CAPÍTULO III: Bajo la tierra, bajo la piel
La biblioteca de Elorado no aparecía en ningún mapa. Sasha la encontró por casualidad, o tal vez fue la biblioteca la que decidió mostrarse. Estaba al final de una calle que la noche anterior no existía, flanqueada por árboles que no eran parte del paisaje habitual. No eran naturales. Sus hojas eran tan oscuras que parecían absorber la luz del sol. Algunos niños del pueblo pasaban cerca, pero ninguno la miraba. No como si no quisieran. Como si no pudieran.
El edificio era pequeño por fuera, de piedra oscura cubierta de hiedra seca. Las ventanas estaban opacas, pero no sucias: era como si fueran ciegas por decisión propia. La puerta se abrió sola cuando Sasha se acercó. Un chirrido leve, como un susurro que la invitaba a entrar.
Dentro, el aire era pesado. No olía a libros ni a polvo, sino a humedad estancada y madera vieja. Pero había orden. Estanterías altas, perfectamente alineadas, repletas de libros sin títulos en los lomos. Cada uno con cubierta de cuero oscuro, sin texto, sin fecha. Como si no quisieran ser encontrados.
—¿Buscas algo? —La voz surgió desde una sombra.
Sasha giró bruscamente. Una mujer anciana, de espalda encorvada y ojos sin color, emergía desde el fondo del pasillo. No caminaba: deslizaba los pies sin levantar polvo.
—Solo... estoy mirando —dijo Sasha, aunque no era del todo cierto.
—Los que miran son los primeros en ver lo que nadie más debería —respondió la mujer, sonriendo con los labios, pero no con el rostro.
Sasha bajó la vista a un libro cercano. Lo abrió. No había palabras, solo símbolos. Círculos dentro de círculos, líneas que se cruzaban y una fecha escrita en rojo: 3:33 a. m.
Sintió un escalofrío que no partía de la piel, sino de algún lugar más profundo. Cerró el libro. Cuando levantó la vista, la mujer ya no estaba. Solo la nota que había recibido en su primer día, clavada ahora a una columna de madera: “No salgas a las 2:35 a. m.”
Pero ella ya lo había hecho.
Al salir de la biblioteca, el sol estaba más alto de lo que recordaba. O tal vez no era el mismo sol. Tal vez era un reflejo, o una ilusión que el pueblo proyectaba para no romper del todo la normalidad.
Asher la esperaba afuera. No la miraba. Solo se apoyaba contra un poste de luz, con los brazos cruzados.
—No deberías haber ido sola —dijo sin verla.
—¿Por qué existe un lugar como ese? ¿Por qué nadie lo menciona? —preguntó Sasha.
—Porque todos la olvidan. Así funciona Elorado. Olvidas lo que te haría huir. Lo que te haría preguntar.
Sasha caminó hasta quedar frente a él.
—¿Y tú por qué no olvidas?
—Porque no soy de aquí.
—¿Y yo sí?
Asher la miró. Esta vez, con una expresión distinta. No tristeza. Algo más cercano al miedo.
—No lo sé. Pero el pueblo te está probando.
Sasha tragó saliva. Iba a decir algo más, pero en ese instante, un temblor recorrió el suelo. No fuerte, apenas perceptible. Pero suficiente para hacer que las hojas de los árboles cayeran todas al mismo tiempo.
—¿Qué fue eso?
—La tierra respira —dijo Asher—. No deberíamos estar aquí cuando se despierte.
Esa noche, Sasha volvió a despertar a las 2:35. Esta vez, no bajó. Pero la puerta de su habitación estaba abierta. Y en el suelo había una marca.
Una espiral.
Katt22