Lo que queda después del invierno. Un lugar para renacer

CAPÍTULO XXIII

NELLA

La casa estaba en silencio cuando llegué.

Me quité los zapatos apenas cerré la puerta y dejé el bolso sobre la consola del pasillo. No tenía hambre, tampoco ganas de encender la televisión o revisar el correo del hospital. Lo único que deseaba era entender qué me pasaba.

No tenía respuestas. Solo una punzada que se había instalado desde esa escena que no supe anticipar.

Subí a mi habitación, tomé el cuaderno del velador y me senté en el sillón frente a la ventana. No lo pensé mucho. Solo abrí la primera página en blanco y comencé a escribir.

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Entrada de diario – Lo que no supe nombrar

No sé exactamente qué sentí esta tarde.

No era rabia. Tampoco tristeza.

Era como si algo se encogiera adentro, sin llegar a romperse. Una sensación que no grita, pero aprieta.

La vi bajar del auto. Bella, segura. Hannah corrió hacia ella como si fuera familiar. Y yo, por dentro, solo quería desaparecer antes de que mi rostro dijera algo que aún no sé cómo se llama.

No me gusta no entenderme.

Me asusta lo que no puedo nombrar.

Creo que no me dolió verla a ella. Me dolió no estar segura de qué lugar ocupo. No tener la certeza de nada. No poder adivinar si hay algo en mí que también empieza a importar, o si todo esto solo está en mi cabeza.

Y lo peor… es que no quiero preguntarlo.

Por un momento, quise que él me explicara sin yo pedirlo.

Quise que leyera mi incomodidad, que adivinara la punzada. Pero no. Él creo que intentó explicarme, y automáticamente me protegí y los dejé irse a pasear como una familia.

Y jamás he querido algo como eso. Pero hoy creo que sentí envidia de Simona, de no estar yo en su lugar.

Nunca he sido buena sintiendo sin mapa.

Esta tarde me descubrí celosa, o insegura, o confundida… o todo al mismo tiempo. No sé.

Solo sé que esta noche, al escribir esto, lo que más necesito es no juzgarme por sentirlo.

Porque sentir, aunque incomode, también es un paso.

Y quizá, solo quizá, estar viva también se trata de eso.

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El diario, aún en contra de mi voluntad, era una herramienta poderosa. Ponerle nombre a las emociones era el primer paso para reconocerlas. Pero luego de escribir, quedé más agobiada. Necesitaba un baño, un té y desconectar. Sabía que sola no lo lograría, así que tomé una foto de mi diario y la envié a GPT pidiendo que creara una historia de reconexión conmigo misma.

Una vez estuve bañada y con mi té en manos, le pedí a Alexa que reprodujera la historia. Y mientras la escuchaba, mi mente se fue apagando.

Mi carácter pragmático me permitía tomar acción ante las adversidades. Era una mujer de decisiones rápidas, de quitar la bandita de un tirón, y eso me permitía no llevar mis males a los extremos. Pero era una conducta aprendida a fuerza de voluntad y constancia.

Me levanté muy temprano, salí a correr y, sin ser algo planeado, me quedé más tiempo del previsto haciendo ejercicio. Cuando llegué a casa, tomé una larga ducha, hice una rutina para cuidar y definir mis rizos. Decidí, sin cuestionarlo, ir por desayuno al café de Gertrud.

Quería pensar que era inconscientemente, pero estaba muy segura de que este cambio en mi rutina no iba en función de ser menos estructurada. Esa voz me repetía constantemente que estaba huyendo a encontrarme con Noah. Pero había decidido no sobrepensar.

Gertrud y Charlotte se mostraron entusiasmadas de que aceptara cenar con ellas sin que necesitaran, básicamente, obligarme.

Luego de un abundante desayuno, visité a mis padres en el cementerio, y como era de esperarse, no me encontré con Noah. El resto del día pasó despacio; me dediqué a limpiar y ordenar mi casa, y en la noche, como lo había acordado, fui a cenar con Gertrud, Charlotte y Carlos.

Al regresar a casa, hice mi entrada al diario y, para cerrar la noche, repetí el ejercicio del día anterior. Sabía que el lunes iniciaría una batalla que no estaba dispuesta a perder.

Aun cuando la situación con Zelig no me quitaba la paz del todo, era un ruido molesto que no quería tener en mi día a día.

Y así como lo pensé, sucedió. Nada más llegar a mi oficina, pedí una reunión con Recursos Humanos y el Comité de Ética. Extrañamente, me respondieron de inmediato y me hicieron sitio para ese mismo día por la tarde.

Estaba concentrada en mi agenda cuando mi teléfono vibró con un mensaje de Noah:

> “Hola, Nella. Me he enterado que así te dicen tus cercanos y, como quiero considerarme de tus afectos, me tomaré el atrevimiento. No sé si es una suma de casualidades el que después de vernos el sábado no hayas respondido mis mensajes y que ayer no coincidimos en el cementerio... o si me estás evitando, y eso sí me partiría el corazón.

En fin, te deseo un grandioso día.”

Justo cuando pensé en contestar, Olivia me avisó que ya estaba por entrar mi siguiente paciente y que después tenía otro en Cardiología, también asignado por Zelig. Luego descubrí que tenía tres pacientes más, no agendados previamente, y todos asignados también por él. Era claro que estaba tratando de volver mi agenda un caos. Y para mí, era evidente la razón.




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