Lo que nunca me esperé

Capítulo 31

Me llamaron del trabajo, era una cosa de vida o muerte, según me habían explicado por teléfono. Dejé a Camila a cargo de la nana, Amalia.

Cuando llegué a la empresa, me di cuenta de que alguien esperaba en mi oficina, ingresé en ella, para mi desgracia, se trataba de Ana.

_ ¿Qué haces aquí? ¿No te ha quedado claro que no me interesa estar a tu lado? Ni siquiera quiero recordar que te conozco. – mencioné seriamente.

_ Respuesta errónea, querido Leonardo. – dijo sonriendo como psicótica. – Te dejaré comenzar nuevamente y tal vez piense en perdonar a tu mujercita. – mencionó haciendo señas con los dedos en la última palabra.

_ ¿De qué hablas? No tengo por qué retractarme de lo que he dicho. – mencioné. – Mi vida está al lado de Camila, no tengo porqué engañarla ni mucho menos hacerte falsas esperanzas, porque lo nuestro nunca fue y nunca será posible. – agregué nuevamente.

_ Ay Leonardo… - dijo ella riendo cómo loca. – Nuevamente te has equivocado, lastimosamente mi paciencia tiene un límite y tu has acabado con ella. – agregó. – Déjame te explico. – dijo.

_ No tienes nada que explicar. – mencioné. – Mejor deberías irte y nunca volver a aparecerte en mi vida. – dije enojado.

_ Cuando salí del país me hice bastantes amigos, digamos que una mujer cómo yo tiene las aptitudes para aliarse con gente peligrosa. – mencionó sonriendo. – Uno de esos hombres está completamente embobado por mí, ¿Entiendes? – preguntó. – Él tiene el poder y la capacidad de hacerlo y yo los caprichos, todo lo que pida él lo cumplirá. – mencionó nuevamente.

_ No entiendo nada de lo que dices. – mencioné.

_ Tú mujer es un estorbo para mí, al igual que esos engendros que lleva en el vientre, y él está acostumbrado a desaparecer estorbos. – mencionó nuevamente.

_ Ni siquiera te atrevas a hacer algo en contra de mi familia, Ana. – dije enojado tomando su brazo. – Yo mismo me encargaré de acabar contigo.

_ Es muy tarde para amenazas Leonardo, antes te quería para mí, ahora solo quiero que sufras. – mencionó ella sonriendo, parecía una verdadera maniática. - ¿Tú mujer se quedó dormida en su habitación? ¿No? – dijo riendo.

Salí rápidamente de la oficina y corrí al auto, tenía que llegar lo antes posible a la casa, marqué al teléfono de Camila, nunca contestó, mi corazón comenzó a latir apresuradamente, tenía miedo, mucho miedo, no quería perder a mi familia.

Llamé a mi padre, se suponía que ambos irían a casa hoy, esperaba que pudieran irse antes, había quedado atrapado en un largo mar de autos, me demoraría horas en llegar a casa.

_ Papá, hola. ¿Ya se fueron a casa? – pregunté exaltado.

_ Hola hijo, no. No hemos podido salir del supermercado hubo un asalto y la policía está tomando declaraciones. – mencionó mi padre.

_ Bueno, por favor, espero que te vayas lo antes posible para la casa, me han amenazado y Camila está sola en la casa, tengo un mal presentimiento. – mencioné asustado, recuerdo la última vez que me sentí así, fue el día que encontré a Camila tirada en la calle, sangrando, ese maldito día del accidente. No quería volver a pasar por lo mismo.

Maldita sea, llevo dos horas esperando que los autos se vayan, solo espero que mis padres estén en casa y que Camila esté bien.

Mis padres no contestaban el maldito teléfono, no entiendo por qué lo tienen, si en situaciones como estas, es donde más tienen que contestar.

De pronto recibí una llamada, numero desconocido, me preocupé.

_ Hola, ¿Quién es? – pregunté, siempre en mi pecho, esperando lo peor.

_ Leonardo, soy tu padre. Vente enseguida para el hospital, tuvimos que traer a Camila apenas llegamos, ha roto fuente y los niños van a nacer en cualquier momento. – mencionó alertado.

_ ¿Cómo mierda pasó eso? ¡A los niños le faltan más de dos meses para nacer! – dije enojado. Estaba enojado, ¿Qué pudo haber pasado? Me iba a volver loco pensándolo. En la primera vuelta que me llevaba al hospital me dirigí hasta allí, ¿Cómo estaría mi mujer? ¿Mis hijos? ¿Les pasará algo?

Tardé alrededor de media hora en llegar al susodicho hospital donde habían llevado a Camila.

_ ¿Dónde están? – dije cuando vi a mis padres.

_ Doctor, acaba de llegar el padre de los niños, hágalo pasar por favor. – mencionó mi padre. Las enfermeras rápidamente me entregaron unas ropas que tenía que poner para entrar a la sala de partos. Ni siquiera sé si ella podría, pero cuando entré, una de las enfermeras estaba dejando a uno de los bebés en la incubadora, era el niño… mi hijo ya había nacido.

Tomé rápidamente la mano de Camila, pasando entre las enfermeras que se encontraban asistiendo el parto, esta sensación nunca la había experimentado.

Camila lucía extremadamente cansada, su cara estaba mucho más pálida de lo normal y las enfermeras sacaban y sacaban paños humedecidos en sangre.

_ Puje. – se escuchó la voz del ginecólogo y se escuchó aquel grito desgarrador desde lo más profundo de la garganta de Camila. Sentí miedo, pero estaba paralizado, no sabía cómo ayudarla, no me había preparado para esto.




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