CAPÍTULO II: Cuarenta pasos
El amanecer en Elorado no llegaba como en otros lugares. No había sol despuntando por las montañas ni pájaros anunciando el día. Simplemente, la oscuridad comenzaba a palidecer como si alguien estuviera aclarando el mundo desde dentro. Sasha se levantó con la sensación de no haber dormido nada, aunque no sentía cansancio. Más bien, una inquietud que se pegaba a la piel como humedad vieja.
La nota seguía en su mano. No recordaba haberla guardado. La tinta parecía seca ahora, pero si la miraba mucho tiempo, juraría que las letras se movían. Se la metió en el bolsillo y se lavó la cara con agua que tardó en salir.
Agua fría.
De la que despierta a los muertos.
El casero no estaba. Tampoco había señales de otros huéspedes. Bajó a la recepción, llamó, tocó la campana. Nada. Tomó una manzana de un frutero que parecía decorativo y salió a la calle. El pueblo la recibió con la misma quietud irreal del día anterior. Y sin embargo, algo había cambiado.
Sasha lo notó cuando contó los pasos desde la puerta del lugar que se alojaba hasta el primer poste de luz: cuarenta. Siempre eran treinta y tres. Lo sabía porque tenía la costumbre de contarlos.
Se detuvo. Miró hacia atrás. La fachada de la casa parecía un poco más lejana. Como si el pueblo hubiera crecido en la noche. Como si se estuviera estirando, en silencio.
—Te diste cuenta. —La voz llegó desde una banca.
Era Asher. Sentado. Esta vez sí la miraba. Sus ojos eran más oscuros a la luz del día, como si la noche se hubiera quedado atrapada en ellos.
Sasha no respondió. Se sentó a su lado sin pedir permiso.
—¿Qué fue lo que pasó anoche? —preguntó, al fin.
—No pasó. Eso es lo que el pueblo cree. Pero sí. Siempre pasa. —Asher hablaba como quien recita algo muchas veces repetido.
—¿Y tú cómo lo sabes?
Él se encogió de hombros.
—Porque yo no olvido.
Se hizo un silencio que no fue incómodo, sino denso. Sasha observó cómo el sol parecía quedarse atrapado entre las ramas de un árbol. Nada proyectaba sombra. Ni el banco, ni ellos.
—¿Dónde estabas cuando terminó?
—Aquí. Siempre aquí. El pueblo cambia de forma, pero yo no. Solo observo. Espero.
Sasha no entendía la mitad de lo que él decía, pero algo en su voz tenía verdad. No lógica. No pruebas. Verdad pura.
—¿Y qué son las sombras que se mueven?
Asher se inclinó hacia ella, muy cerca.
—Son memorias. Fragmentos de lo que este lugar ha querido borrar. Se arrastran por las grietas del tiempo. Algunas buscan regresar. Otras... quieren llevarse a alguien.
Sasha tragó saliva. No había dramatismo en sus palabras. Solo hechos. Como quien describe la lluvia o el fuego.
—¿Y si quiero irme?
—No puedes. Aún no.
—¿Aún?
—El pueblo te eligió. Lo sentí en cuanto llegaste. El reloj se detuvo esa noche por ti.
Ella se puso de pie.
—¿Y tú qué quieres de mí?
Asher levantó la vista.
—Que recuerdes. Aunque te cueste. Aunque duela. Porque si olvidas... te conviertes en parte de esto.
Sasha dio un paso atrás. El reloj del campanario marcaba las 9:09 a.m Las campanas no sonaban. Pero los pájaros, de pronto, empezaron a gritar.
Algo en el aire cambió. Como si el pueblo respirara... distinto.
Y de pronto, entendió que no todo lo que estaba por pasar ocurriría de noche.
Había secretos que también despertaban con el día.
Katt22