué, a su vez, provocaban que quisiera más, mucho más.
Mis dedos acariciaron desde su vientre, a sus senos, y terminaron en su boca, ella los lamió provocando que mi nivel de cordura pendiera de un delgado hilo, caería completamente en la lujuria, en la pasión y en el deseo desenfrenado de tenerla.
_ Leonardo… quiero más. – susurró dejándome claro que ella se encontraba en igualdad de condiciones.
_ Con gusto, amor. – susurré abriendo sus piernas bruscamente, pero sin lastimarla, y me adentré dentro de ella de un solo movimiento, sus manos enterrando sus uñas en mi espalda y si gemido fuerte, me indicaron que había podido alcanzar la profundidad máxima de su interior, generando un gran placer tanto para ella, cómo para mí.
Cien veces que me adentré en su interior parecieron nada, el deseo que teníamos el uno por el otro se hacía más grande cada vez que estábamos juntos, cumplíamos cada una de nuestras fantasías, toda la estabilidad que siempre quise tener la había encontrado en ella y es que no necesitaba más.
Caímos rendidos en nuestra cama, ella abrazándome, yo acariciando sus cabellos y con mi otra mano, haciendo círculos en su vientre, me encantaba aquella sensación, después de todo el desenfreno de la pasión poder sentirnos completamente desnudos, en un momento tan intimo cómo este, después de hacer el amor, con ese sentimiento que nos queda, la vulnerabilidad, porque una cosa es dejarse llevar por la pasión y calentura, y otra, muy distinta es, cuando nos damos cuenta que podemos quedarnos en la misma cama, completamente desnudos, sin miedo a sentir que el otro nos rechaza.
Al inicio Camila se cubría completa, pensando que me iba a disgustar su cuerpo, pero le hice entender que la amaba tal cual era, que no me importaba cuantas cicatrices, estrías, etc. Tuviera ella. Si no qué, al contrario, me encargaría de que ella también se enamorase de ellas, y siempre trato de hacerlo, las beso, las acaricio, y me encargo de recalcarle que todo de ella me encanta.
_ Te amo. – susurré. – Los amo, a los tres. – agregué sonriendo y besando sus labios, bajando hasta el centro de sus senos y siguiendo mi camino hasta su vientre. – Su madre y ustedes, queridos hijos, son lo mejor que me ha pasado en la vida. Estoy en deuda con el mismísimo Dios, por poner a esta mujer en mi camino.
_ También te amamos. – susurró Camila, levantando mi rostro para poder observarla de mejor manera, amaba a esta mujer de la misma manera en la que ella me amaba a mí, y es qué, Camila se caracterizaba por ser enteramente transparente y es algo que las mujeres ya no hacen, por miedo, por pena a ser consideradas motivos de burla, porque la sociedad a cambiado y las cosas que hace diez o veinte años eran importantes, ya no lo eran.
Editado: 05.06.2022