Lo que queda después del invierno. Un lugar para renacer

CAPÍTULO XIV

NELLA

Ese martes estuvo lleno de trabajo. Me tocaba hacer visita médica, evaluar pacientes que fueran requeridos por urgencias, realizar pruebas de capacidad cognitivas y asistir a la junta médica de Zack, el paciente del Dr. Krüger.

Apenas llegué al hospital, me encontré con los primeros problemas: Zack había tenido varias convulsiones durante la noche, prolongadas y severas. En ese momento estaban realizándole una nueva resonancia magnética. Krüger quería la evaluación antes del mediodía para discutirla en la junta, que era a las 11:00 a.m.

Apenas me informaron, bajé al área donde se encontraba. Entré en la sala de control junto al radiólogo y el Dr. Krüger. Queríamos ver en tiempo real las imágenes. Al finalizar, pedí que una vez el paciente estuviera listo, lo subieran a mi consultorio.

Este tipo de tumores —Zack tenía un glioma de alto grado— son muy agresivos, provocando déficits neurológicos importantes. En su caso, ya era evidente el compromiso de algunas funciones ejecutivas. Pero, según la resonancia, el derrame ocurrido durante la noche complicaba aún más el panorama. Era necesario operar de inmediato para intentar detener el deterioro neurológico progresivo.

Ver estos casos en niños siempre era doloroso. Aunque en algunos había expectativas de vida más favorables después de la cirugía, también era cierto que las secuelas podían robarles una parte esencial de su infancia. Mientras algunos niños iban a fiestas de cumpleaños, jugaban al fútbol o visitaban la playa, otros, como Zack, pasaban días enteros en hospitales, sometidos a tratamientos para erradicar células malignas y en procesos de rehabilitación física y emocional que intentaban devolverles una vida más o menos normal.

Entre estas reflexiones caminé por los pasillos del hospital hasta llegar a mi consultorio. Me sumergí en mis labores y el día se me fue casi sin notarlo. A las tres de la tarde tenía agendada mi sesión virtual con mi psicoterapeuta. Sin dudarlo, entré al chat y realicé la videollamada.

María apareció sonriente, como siempre, con su disposición atenta y su estilo directo.

—Hola, Nella, ¿cómo estás?

—Hola, María, bien. ¿Y tú?

—Bien. ¿Qué me cuentas de nuevo?

—Bueno… hay mucho que contar, pero lo más relevante es que en este momento hay alguien que me gusta… y no sé qué hacer —lancé la confesión casi de golpe, y me quedé en silencio, esperando su reacción.

—Y eso te causa ansiedad…

—No. Todo ha fluido de manera muy natural con él… pero es viudo, y tiene una hija —dije, expresando en voz alta mi mayor preocupación.

—Y eso te hace sentir incómoda —respondió, tanteando el terreno.

—No es incomodidad, es miedo. Nunca he soñado ni siquiera me he planteado la idea de tener hijos. Mucho menos me siento preparada para ser la madrastra de una niña que no tiene mamá y que, seguramente, necesitaría una figura materna… que le haga peinados, la vista de rosa, la lleve a sus clases extracurriculares. Alguien cariñosa, divertida, que la arrulle y le lea cuentos. Y yo no soy nada de eso.

—Bueno… usar el argumento del instinto materno no es propio de ti, y sé que eres muy inteligente. Ese no es el verdadero problema. Sabes que no se trata de ser suficiente, porque tú eres una mujer que aprende, que se prepara, metódica. El instinto materno tiene cierto valor, sí, pero tú y yo sabemos que no basta. Hay muchas mujeres con “instinto”, pero sin capacidades reales para cuidar a un niño. La crianza implica compromiso, adaptación, resiliencia, desarrollo de habilidades… Así que me temo que tu miedo es otro.

Dejó la frase en el aire, aunque ambas sabíamos de qué hablaba. Llevé las manos a los ojos, agotada.

—Sabes que odio perder el control. Ser madre implica aceptar que muchas cosas escaparán de mis manos. Que alguien más dependerá de mí… de mi estabilidad emocional. No soy afectuosa, me cuesta el contacto físico, y soy obsesiva con el orden.

—Sí. Sé que ese es el verdadero problema. Antonella, eres una mujer admirable y exitosa. Pero tal vez ha llegado el momento de aprender a soltar. Aprender que no todo puede depender de ti. Si ese hombre es un buen padre, sabrá construir equipo. Y, por otro lado, creo que te estás anticipando. Apenas se están conociendo. Falta mucho para llegar al punto donde tengas que ejercer un rol maternal. Ni siquiera sabes si esa relación llegará a ese nivel.

Su observación era justa. Pero no podía evitar pensar en los escenarios posibles si las cosas funcionaban.

—Lo sé… pero no puedo evitar pensarlo.

—Bien. Aprovechemos este momento. Vamos a tomarlo como una etapa de descubrimiento y trabajaremos en soltar. Comencemos con pasos pequeños. ¿Qué situaciones podrías ceder, delegar?

Pensé un poco. Era un reto enorme, pero quería intentarlo con Noah.

—Creo que podría dejarle organizar nuestras citas.

—Muy bien. ¿Qué más?

—¿Ser más flexible con mi agenda? —pregunté casi sin ideas.

Ella me sonrió con amabilidad.

—Bien. Piénsalo e inténtalo. No te exijas al extremo. Ve paso a paso. Si ceder te sobrepasa, ya sabes cómo volver a tu centro. Y recuerda que estoy aquí. Puedes llamarme si necesitas apoyo extra. Pero también quiero que retomemos el diario de emociones.




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