Lo que nunca me esperé

Capítulo 34

Leonardo Álvarez

Ver a mis hijos y a Camila tan fuertes, me hacía recobrar cada gramo de felicidad y confianza que había perdido cuando vi a mi mujer tirada en aquella cama de hospital luchando por su vida, aquellos días fueron muy difíciles, mucho más que eso, no quería volver a vivir por lo mismo y parece que cada vez que decía aquello, algo realmente malo volvía a pasar.

_ Ey, déjenme tener al pequeño un momento. – mencionó mi padre sonriendo y recibiendo a su nieto en brazos, supongo que por fin se había dado cuenta de que el amor que Camila y yo nos tenemos era único, tanto que podía ir en contra de cualquier rencor, odio o sentimiento que tratase de interponerse entre nosotros y ahora con los niños espero que nuestro vinculo sea aún mayor.

Me dirigí hasta donde estaba Camila, estaba cautelosamente vigilando a los pequeños, sus ojos estaban llenos de lágrimas, la abracé, cómo si no hubiese otro lugar en el mundo más seguro que mis brazos, me encantaba sentir su cuerpo tan cerca del mío, sentir el aroma de su pelo y de su perfume que casualmente se mezclaba entregándome una fragancia exquisita.

Sentir su corazón latir pocos centímetros más abajo del mío me provocaba una sensación completamente única e indescriptiblemente hermosa.

_ ¿Qué haces amor? – preguntó curiosa cuando mi mano lentamente se coló por debajo de su polera y se fue al broche de su sujetador.

_ Sabes que a veces pierdo el control de mis manos. – mencioné sonriendo y besando su mejilla, para luego besar tiernamente su frente, terminando en sus labios, cuanto me encantan, creo que me quedaría corto si me tocara describir todo lo que me encanta de Camila.

_ Eres un loco, y por eso, no tienes idea de cuanto te amo. – sonrió volviendo a besar mis labios.

_ Igual que yo a ti mi querida Camila. – mencioné tomándola en mis brazos, pero rápidamente me recordó que continua en aquel proceso doloroso que es la cicatrización. – Perdón amor, de verdad no quería lastimarte. – ella sonrió con lágrimas en sus ojos, si que debe doler y a veces existen tipos que no le toman el peso.

_ No te preocupes, trataré de sentarme un momento. – mencionó sonriendo y depositando un tierno beso en mis labios.

Apenas se estaba sentando, sabía que le estaba doliendo su estómago, su vientre estaba volviendo a su lugar y le daban esos entuertos, creo que se llamaban.

La niña comenzó a llorar, provocando que el pequeño también despertara en las mismas circunstancias.

_ Tal vez tienen hambre. – dijo mi madre. – Hace un rato dejé agua en un termo, ya debe estar bien para prepararle el biberón a estos retoñitos.

_ Enseguida voy. – mencionó Camila levantándose de la silla con una cara de muerte horrible, trataba de comprender por lo que había pasado, pero me era complicado, no porque pensara que no hacía nada, solo que nunca había pasado por un parto, pero me queda más que claro que debe dolerle, yo mismo vi cómo tuvieron que ponerle aquellos puntos.

Sonreí y caminé tras ella, no dejaría que se siguiera esforzando, era nuestra primera noche con los pequeños y seguramente sería agotadora, los bebés no son cosa fácil los primeros meses de vida, además que nos tenemos que acostumbrar a ellos cómo ellos a nosotros, ya bastante inquietos eran cuando estaban en la pancita de su madre.

_ Tranquila, yo lo hago, tú solo dime cómo. – mencioné sonriendo y tomando los biberones, el termo con agua y el tarro de leche, primera vez en toda mi vida que hacía esto, ni siquiera con mis sobrinos me había atrevido a tanto.

_ ¿Seguro? – preguntó ella mirándome con curiosidad.

_ Mereces descansar, amor. Además, no olvides que yo también soy el padre, es mi obligación y responsabilidad cooperar con esta tarea tan hermosa que es ser padre y madre de un par de mellizos. – sonreí besando su frente luego de que ella lograra acomodarse en la silla.

_ Te amo. – sonreí con sus palabras, no sabía cómo lograba hacerme sentir de esta manera tan especial. – Por cada treinta ml de agua es una cucharada de leche amor, que no se te olvide. – mencionó sonriendo.

Cuando por fin los biberones estuvieron a una temperatura buena para los bebés nos dirigimos a la sala, Camila se encargó de alimentar a Luis y yo a Lucía, no sé porqué siento que ese pequeño me terminará quitando muchas horas con Camila, aunque no importa, algún día crecerá y tendré todo el tiempo del mundo para mi mujer nuevamente.

Tocaron la puerta, ni idea de quien podría ser a estas horas, supongo que no se podía tratar de nada bueno, o al menos eso pensaba. No quiero pensar que nuevamente volveré a vivir una pesadilla, esta vez seguro se trataban de las amenazas de Ana, aunque ya había dejado la constancia en la policía, pero no me parecía suficiente, tal vez sería hora de cobrar algunos favores.

Mi teléfono comenzó a vibrar, contesté inmediatamente cuando vi que era mi hermano quien llamaba.

_ Abre la puerta gran imbécil. – mencionó. – Hemos estado toque y toque y nadie abre. – agregó en su tono de voz enojado. Mi cuerpo sintió tranquilidad cuando supe que era él quien estaba esperando en la puerta.

_ Enseguida voy idiota. – mencioné sonriendo y entregándole la bebé a su madre, Luis apenas terminó su biberón siguió durmiendo, en cambio Lucía, ella era un caso de viveza único.




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