NOAH
Regresé a casa entrada la madrugada. No voy a negar que hubiera preferido quedarme a su lado, pero sabía que había vivido un momento vulnerable, y al despertar necesitaría su espacio para terminar de procesarlo.
Hannah despertó animada porque iría a casa de su amiga mientras yo trabajaría en la granja. Luego del habitual desayuno en familia, me reuniría con Ben, quien decidió aprovechar este invierno para trabajar en una nueva variación de lúpulo. Su idea era crear una cerveza artesanal exclusiva de nuestra granja, con nuestros propios aromas. Yo simplemente era un asistente. Los verdaderos maestros del lúpulo eran él y papá, y eso me gustaba; era algo que los apasionaba y que a mí me conectaba con ellos.
Durante la mañana todo marchó según lo planeado, hasta que mamá irrumpió en la oficina anunciando que almorzaríamos juntos y que teníamos una invitada.
Ben y yo nos miramos, tratando de adivinar cuál de los dos sería el "sacrificado" esta vez. A menudo, mamá organizaba estos "almuerzos casuales" en los que invitaba a Simona o Kathia, sus candidatas para sus hijos solterones. En teoría, no lo éramos. Ben venía de un matrimonio fallido, y yo era viudo. Pero según mamá, ambos necesitábamos ayuda en los temas del amor.
Rogué internamente que no fuera Simona. Era joven, bella, dulce, pero jamás la había visto de forma romántica. Y ahora, con Antonella en mi mente, no había posibilidad alguna.
A la hora de la comida, entré al jardín y supe que el sacrificado era yo. Fue todo menos cómodo. Primero, sentía que de alguna forma estaba faltando a Antonella, aunque entre nosotros no había nada definido. Segundo, sentía pena por Simona. Mientras la escuchaba intentar, una vez más, llamar mi atención, comprendí que yo era el responsable de esta situación. Debí ser más firme con mamá desde el principio y ahorrarle a esta chica la ilusión que ella alimentaba con discursos como "aún está procesando su pérdida, pero ya verá cuán especial eres".
Ahora sabía que mi duelo no era lo que me había impedido tener pareja. Sencillamente, nadie había hecho eco en mí como Antonella.
Y como si la hubiera invocado, mi teléfono vibró en el bolsillo. Era un mensaje de ella.
—Hola Noah, ¿Estás muy ocupado?
No habíamos hablado ese día. Le había dado espacio.
—Hola Antonella, para ti siempre estoy disponible, respondí.
Pude imaginar su gesto, esa picardía sutil que comenzaba a reconocer en ella. Cuando levanté la vista, Ben me miró con una ceja alzada y una sonrisa que me delataba. Luego, inclinó la cabeza en dirección a Simona, que me observaba atentamente. Mi teléfono vibró de nuevo.
—Bueeeno, es una situación inusual. Vine a cubrir a mi amiga Charlotte, que es la mamá de Maggie, la amiga de Hannah. Lo cierto es que Hannah quiere volver a casa. No está a gusto y creo que sería bueno que vinieras por ella.
Me levanté de inmediato, disculpándome, y salí del jardín con todas las miradas puestas en mí. Preferí llamar que seguir por mensajes. Ella contestó al segundo tono.
—Hola.
—Hola, Antonella.
—Ella está bien, solo que creo que no está a gusto. Me pidió que Charlotte llamara a su abuela, pero Charlotte no contesta y... bueno, siendo tu hija decidí escribirte.
—Calma, linda. ¿Están en tu casa?
—No, estamos donde Charlotte.
—Bien. Voy por ella.
La línea quedó en silencio unos segundos.
—Noah... no le digas que me conoces. Creo que no he sido de su agrado.
—Oh, linda. No sé qué haya pasado, pero Hannah es una niña muy dada con la gente. Seguramente quiso volver porque le prometí que iríamos a Múnich esta tarde.
Ella soltó el aire contenido.
—Bien... igualmente creo que no es momento.
—Está bien, linda. Será en tus tiempos.
Colgué, y su voz angustiada quedó flotando en mi mente.
Volví al jardín para disculparme, pero antes de salir, mamá me detuvo.
—Noah, ¿podrías llevar a Simona? Vino conmigo y como vas por Hannah, la casa de Charlotte queda de camino.
Cerré los ojos y respiré profundo.
—Claro. Vamos, Simona.
El brillo en su mirada no me pasó desapercibido.
El camino fue incómodo. Simona habló de su trabajo como abogada y yo me mantuve cordial. Pero en mi mente solo estaba Antonella.
Llegar a casa de Charlotte fue fácil. Conocía a Gertrud, amiga de mamá y de la Nana. Toqué el timbre con una mezcla de ansiedad y nervios. Oí la voz de Antonella decir "voy", y segundos después, la puerta se abrió mostrando a una bella mujer de coleta alta y rizos sueltos.
—Buenas tardes —dijo, abriendo la puerta.
—Buenas tardes —respondí, deseando poder tomar su mano o rozar su mejilla con un beso.
—Papi, viniste por mí —dijo Hannah, abalanzándose a mis brazos.
—Claro, cariño. ¿Todo está bien?
—Sí, papito. Solo quería irme a casa.