Maldita Ana, entorpeciendo mi trabajo siempre. Tenía que pensar en algo rápido, ella no podría salirse con la suya y Camila no podía volver a pasar por un pencarse como este.
_ No encontraron mejor distracción que tratar de meterse en la cama de mi futura esposa. – mencioné. Los ojos de Camila se abrieron cómo los de un búho, mala comparación, lo sé, pero no se me ocurría nada más por el momento.
_ Se-señ-ñor n-no lo sab-sabíamos. – mencionaron todos al unísono, con voz temblorosa, muertos de miedo.
_ Pues ahora lo saben y correrán la voz de qué la mujer que se alberga en mi casa será la futura señora Cipriani[A1] . – todos salieron de la habitación disculpándose con Camila por lo sucedido y que darían su vida por protegerla, pero lamentablemente el daño ya estaba ocasionado. – Creo que no se necesita más que uno para dar un mensaje. – agregué sonriendo de lado.
Apenas los hombres voltearon les había disparado a quema ropa, dos de ellos cayeron al suelo, muertos al instante, no me agradaba, pero el mensaje debe quedar claro.
_ Debes agradecer que viviste, tienes una misión que cumplir para mí. Quiero que investigues todo acerca de la vida de Ana, pasada y presente, quiero mantenerme al tanto de todos sus movimientos, de sus decisiones, absolutamente todo, serás su mano derecha. – mencioné amenazando. – Si no, quedarás igual que tus amigos.
_ Sí, señor. – mencionó el hombre agachando su cabeza y tratando de salir de mi vista.
_ Recuerda donde irás a parar si me traicionas. – mencioné nuevamente, el pobre chico ni siquiera supo donde esconderse cuando salió, sus movimientos torpes y su cara pálida de miedo solo aumentaban mi ego de ser el más temido de la familia.
Volví a la habitación de Camila, esta vez era imprescindible que se quedara conmigo, en mi habitación, aunque probablemente no aceptaría dormir junto a mí, tenía su temperamento la muchacha y es algo que me atrae de ella, no cómo me gustaría, pues mi constante interés en ella puede jugarme en contra en algún momento.
_ Hola, Camila. Te he traído un té de manzanilla. – mencioné entrando en la habitación, pero ella ya se encontraba dormida, arropada hasta su cabeza, no me imaginaba como se sentía, pues ella no era una simple mujer, o una prostituta de las que se encuentra en cada esquina, ella era especial y era ciego el hombre que no lo notaba al solo verla.
Me senté a su lado, esperé alguna reacción, alguna palabra, pero nada, se había dormido profundamente, espero que así encuentre paz, la paz que Ana le ha robado, y es qué, desde que llegó a este lugar ni una sola vez la he visto sonreír y estoy segura que su sonrisa es hermosa.
Sonreí al verla tan tranquila, es cómo si me la transmitiera a mí mismo, cosa que creía era imposible, nunca he sido capaz de sentir tranquilidad en mi maldita vida, ni siquiera cuando tenía conmigo a mi madre, mi padre se encargaba de ello.
_ Gracias. – susurró ella tomando una parte de mi chaqueta, digamos que siempre me ha gustado vestir de traje, me hace sentir por encima de los demás, lo suficientemente inalcanzable para los demás.
_ No es nada. – mencioné sonriendo. Sacudí mi cabeza, ¿Qué estaba haciendo? ¿Sonriendo por alguien? ¿Qué te pasa Salvatore? Ni siquiera estás consiguiendo algo a cambio por esto. – Tengo que mantenerte a salvo y calmada, no quiero que mis planes sean arruinados por una niñata cómo tú. – agregué dejando mi sonrisa de lado.
_ Leonardo. – dijo haciendo una pausa. – ¿Él vendrá? – agregó con una leve sonrisa en sus labios, sonreí tratando de mantener la compostura, no me había agradado para nada su comentario, pero no podía hacer nada al respecto, no podía creer que me sintiera así con esta niñata.
_ Le llamaré que venga antes, si así lo deseas, Camila. – mencioné sonriendo de lado, no sabía qué hacer, pero sí, tenía claro que quería seguir manteniendo la sonrisa en su rostro y así fue.
_ ¿Harías eso por mí? – preguntó ella sonriendo, verla así se sentía cómo estar en las nubes, volando entre ellas.
_ Haría todo por que estés bien, Camila. – mencioné, aunque eso significara traer al hombre que te hace feliz, el hombre que te quita el aliento, por el que tu corazón late, desearía ser Leonardo en este momento… Sonreí, nunca deseé ser cómo alguien más, me sentía estúpido.
Yo, Salvatore Cipriani, nunca quise nada que no pudiera tener, mis recursos eran ilimitados, mi poder no tenía limites, y, aun así, estaba deseando que aquella mujer tuviera ojos para mí, cuando era evidente que nunca lo haría.
_ Gracias. – se limitó a decir. Su mirada estaba mirando directo a mis ojos, sus mejillas enrojecieron, no pude evitar sonreír de pronto, luego, sin esperármelo, su mirada se escondió en la almohada. – ¿Puedo hablar con él? – preguntó nuevamente.
_ Claro, lo llamaré. – mencioné sonriendo desganado, no sabía por qué me sentía de esta manera, pero no me gustaba en lo absoluto, estaba odiando este sentimiento de no ser correspondido.
Llamé a Leonardo, contestó al primer tono, la verdad esperaba que no lo hiciera.
_ Aló. – mencionó él. - ¿Cómo está Camila? No llevaré a los niños, me iré de inmediato a la dirección que me has dado. – mencionó.
_ Bien. – contesté serio, pero el nudo en mi garganta se estaba comenzando a formar, no sentía esto desde pequeño, desde que mi madre se había marchado a quien sabe dónde, escapando de las garras de mi padre. – Alguien quiere conversar contigo. – agregué entregándole el teléfono a Camila.
Editado: 05.06.2022