Lo que nunca sabras

Mirando por la ventana

—Son los años.

Esa respuesta indiferente no hirió sus sentimientos; su esposo se estaba convirtiendo en esa clase de personas que no muestran interés por la vida de nadie, ni por cortesía siquiera. Era preferible, por varias razones. Era mejor eso y no que se entrometiera en todo y sin motivo, con esa obsesión que tenía por conservar la apariencia de que entre ellos aún existía el cariño y la devoción.

—¿Cuándo irás? —preguntó.

—No sé, quizás el domingo.

—Domingo... —repitió su esposo—. ¿No puedes irte el lunes?

No podía. Debía estar allá el domingo, a última hora, pero tenía que ser el domingo. Al menos, eso deseaba.

—¿Por qué? ¿Qué pasa el domingo? —replicó, evitando responderle.

—Es fin de semana y habrá mucho tráfico. Te verás metida en un atasco —repuso su marido con tono autoritario, como siempre que no tenía motivos para justificar su actitud.

—Entonces, saldré más tarde.

Él no insistió, seguro de que al final viajaría el lunes.

No hablaron más del asunto, pero esa noche, cuando su esposo regresó a casa, ella le confirmó que se marcharía el domingo. Él la miró unos instantes, se aflojó la corbata, la tiró sobre la cama y no abrió la boca. Le daba lo mismo que ella se marchara el domingo o el lunes, pero lo ofendía que no le hiciera caso. Ok-yeong se atuvo a sus planes, incluso consideró ventajoso que él estuviera enfadado con ella.

Pensó en subir al cuarto de Hye-seong y darle el sobre con el dinero para la profesora de violín, pero se limitó a dejarlo sobre la mesa del salón. No tenía por qué explicárselo en detalle a alguien de su edad. Tuvo ganas de despedirse de Yu-ji, pero pensó que era mejor no molestarla. Aunque seguramente Sang-ho la oyó salir, puesto que arrastraba una maleta con rueditas, no salió de su despacho. Cargó la maleta en el baúl del coche, se sentó al volante y se puso el cinturón de seguridad. La autopista Olímpica quedaba a solo a cinco minutos de su casa. Debía estar en el aeropuerto antes de las once, como muy tarde.

El vuelo OZ711, con salida prevista a las 12.30, se dirigía a Taipei. Era la primera vez que iba en un año. El avión se elevó lentamente en el cielo. La sensación de estar despegando y entrando en las nubes la estremeció. Cerró los ojos. No sintió emoción o alegría algunas, solo una fuerte ansiedad.

Tenía diecisiete años la primera vez que viajó en avión a Taipei con un grupo de cien alumnos de los institutos sino-coreanos que visitaban su país natal. Cuando tomaron una foto del grupo en la zona de Salidas del aeropuerto de Gimpo, ella estaba de pie, sonrojada, en el extremo de la última fila, sintiendo la mirada de la gente puesta en el cartel demasiado serio, escrito en caracteres chinos, que sostenían.

Cuando su padre había sacado el tema de la visita al «país natal», ella no alcanzó a explicarle lo poco que le interesaba esa cuestión. A su edad, todos sus hermanos, excepto su segunda hermana mayor, que no se encontraba bien físicamente, habían hecho el mismo viaje. No podía creer que su padre aún pensara que Taiwán era la patria de la familia, cuando él la había visitado apenas dos veces desde que Chiang Kai-shek estableciera su gobierno en esa isla.

Su padre se había marchado de Shantung, en China continental, a los veinticinco años, abandonando a su primera esposa y un hijo de dos años. Murió a los pocos días de cumplir los setenta años sin haber podido retornar nunca a su hogar. Debido al conflicto político existente entre Taiwán y China, era imposible visitar China, ni siquiera por unos días, con un pasaporte taiwanés. Su padre fumaba un Marlboro rojo después de cada comida, incluso después de que le diagnosticaran el cáncer de pulmón. Ninguno que percibiera la expresión de felicidad en su rostro cuando daba la primera calada se hubiera atrevido a impedírselo. A pesar de que había vivido en Corea durante cuarenta y cinco años, pasando por Incheon, Pyeongtaek y Seosan antes de establecerse en Daejeon, solo era capaz de pronunciar un puñado de frases en coreano. Incluso pronunciaba mal la única palabra que repetía siempre: «Bienvenidos.»



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En el texto hay: misterio, violecia

Editado: 08.07.2024

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