Lo que queda después del invierno. Un lugar para renacer

CAPÍTULO VI

NOAH

Antonella tiene un sentido del humor ácido y es bastante reservada. Me pareció una mujer directa, pero respetuosa. Esa fue mi primera impresión. También es hermosa, con esos ojos color avellana, su cabello rizado y curvas pronunciadas. Sin duda, llamaría la atención de cualquier hombre.

Como buen caballero, me ofrecí a llevarla a casa tras recibir el alta. No rechazó la oferta, pero en lugar de ir a su hogar, pidió que la dejara en el cementerio para recuperar su auto. A pesar de nuestra extraña cercanía, ninguno de los dos pidió el contacto del otro. Nos despedimos cortésmente a las afueras del cementerio. La vi agitar su mano y caminar hacia su coche. Ese gesto se quedó en mi cabeza, al igual que el último vistazo de sus rizos ondeando en el viento.

Si me preguntaban qué me gustaba en una mujer, siempre diría que el cabello. No tenía preferencias por el color, la textura o el largo, pero me encantaba cómo el cabello podía contar historias. Sí, sonaba bastante bohemio, pero tenía alma de artista. Emma solía bromear diciendo que lo mío con el cabello era un fetiche. Quizás tenía razón.

De camino a casa, no pude evitar preguntarme cuál sería la historia de Antonella. ¿Qué hacía en Alemania? ¿Por qué estaba en esta ciudad? No sabía mucho de su vida, pero se notaba que era una mujer de grandes ciudades. Admitirlo era difícil porque no había pensado así de otra mujer que no fuera Emma, pero siendo sincero… me había hechizado.

En casa, Hannah ya me esperaba con la Nana, quien se ofreció a venir para preparar la cena mientras yo estaba con Antonella. Obviamente, cambié un poco la historia; de lo contrario, mañana mi madre iniciaría un interrogatorio sobre ella.

Después de cenar, Nana se marchó, y Hannah y yo completamos nuestra rutina nocturna.

La semana avanzó entre el trabajo en la granja y los preparativos para la temporada invernal. Desde que regresé a Hallertau, mi hermano no dudó en involucrarme en los negocios familiares. Aunque mi labor se enfocaba en la administración, siempre ayudaba a mi padre y a Ben en la temporada de cultivo y cosecha de lúpulo, nuestra principal fuente de ingresos. Mi madre también requería mi apoyo con la casa de huéspedes, un rol que antes desempeñaba Emma.

El tiempo pasó rápido, y antes de darme cuenta, ya era viernes. Hannah se quedaría con mi madre, quien la llevaría a una pijamada con una amiguita del colegio, mientras que yo tendría noche de chicos con papá y Ben.

Vimos un partido del Bayern de Múnich, pedimos comida a domicilio y tomamos algunas cervezas. Se marcharon cerca de las 11 p.m., y yo, ya en la cama, comencé a pensar en cómo podría conseguir el número de Antonella.

¿Viviría en Múnich y viajaría los domingos a visitar a algún familiar? ¿O vivía aquí y se trasladaba a diario? Entre pensamientos, el sueño me venció.

Me despertó el incesante sonido del celular. A tientas, lo tomé de la mesa de noche.

—Noah, ¿por qué no has llegado a desayunar? —preguntó mi madre.

Miré el reloj. Casi las nueve de la mañana.

—¡Rayos! Me quedé dormido. En veinte minutos estoy allá.

—Más te vale… —dijo, colgando sin darme tiempo a responder.

Salté de la cama y corrí a la ducha. Los sábados y domingos acostumbrábamos desayunar juntos en la casa grande, y lo cierto era que anoche me desvelé más de lo habitual.

Al llegar a la granja, todos ya estaban reunidos en la mesa. Ben peleaba con Hannah por la cesta de panecillos con fiambre. En cuanto me vio, ella soltó su lado de la cesta, y uno de los panecillos terminó cayendo en la taza de café de Ben, salpicándolo.

Su expresión incrédula nos hizo reír a todos. Hannah, con su mejor puchero de soy la niña más tierna del mundo, salió corriendo a mis brazos.

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ANTONELLA

Me subí al auto y cerré los ojos. Inhalé profundamente por la nariz y exhalé por la boca. Repetí el ejercicio tres veces, intentando calmarme.

Me dolía la cara horrores. Estaba hambrienta, casi al borde de un nuevo desmayo, y eso me ponía de los nervios. Además, un torbellino de emociones me revolvía el estómago: preocupación, alivio, sorpresa.

Estaba preocupada porque tendría que reajustar mi agenda en el hospital, sobre todo las citas con mis pacientes. Siempre intentaba reagendar lo antes posible, porque sé que muchos de ellos no deberían esperar tanto. Pero lo de hoy era una señal de alerta. Me estaba sobrecargando de trabajo para no enfrentarme a la realidad, y eso solo me llevaría a perder el control.

Por otro lado, sentía alivio. Pudo haber sido peor. Un desmayo en el lugar o momento equivocado podría haber causado una tragedia.

Y luego estaba la sorpresa. Noah.

Es un hombre guapísimo. Su mirada intensa y esos ojazos grises eran una trampa mortal. No solo eso: su cabello y su barba cobriza bien cuidada, su sonrisa de chico malo... Mmm, en fin. Más allá de lo atractivo que me parecía, me había transmitido algo más importante: calidez, empatía.

Los hombres nunca fueron un tema relevante en mi vida, pero este en particular… me dejó una sensación agradable.

Sacudí la cabeza y marqué el número de Charlotte. No me sentía bien para conducir. Era peligroso hacerlo.




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