Lo que nunca me esperé

Capítulo 33

Dos semanas después.

Gracias a la vida, mis exámenes resultaron excelentes, a excepción de qué presentaban un leve grado de anemia, Leonardo se había vuelto loco, no quería ni que me levantara de la cama, era algo horrible si lo pensaba desde la perspectiva que mis niños se encontraban solos en el hospital.

Hoy nuestra vida cambiaría para siempre, iríamos a buscar a nuestros hijos al hospital, después de aquel accidente que terminó conmigo en el hospital, a mi madre no le quedó más remedio que llevarse a Antonella de vuelta, es más, mi padre me había comentado que estaba embarazada y que por eso se había venido, quien sabe qué pensaban hacer con ese pobre bebé ese par.

O quizás, de plano, pensaban que nosotros lo criaríamos como nuestro y no, no me molestaría en lo más mínimo, pero deberían desaparecerse de mi vida para siempre.

Muchas noches estuve sin poder dormir esperando este día, quería volver a ver a mis pequeños, estoy segura de que están muchos más hermosos que ayer, el amor que sentía por ellos era algo maravilloso.

El amor que sentía Leonardo por mí y por nuestros hijos era aún más maravilloso, él me adoraba por traer a nuestros hijos al mundo, lo consideraba un acto digno de admiración.

_ Estoy muy ansiosa, amor. – mencioné sonriendo y mordiendo mis uñas, sonreí al ver su sonrisa, quería estar cerca de él, pero de una manera en la que aún se me hacía imposible, supongo que, con dos bebés, se nos hará un poco complicado el tema de pasar tiempo en pareja para nosotros dos, y eso tal vez afecte un poco nuestra relación, pero sé que Leonardo lo comprenderá, nuestro amor ha ido mucho más allá de las adversidades que hemos vivido.

¡Por fin en el hospital! ¡Por fin con nuestros mellizos!

_ Sus pequeñas sillas los están esperando en el auto. – les dije entre risas, ya me imaginaba los días maravillosamente caóticos que viviremos juntos, momentáneamente los tres y espero que muchos más estando los cuatro juntos.

Tomé en mis brazos al pequeño Luis, mientras que Leonardo ya había tomado a Lucía, estaba segura de que cumpliría todos los caprichos de nuestra hija, de tan solo ver la manera en qué sus ojos le brillaban cuando la veía, no me dejaba mucho más que decir o pensar.

_ Los amo. A mis dos princesas y a mi pequeño príncipe. – dijo Leonardo una vez estuvimos todos dentro del vehículo, nunca me cansaría de decir cuánto amaba que dijera aquellas cosas de esa manera tan inesperada, aunque odiaba el hecho de que, después de todo este tiempo, siguiera teniendo el poder de provocar que mis mejillas se enrojecieran.

Nuestro camino siguió tranquilo, pero teníamos que pasar a la farmacia para poder comprar la formula para los mellizos, la leche aún no me bajaba, supongo que no lo hacía porque los bebés no habían tenido el primer agarre, sin contar con que nacieron antes, solo espero que me baje. Sé que no tenemos problemas con el dinero, pero igual quisiera sentirme útil dándoles de mis pechos.

_ No sé si tendré leche, Leonardo. – susurré desganada.

_ Eso no será un problema, Camila. Nuestras finanzas estarán bien, ya tengo todo calculado y aunque no nos alcanzara tengo dinero ahorrado. – mencionó él sonriendo y besando mis manos. – Gracias por este par tan hermoso. Mira, hasta parece que les gusta andar en auto. – agregó. Y era verdad, apenas comenzamos a movernos, ambos se quedaron profundamente dormidos, desde ya se notaba que Lucía era más grande que el pequeño Luis.

_ Quisiera sentirme útil… dime, ¿Qué mujer no les da pecho a sus hijos? – pregunté de una manera en la que yo misma me sentí inferior, estaba triste.

_ Mi madre no me dio pecho ni a mí ni a mi hermano, mi padre tenía las condiciones para alimentarnos, mi madre en cambio, nunca le salió una gota de leche materna y aquí estamos, ella siempre nos ha dado su amor incondicional y nunca nos hemos sentido insatisfechos con su labor de madre. – mencionó tratando de hacerme sentir bien.

Volvió a besar mis manos y luego acercó sus labios a los míos, su beso tierno me hizo sentir mariposas en el estómago, o eso creía… hasta que las mariposas se transformaron en cólicos muy dolorosos.

_ ¿Qué sucede? ¿Dónde te duele? – mencionó él alarmado, sentía la necesidad de ir urgentemente al baño, me sentía completamente sucia…

_ Nada, no pasa nada… ve y compra la leche que necesitamos, toallas húmedas, pañales y todo lo que necesitemos, además no se te olviden los biberones. – mencioné sonriendo y besando sus labios desprevenida y fugazmente.

No alcanzó ni a demorarse diez minutos cuando salió en el carro, con todas las cosas, y a lo lejos vi algo que no había mencionado, eran toallitas para mí, mis mejillas se sonrojaron apenas las vi.

_ ¿No te dio vergüenza? – mencioné una vez subió al vehículo.

_ Claro que no. ¿Por qué debería avergonzarme de algo tan común? Estoy comprando cosas que sé, mi mujer necesita. – mencionó besando mi frente y emprendiendo el camino hasta nuestra casa, hoy no teníamos que pasar al super, lo habíamos hecho ayer, yo a paso de tortuga, pero igual cuenta.

Aunque si fuera por él, seguiría paseándome de arriba abajo en la silla de rueda, cosa que no me gustaba para nada, es más, me avergonzaba, pero entendía que Leonardo no quería que me lastimara, sobre todo después de mi casi caída en la casa de mis suegros, sentí que todos mis puntos se habían abierto, pero menos mal solo fue un parecer.




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