Lo que queda después del invierno. Un lugar para renacer

CAPÍTULO XV

NELLA

Esa tarde, mientras regresaba a Hallertau, pensé en Charlotte. Quizás era un buen momento para seguir cultivando esa amistad que, hasta ahora, había sido casi unilateral. Ella había llegado al hospital buscando un especialista para evaluar un posible TDAH en Maggie. Sin embargo, ese no era su diagnóstico. Maggie tenía dislexia y, desde hace un año, estaba en terapia fonoaudiológica y recibía apoyo pedagógico para sobrellevar su entorno escolar con éxito.

Luego de conocer a Charlotte en el hospital, me hizo una invitación fortuita a su café. Allí conocí a Gertrud, que sin saberlo había sido amiga de mi madre. Así fui acogida por esta familia. Venía con frecuencia con mamá a merendar o a tomar café cuando veníamos por compras al pueblo, hasta que su enfermedad hizo lo suyo y desencadenó su trágico final.

Desde entonces, ellos no me sueltan la mano. Charlotte siempre trata de establecer puentes, pero yo siempre he sido renuente. Muchas veces llegaba a casa fingiendo estar afectada por sus conquistas de turno —o, según ella, por algún corazón roto a causa de un turista—, y eran esos los momentos en que traía donuts de caramelo. Así creamos este pequeño código de SOS. Pero honestamente, las veces que ha venido buscando refugio sobrepasada por las exigencias de ser madre soltera y criar a una hija con dificultades para establecer relaciones interpersonales han sido los momentos en que más vulnerable la he visto… y en los que más me ha tocado ser una verdadera amiga, aunque a veces un poco torpe.

Y era momento de intentar ser yo quien buscara establecer puentes. Sin dudarlo más, la llamé desde el auto y quedamos en vernos en su casa.

Gertrud no tardó en ofrecerme la cena, y Carlos se sentó a mi lado animado, haciendo un resumen de lo bien que iba mi huerto y lo bonita que estaba mi planta de calabaza. La verdad era que todo lo que él cultivaba en mi huerto lo traía a su casa, pues era Gertrud quien cocinaba para mí.

Después de media hora, un poco cansada de escuchar a Carlos con sus cuentos y chistes, entró Charlotte con Maggie dormida en su hombro y me hizo un gesto para que la siguiera a la habitación.

Una vez la niña estuvo en su cama, me miró fijamente.

—Hola —dijo con cautela.

—Hola —respondí, sabiendo que estaba asombrada.

—¿Has venido hasta aquí sin que mi mamá te amenace? —preguntó.

—No. Te he llamado y tú me has dicho que nos veríamos aquí —dije con naturalidad.

—Cierto… Entonces, la pregunta es: ¿me has llamado tú para vernos?

—Te escucho muy sorprendida. ¿Tan mala amiga soy?

Su risa fue inmediata y contagiosa.

—Nella, eres la persona más peculiar que conozco. Pero no creo que seas mala amiga. Solo no te gustan los abrazos, tienes más pretensiones para comer que Maggie, eres un poco rígida y mala cara… pero en el fondo eres buena persona.

—No pues… gracias por lo de “peculiar”.

—Es que sí eres rara. Pero jamás mala amiga.

—Ah bueno. “Rara” mejora la situación.

Charlotte revoleó los ojos en señal de fastidio.

—Entonces, ¿a qué debo este milagro?

—Estoy conociendo a un hombre mayor que yo, viudo, con una hija, y estoy aterrada. María dijo que es momento de enfrentar mis miedos y me mandó a experimentar. Y en ese experimento por soltar el control está ser más afectuosa, espontánea y accesible… así que decidí experimentar contigo —dije ya casi sin aliento.

Charlotte se quedó estática, sin decir palabra.

—¿Has dicho que estás saliendo con alguien? —dijo, aún sin creerlo.

Asentí, un poco dudosa por su reacción.

—¡Mamaaá, Anto…! —rápidamente tapé su boca intentando callarla, y en el proceso, llené mi mano de su baba.

Mi cara de asco fue evidente y rápidamente busqué el antibacterial que siempre llevaba en mi cartera.

—¡Cállate! No le cuentes por ahora, por favor —dije alarmada al escuchar a Gertrud acercarse a la puerta.

—¿Decías algo, cariño?

Charlotte se regodeaba con la situación mientras yo le suplicaba con la mirada.

—Sí, mamá, que Antonella y yo necesitamos un buen vino tinto antes de cenar.

Rodé los ojos con fastidio, pero respiré aliviada. Charlotte se reía, muy divertida.

—Bien, ahora sí vamos a hablar. Yo pregunto y tú respondes. Pero vamos en orden, ¿sí?

Me resigné al interrogatorio. Suponía que de eso se trataba la amistad.

—¿Cómo se llama y qué edad tiene?

—Noah Meyer. Tiene cuarenta.

—Dijiste que era viudo y tiene una hija…

—Sí. Su hija tiene cuatro años. Su esposa murió en el parto.

Charlotte abrió los ojos, tomó el teléfono, rebuscó entre mensajes y me mostró una foto.

—¿Este Noah Meyer?

—Sí. ¿Cómo lo conoces?

—Es el papá buenorro de la clase de Maggie. Todas nos preguntamos cómo sigue soltero. De hecho, Maggie y Hannah son mejores amigas. Pero nunca lo había visto en persona porque siempre lleva a la niña la abuela… que, por cierto, es íntima amiga de mi mamá.




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