_ No podré asistir a tu boda, Salvatore, tengo asuntos más importantes de los cuales ocuparme, pero Ana los acompañará y se encargará de que todo esté bien. – mencionó mi padre sonriendo.
_ Está bien padre, pero recuerda que no soy un niño, más niña es ella. – comenté tratando de llevar la contraria de su orden para que no cambiara de opinión.
_ Ya he dicho, Salvatore. – mencionó, siempre tan obstinado, me harás un gran favor, padre. Pensé para mi interior.
Nos subimos en el vehículo protegido por otros dos carros con guardaespaldas, todos previamente contratados por mí, no tendría inconveniente con ello.
Las campanas de la iglesia se escuchaban, allí ya me esperaba Leonardo, escondido, en algún sitio de la enorme estructura, sonreí, por alguna razón sentía qué no debía entregarle a la mujer qué, en pocos días, me había logrado sentir tanto, pero, por otra parte, no quería hacer sufrir más a Camila, ella merece ser feliz al lado del hombre que amaba.
_ ¿Estás preparada para lo que se viene? – pregunté en un susurró cerca de su oreja, sentí cómo su piel se estremeció por el contacto de mi respiración caliente en su cuerpo.
_ Creo que sí. – susurró. – Sólo quiero que todo salga de la mejor manera posible. – agregó sonriendo.
Entramos en la iglesia, Ana iba escoltada por un hombre de confianza de mi padre, o como me gustaría llamarlo, daño colateral.
En el altar estaba esperando el novio, cómo ya se había acordado.
Camila Sáez
Lo primero que pude observar al entrar fue el traje blanco que llevaba puesto Leonardo, tenía tan buen ojo para vestirse, se veía tan bien, su mirada se juntó con la mía enseguida, no había duda alguna, amaba a ese hombre con todo mi corazón y con toda mi alma, él y nuestros hijos eran lo mejor que me había pasado en toda mi vida.
Ana se percató de la presencia de Leonardo apenas entró a la iglesia, pero Salvatore, quien ya tenía todo planeado se encargó de que sus hombres la retuvieran y de llevarse quien sabe donde al hombre que la escoltaba.
El padre bendijo nuestra unión, ¿Quién lo diría? La mujer que juró un día destruirnos estaba presenciando nuestra boda…
_ Y si hay alguien que se oponga a este matrimonio, que hable ahora o calle para siempre. – mencionó el cura sonriéndonos.
En toda la iglesia no se escuchaba más que el eco de su voz, cosa que me daba completa tranquilidad, esperaba que Camila pusiera más resistencia, pero de alguna u otra forma la habían mantenido tranquila todo este tiempo.
_ Puede besar a la novia. – terminó de decir el padre al final de la ceremonia, Leonardo levantó el velo de mi vestido y acercó tierna y temerosamente sus labios a los míos, tanto tiempo lejos y no podía dejar de recordar lo delicioso que saben sus labios, aún más cuando sus besos son tiernos, demorosos y con ese toque sensual que solo él sabe.
_ Te amo. – susurré entre sus labios. – Siempre te amaré, no importa que tan separados estemos. – agregué acariciando su mejilla.
_ Querida mía, ya no volveremos a estar separados nunca. – mencionó Leonardo sonriendo y besando mi frente. – Que nuestro amor nos siga bendiciendo cómo siempre. – agregó sonriendo.
_ Amén. – susurré volviendo a perderme entre sus labios y es qué, luego de dos meses, no había otra cosa que yo quisiera más que estar a su lado y al lado de nuestros hijos.
El padre se fue de la iglesia y nosotros nos quedamos a esperar que pasaba con Ana, sabíamos que a Salvatore le convenía desaparecerla, pero queríamos estar seguros, digo… queríamos quedarnos con la tranquilidad de que no volverá a atentar ni en mi contra ni en contra de mi familia.
De pronto se escucharon disparos desde fuera de las puertas de la iglesia, seguido de las palabras de Camila.
_ Enserio pensaron que podrían ser felices. – dijo sonriendo. – Mientras ustedes tenían su plan yo ya contaba con el mío, verán queridos, desde el momento que supe que Salvatore pretendía casarse con esta mujer, mi intriga comenzó a aumentar. – agregó.
_ Eres una maldita. – gritó Salvatore. - ¡Estás acabando con el imperio de mi padre y no lo permitiré! – gritó nuevamente sacando la pistola de la pretina de su pantalón, Leonardo y yo quedamos entre e fuego cruzado cuando los hombres de Ana entraron a la iglesia y comenzaron a dispara contra los hombres de Salvatore, esto se transformaría rápidamente en una masacre.
_ Tú solo eres el hijo que nunca deseó, Salvatore. Deberías darte cuenta de ello. – comentó la mujer. Gracias a Leonardo habíamos llegado a las banquetas para cubrirnos, en lo posible, de los disparos. Él sacó un arma de la pretina de su pantalón, ¿Desde cuando usa arma? Esperaba poder preguntárselo antes.
_ Esa mierda no es de tu incumbencia. – mencionó disparando al aire. – Este es tu fin. – agregó sonriendo Salvatore.
Leonardo me tomó de los brazos tratando de sacarme de este lugar, pero por alguna razón no quería irme, tal vez quería ayudar de alguna manera al hombre que había cuidado de mí todo este tiempo.
_ Hay que ayudar, amor. – mencioné. – Después de todo, él me cuidó durante todo este tiempo. Se lo debemos. – agregué
Editado: 05.06.2022