Lo que nunca me esperé

Capítulo 32

 Camila Sáez

Desperté en un cuarto frío, todo mi cuerpo dolía, sentía que mi cuerpo había sido rasgado, sobre todo en la entrepierna, luego recordé a mis hijos, ¿Dónde estaban? ¿Estoy sola? ¿Será que me han dejado sola?

Me senté en la cama y pronto vi la figura varonil de Leonardo, sonreí, de pronto comencé a oler su perfume, ese aroma tan embriagador que reconocería en cualquier lugar.

_ Amor. – susurré. Él se levantó, parecía que había visto un fantasma, pero no tenía idea del por qué lo hacía.

_ Ni te muevas, Camila. – mencionó sonriendo. – Llamaré al doctor enseguida. – agregó. – Hazme caso. – agregó nuevamente.

_ Amor, no pasa nada. – mencioné sonriendo y tratando de levantarme. – Creo que quiero ir al baño. – susurré saliendo de mi cama, pero luego sentí una clavada en la entrepierna, Leonardo me alcanzó a tomar.

_ Te dije que no te levantaras, mucho menos sola, Camila. – mencionó con ese tono dulce, pero a la vez enojado. – Te puedes lastimar, amor. Estuviste casi tres días dormida, pensamos que entrarías en alguna especie de coma, pero gracias a dios, no fue así.

_ Amor, dime, ¿Cómo están nuestros hijos? – pregunté completamente triste, recordaba el parto, fue difícil, los bebés no estaban listos para nacer aún, pero aquella discusión con mi hermana y el mensaje de aquella mujer que tanto daño nos ha hecho provocaron que mis nervios y presión arterial aumentara rápidamente.

_ Nuestros pequeños son fuertes, igual que tú. – mencionó Leonardo besando mi frente, entró el doctor para checar mi estado.

_ Quiero ver a mis hijos. – comenté indignadísima, se supone que ya debería tenerlos, a menos que las cosas en realidad estén mal.

_ Los verá, pero primero necesitamos checar su estado de salud. – mencionó aquel hombre que, al parecer era el ginecólogo, era incómodo dejar que me revisara, no era una persona de confianza, si lo comparara con Leonardo. – Bien, pediré la silla de ruedas para que la lleve con sus bebés. Ambos niños están sanos considerando que nacieron antes de tiempo, la verdad, son bastantes grandes, pero necesitan estar algunas semanas en incubadora. – mencionó nuevamente.

El pasillo se me hizo enorme, quería conocer a mis hijos ya, ni siquiera cuando nacieron pude verles el rostro, y lo comprendo, fue un parto complicado y, además, terminé desvaneciendo.

_ Son hermosos, no me canso de mirarlos. – mencionó Leonardo sonriendo, agachándose frente a mí y tomando mi mano. – No tienes idea del miedo que tuve de perderte, Camila. Pero ellos… ellos contribuyeron a que no perdiera la cordura en medio de la desesperación que sentía. – agregó.

_ Tuvimos un par de bebés hermosos. – susurré acercándome a las incubadoras, quería tocarlos, sentir su piel con la mía. – Aquí está mamá, perdón por no poder haber estado antes. – mencioné nuevamente.

_ Hermosos igual a su madre. – mencionó Leonardo. – Llamaré a un enfermero o enfermera de turno para que puedas tomar a nuestros pequeños en tus brazos. – agregó.

_ ¿Es posible? – pregunté. - ¿No les hará daño? – agregué tragando saliva, temía que la respuesta a aquello fuera un sí.

_ Claro que sí, los doctores están impresionados por la condición de nuestros pequeños, están en estas incubadoras más que nada por protocolo. – mencionó Leonardo. – Nuestros hijos son fuertes, igual que tú… ¿Hay algo que no hayan heredado de ti? – dijo sonriendo y acercándose a mí para besar mi frente.

_ Te amo, Leonardo. – mencioné sonriendo y tratando de darle un beso en sus deliciosos y adictivos labios, pero no fue posible, de verdad me dolía mucho la entrepierna, incluso estando sentada.

_ Tienes puntos, no puedes hacer esfuerzos. – mencionó ayudando a acomodarme nuevamente en la silla de rueda.

Estuvimos mucho tiempo con nuestra hija y con nuestro hijo, la pequeña Lucía y el pequeño Luis, sí… seguimos llevando la tradición de la “L” al inicio de los nombres de la familia Álvarez.

Sonreí por ello, el doctor llegó para darme el alta médica, aunque no la quería, deseaba pasar el mayor tiempo posible con mis niños, no quería irme, si pudiera me quedaría aquí, con ellos, velando sus sueños, detallando cada una de sus facciones…

Antes creía que no podía sentir un amor mayor al que sentía por Leonardo, pero ahora, todo ese amor se veía incrementado a miles cada que veía a nuestros hijos, y no quiere decir que ame menos a Leo, lo sigo amando con todo mi ser, pero son amores completamente distintos.

Amo cómo madre, y también, cómo mujer. Ninguna debería ser mayor a la otra, pero sí, mis bebés serán merecedores de la mayor parte de mi atención porque la necesitan, aún no son capaces de valerse por su cuenta y necesitan tanto de su madre, cómo de su padre.

La humedad de la habitación en la que me encontraba anteriormente era mucho más evidente ahora, pero no tenía idea del por qué. El doctor nos citó en su oficina para hablar sobre asuntos, o al menos, eso le había comentado a Leonardo.

_ Señora, tendremos que hacerle exámenes de sangre para comprobar que no la hayan expuesto a alguna sustancia. – mencionó provocando que Leonardo se levantará instantáneamente de la silla.

_ ¿Qué mierda está diciendo? – preguntó exaltado el hombre que tenía a mi lado.




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