Lo que queda después del invierno. Un lugar para renacer

CAPÍTULO XIX

NELLA

Antes de abrir la puerta no sabía qué esperar. Me di valor y me recordé a mí misma que él estaba allí porque yo quería una relación con él. Y el camino para llegar a eso era tener esa conversación antes de seguir en este coqueteo. Él era un hombre con una hija y, por lo que entendía, buscaba estabilidad.

Era mejor hablarlo justo ahora, antes de involucrar a su hija y que, más adelante, cuando estuviéramos más comprometidos, él comenzara a descubrir mis peculiaridades. En ese punto ya habríamos dado pasos difíciles de revertir… y yo tendría que aceptar el rechazo.

La verdad, nunca me había pasado. Pero intuía que había posibilidades de que ocurriera.

Cuando entró, los nervios eran notables en ambos. Esa situación de tensión que vivimos en torno a la barra me dejó una sensación de ligera decepción. Yo hubiera querido atreverme a tocarlo, o inclinarme lo suficiente para que me besara, pero decidí que sería mejor hablar primero.

Terminé de servir mi cerveza en un vaso y le ofrecí uno. Él declinó con una sonrisa. En mi caso, no me parecía higiénico beber directamente de la botella. Eran recipientes que pasaban por muchos procesos antes de llegar al consumidor final, y siempre los había considerado un foco de contaminación. Eran de esas pequeñas reglas que mi mente había convertido en innegociables. En fin, yo y mis manías. En mi día a día, no me afectan. Soy consciente de ellas y las acepto. Pero justo ahora, en esta tesitura, sí lamentaba no ser un poco menos... peculiar.

Encendí el horno e introduje el recipiente para terminar de gratinar el pastel de brócoli que me había enviado Gertrud. Verifiqué que la cena de Noah venía en camino y, mientras tanto, lo invité a la terraza. Allí podríamos disfrutar de la noche y esperar por la comida.

Él, siendo un caballero, intentó abrir la silla para mí, pero yo, en mi automático actuar, lo hice por mi cuenta.
—Es un hermoso lugar el que tienes aquí —su mirada paseaba por el jardín y de pronto se fijó en mí.
—Sí. Es un bello lugar el que encontraron mis padres para pasar sus últimos años…
—Pero a ti no te gusta —dijo, quizás con un poco de desilusión.
—Oh… no me malinterpretes. Este lugar es hermoso. Pero antes, cuando estaba sola, vivía en una ciudad con otro ritmo. Aquí, sin ellos, la soledad suena diferente… un poco más fuerte.
—¿Quisieras regresar a España? —preguntó, dudoso.
—La verdad no. En España tengo un trabajo esperándome, si quisiera volver. Pero no hay nada más. Aquí hay gente a la que le importo y que me importa. Quizás la cuestión es que aún no me acostumbro a esta nueva forma de estar sola.

Y sí… Charlotte, Maggie, Gertrud, Carlos… me importaban. Quería estar cerca. A veces aislarse no era tan bueno. Al final, éramos seres sociales, y todo eso que evitamos suele hablar de heridas no sanadas. Y yo quería sanar la mía.

—Aparte, ahora me tienes a mí. Sería cruel abandonarme aquí… e irte a Madrid —dijo, y de inmediato llevó la botella a sus labios para ocultar la risa. Imaginé mi cara de asombro.
—Eh…
Y justo sonó el timbre. La comida.
Hice el gesto de que me esperara y fui a abrir la puerta.
Todo el buen rollo de la noche se esfumó al ver quién estaba allí.
—Creo que venías por esto —dijo, levantando la bolsa del restaurante.
Extendí la mano y tomé la bolsa. Este hombre no conocía el significado de la palabra “límite”.
—¿Qué hace aquí, Dr. Krüger?
—He venido en son de paz. A disculparme —dijo con condescendencia, levantando otra bolsa con comida.
—¿Me está diciendo que, después de haber sido denunciado por acoso laboral, decide venir a mi casa en un horario inapropiado con la intención de “cenar”? —dije haciendo comillas con las manos—. ¿Entiende que entre usted y yo NO EXISTE cercanía? ¿Que NO ME INTERESA tener más que un trato laboral?
Respiré. Controlarme me estaba costando, pero debía mantener la compostura.
—Calma, Antonella, deberías respirar —dijo con tono burlón—. Ciertamente el Dr. Fischer me notificó de tu queja. Y le prometí, como cuñado suyo que soy, que arreglaría este pequeño malentendido.
Eso no lo esperaba. Me helé. Si Fischer era su cuñado, entonces el sistema que debía protegerme podía fallar. La situación se salía de mi control.
—Váyase de mi casa o llamaré a la policía. Que tenga poder en el hospital no lo hace intocable. Y esto es acoso.
Él se detuvo un instante. Luego alzó la mirada por encima de mi hombro.
—Ya entiendo por qué me rechazas. Estás acompañada.
Me giré lentamente. Noah estaba de pie a escasos metros, con una seriedad que nunca le había visto.
—No necesitas marcar territorio, tampoco necesitas quien la defienda —continuó Krüger con desprecio.
—Claramente sabe defenderse sola —replicó Noah, sin alzar la voz—. Y no necesito marcar nada porque ella no es una cosa. Usted ya es suficientemente adulto para saber cuándo un “no” es un no.
—Si de verdad crees que puedes tener una relación con ella, solo hay dos opciones: o no eres lo bastante listo para ver que está rota… o nunca te has preguntado qué hace una mujer así —exitosa, sola, sin pareja, sin hijos, sin familia— viviendo a la deriva en un lugar como este. Algo no cuadra, ¿no?

Esa frase me quebró.

Era como si sus palabras hubieran puesto en voz alta todos los juicios que yo trataba de silenciar… y que, en mis peores días, mi propia mente repetía como un ritual cruel.

¿Eso era lo que los demás veían cuando me miraban?
Escuché a lo lejos la voz de Noah respondiendo algo, y luego la puerta cerrarse.




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