Lo que queda después del invierno. Un lugar para renacer

CAPÍTULO XVI

NELLA

Esa mañana seguí mi rutina. Quería aprender a soltar el control, sí, pero seguía siendo, como mi padre, un animal de costumbre. Levantarme temprano, asearme, retocar mis rizos, aplicar protector solar, base y labial era parte del cuidado que me mantenía centrada. Elegía ropa formal, cómoda, pulcra. Me gustaba estar impecable. Eso no cambiaría.

Recordé que Carlos no había ido esta semana a llenar mi alacena. Yo era un desastre en la cocina, así que desayuné lo más básico: un matcha y un par de rebanadas de pan con crema de almendras. Me prometí almorzar a la hora correcta. No quería terminar descompensada.

Pensé, por un momento, en ir al supermercado por mi cuenta… o incluso invitar a Carlos. Cuando mamá empeoró, él y Gertrud acompañaron a papá durante mi jornada laboral. Desde entonces, Carlos se encargaba del mercado y el huerto. Era una forma de mantenerse útil. Pensé que invitarlo podría ser una buena manera de cambiar la rutina, sin despojarlo de esa ocupación que tanto le daba.

Pero entonces apareció esa voz. Esa que siempre llega sin pedir permiso.

“¿A quién quieres engañar? Igual vas a ejercer control. Vas a marcar el ritmo, iniciarás por el pasillo 7, impedirás que tome las galletas del pasillo 3. Lo harás incómodo, como siempre. Nada de esto es espontáneo.”

Me detuve. Esa voz tenía razón. Me había ganado, otra vez.

Cuando pasé por el escritorio de Olivia, me miró divertida, como quien guarda un secreto.

—Buenos días, Dra. Williams —dijo cantarina.

—Buenos días, Olivia. Te veo especialmente feliz hoy.

—Sí, aunque sería más feliz si tuviera su misma suerte…

No entendí. No soy buena con las indirectas. Solo atiné a caminar a mi consultorio.

Al abrir la puerta, lo vi. Sobre el escritorio, una bolsa de papel y un portavasos con café negro. Me acerqué, ya sonriendo. Saqué un contenedor con panecillos y mermelada. Rebusqué. No había tarjeta. Me extrañó.

Aun así, tomé la acostumbrada foto. La acompañé con el mensaje de siempre:

Gracias por el desayuno.

Mi buen samaritano 😘

Minutos después, cuando entró Olivia, le ofrecí el café. No era de mi gusto. Guardamos los panecillos para media mañana. Luego revisamos la agenda y me preparé para recibir a mis pacientes.

El mensaje no recibió respuesta. Vi la confirmación de lectura, pero nada más. Me tranquilicé pensando que Noah estaría ocupado. A media mañana, Olivia entró con un jugo verde y los panecillos. Le quité la mermelada. Estaba demasiado dulce.

Más tarde, fui a ver a Zack. Los estudios preoperatorios avanzaban y su cirugía seguía programada para el viernes. Al salir de la habitación, me topé con Zelig.

—Buenos días, Dra. Williams.

—Buenos días, Dr. Krüger.

—¿Esta vez acerté con tus gustos? —preguntó con una sonrisa ensayada.

Y en ese momento lo supe. No había sido Noah. El desayuno lo había enviado él. Mi sonrisa se esfumó.

Lo miré con toda la seriedad que pude reunir.

—Doctor, creo que fui bastante clara la última vez. No me interesa establecer ningún tipo de vínculo personal fuera del ámbito laboral.

—No estás saliendo con tu jefe, Antonella —respondió con tono cínico—. Solo estoy siendo amable. Vi que ayer recibiste una bolsa de esa cafetería y asumí que te gustaba. También envié lo mismo a mi asistente, si te hace sentir mejor.

Su actitud me provocó una mezcla entre incredulidad y rabia. No era amable. Era manipulador.

—Asegúrese de no volver a cruzar la línea conmigo, Dr. Krüger —dije, más molesta de lo que pensaba.

Intenté alejarme, pero me tomó del antebrazo. Inmediatamente bajé la mirada a su mano, y él la soltó. Entonces, habló en voz más baja:

—Estás exagerando. No he hecho nada fuera de lugar. Solo he sido… un caballero. Lástima que no hayas conocido a uno antes.

Se dio media vuelta y se alejó por el pasillo. Me quedé paralizada por unos segundos. Ese intento de manipular la situación, de minimizar mi incomodidad, de hacerme dudar… fue la gota final.

Volví a mi consultorio. Respiré hondo. Me senté frente a la computadora, abrí mi correo institucional y comencé a escribir:

> Para: Consejo de Ética Médica – Hospital Universitario de Múnich

Asunto: Comportamiento inapropiado del Dr. Zelig Krüger.

Me dirijo a ustedes con el fin de dejar constancia de una serie de situaciones que considero poco apropiadas y que han sido protagonizadas por el Dr. Zelig Krüger, mi superior directo.

En reiteradas ocasiones, el Dr. Krüger ha enviado obsequios personales a mi oficina —flores, dulces y desayunos— sin una razón profesional que los justifique. En un inicio intenté restarle importancia y dejé en claro que no me sentía cómoda con este tipo de gestos. Sin embargo, hoy ha repetido la conducta, esta vez omitiendo tarjeta o identificación, lo que me llevó a asumir erróneamente que provenía de otra persona.

Al abordarlo directamente, el Dr. Krüger no solo confirmó que fue él quien envió el desayuno, sino que lo hizo con una actitud evasiva y condescendiente, minimizando mi malestar. Además, intentó un contacto físico no solicitado, rozando mi brazo para detenerme.




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